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[dropcap]C[/dropcap]uando se trata de pensar sobre política, sobre todo en época de campaña, hay que dejar la ingenuidad. Los pasados días fueron de duda alrededor del binomio de Alianza País, el partido de gobierno. El candidato a Presidente, Lenín Moreno, no aparecía por ningún lado: se había ausentado de varios compromisos y la inscripción de los candidatos se aplazó del lunes 14 al miércoles 16 de noviembre: 48 horas de incertidumbres. Pero nada pasaba, todo era normal. Excepto para el Secretario Jurídico de la Presidencia, Alexis Mera, quien habló de “pequeños problemas de salud”.

El lunes 14 nadie sabía qué pensar.  Antes de ingresar a la reunión que por casi 13 horas mantuvo Alianza País en el Palacio de Carondelet —todavía me pregunto por qué una reunión de un movimiento político se realizó en el palacio de gobierno—, Pedro Solines, secretario de la Administración Pública, respondió a la inquietud de un periodista de Ecuavisa sobre si Lenín Moreno y Jorge Glas seguían como los candidatos: “Hasta este momento sí, absolutamente sí”.

Me quedé pensando en ese “hasta este momento”. Una expresión que equivale a afirmar: “veamos qué pasa después de esto”. Muchos especularon qué pasaba: que había una ruptura interna, que Moreno exigía asambleístas, que Glas saldría del binomio. Todas versiones sin mayor sustento que las elucubraciones de las que somos tan fanáticos los ecuatorianos. Pero de todas esas versiones sin confirmar, solo hubo un tema del que hay algún indicio, lo que dijo Alexis Mera sobre la salud de Lenín Moreno. Qué se discutió en esa reunión, nunca sabremos, y lo cierto es que el miércoles Moreno y Glas estaban inscritos. Se supone que eso cierra este capítulo. Se supone.

***

La única proyección posible —si triunfa Alianza País en las elecciones del 19 de febrero del 2017— es políticamente incorrecta: se centra en hablar de la salud de Lenín Moreno. Un tema del que, al parecer, no se puede tocar, porque se lo consideraría un acto discriminatorio. ¿Por qué? Porque a pesar de ser el rostro  y promotor de una misión solidaria que buscaba conocer la realidad de las personas con discapacidad en Ecuador —para partir de un dato certero y generar políticas y programas de ayuda real—, Lenín Moreno no puede ser tratado por lo que es: una persona con una discapacidad. Es como si la política se esforzara por no dejarnos ver una condición humana por la que el mismo Moreno ha luchado. Como si verla fuese un problema, como si debiéramos acostumbrarnos a no nombrarla, como si el camino fuese pasarla por alto, hablar en voz baja de ella. Como si la discapacidad de Lenín Moreno debiese invisibilizarse.

Y por justicia a él, como persona y candidato, no debemos hacerlo.

Una discapacidad a veces trae complicaciones en la salud de quien la padece. Nosotros, los electores, no podemos pasar por alto la posibilidad de que Lenín Moreno no tenga la salud suficiente para ejercer su cargo.La salud suele ser un aspecto privado de las personas, pero en los políticos cobra relevancia pública y por eso hay un intenso debate sobre si los candidatos deben revelar su estado físico. “El público tiene el derecho de saber si el candidato tiene alguna razón para creer que morirá en el cargo” — dijo hace unos meses George Annas, jefe del Departamento de Derecho de Salud, Bioética y Derechos Humanos de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Boston— “pero más allá de eso, creo que el Presidente tiene el derecho de mantener reservada su información sobre salud física y mental”. En 2004, según una encuesta de Gallup, 84% de la población estadounidense pensaba que era un factor que debía conocerse. En la elección que acaba de ganar Donald Trump, tanto el candidato republicano como su rival demócrata divulgaron información sobre su salud. En 2012, el Senado colombiano aprobó una solicitud para pedirle al vicepresidente Angelino Garzón que se sometiera a exámenes médicos para determinar si podía seguir en el cargo después de un accidente cardiovascular. El estado de salud de Hugo Chávez y el secretismo alrededor del tema fue, quizá, el inicio de la grave crisis que atraviesa hoy Venezuela. En el Ecuador, este es un tema que debemos discutir con respeto y altura, porque nos pondría, de golpe, ante una certeza: si sucediese algo, el presidente sería Jorge Glas.

Y aquí empieza el problema.

¿Usted votaría por Glas?

¿Conoce a alguien que votaría por Glas?

La perspectiva de que Jorge Glas sea presidente aterra. Es cierto, no se lo puede acusar de nada, pero los últimos y fuertes escándalos de corrupción de gente que se ha movido alrededor de él, nos deben obligar a pensar lo que significaría tenerlo como cabeza del Ejecutivo: una persona a quien la corrupción orbita, como si su gravedad la atrajera y no se pudiera desprender de ella.

Por más que envíe cartas a medios panameños exigiendo —con justa razón— que prueben las afirmaciones de que está involucrado en investigaciones graves en el país centroamericano, Glas no puede ignorar nada de esto. Él debe aceptar que todo lo que ha pasado en las últimas semanas —incluyendo prisión de varios funcionarios de Petroecuador, dinero en tumbados, y fuga de funcionarios, aparentemente con la ayuda de alguien que les avisó que los iban a detener para investigaciones— lo coloca en la posición de, al menos, ser incapaz de descubrir y evitar que la gente que trabaja a su alrededor se enriquezca ilícitamente. Peor, hacer algo para detenerlos. No basta con salir y hacer la denuncia. No ayuda. El Estado —al que Glas pertenece— queda debiendo y mucho. Carlos Pareja Yannuzzelli sonríe en este momento.

***

Durante la inscripción de la candidatura, a Lenín Moreno se lo vio cansado, como sin ganas.

No sonreía. O lo hizo muy poco.

Hay fotos de ese momento, imágenes que se tomaron en el lapso de una hora. De cincuenta, solo en tres sonríe. Se lo ve distante.

Alianza País, al lanzar un binomio Lenín Moreno-Jorge Glas parece intentar una maniobra política. No estamos votando por los dos candidatos, sino por la gran posibilidad de que Moreno, por su salud —insisto con la necesidad que tenemos de pensarlo—, tenga que retirarse y Glas deba asumir las funciones de Presidente. Pero eso no es lo que nos proponen de entrada: solo hay silencio, no tenemos explicaciones, encontraremos reclamos si lo preguntamos y los “aquí no pasa nada” de siempre. Este juego de marketing político servirá de base para  hacer un enroque en el futuro, cuando, con mucha pena, anuncien que la salud de Lenín Moreno no le permitirá continuar en el cargo para el cual fue elegido. Tendríamos como Presidente a alguien por quien no se ha votado para esa posición. Sería una jugada de alineaciones que se preparan debajo de la mesa, mientras a los mandantes se les presenta una versión oficial más, de las tantas que Alianza País se ha acostumbrado a dar en estos diez años.