Cuando Latinobarómetro preguntó a los ecuatorianos si, en una escala de 1 a 10, donde 1 significa «el Estado debe resolver los problemas» y 10 «el Mercado debe resolver los problemas», ¿dónde se ubicaría usted?, la mayor parte tendió a tomar una posición intermedia. Es decir existe la legitimación social para una alianza público-privada que es fundamental para el éxito de cualquier estrategia de desarrollo.

Seguir en una idea Estado versus mercado es muy peligrosa y estéril: es la calidad de la cooperación entre los dos donde está la clave de un desarrollo inclusivo. Lo interesante es que el votante medio parece tener más clara la importancia del Estado y  la economía de mercado en el desarrollo, si lo comparamos con visiones más extremas desde los sectores políticos, empresariales e incluso académicos. Cualquier estrategia de desarrollo viable inevitablemente significa una alianza público-privada basada en la confianza y el diálogo. Ambos sectores deben verse como complementarios y no como sustitutos, y enfocarse en la mejora de la productividad y no de la rentabilidad empresarial.

Quién debe resolver los problemas en el Ecuador

Es la pregunta que Latinobarómetro hizo a los ecuatorianos

El mundo de hoy está fuertemente marcado por el desarrollo tecnológico y —sobre todo— por la velocidad de los cambios que ha modificado radicalmente la forma en que producimos. El rostro negativo de la revolución tecnológica actual es que ha hecho que cada vez  sea más  difícil competir internacionalmente para los países en desarrollo, tomando en cuenta nuestra estructura sociodemográfica actual: millones de trabajadores no calificados, muchos de ellos inventando trabajos para sobrevivir en el sector informal. El  reto clave de la política industrial en un horizonte de largo plazo debe ser  alentar la formación de una nueva clase empresarial vinculada al cambio tecnológico. No se trata de escoger ganadores sino de generar oportunidades empresariales, sobre todo en sectores vinculados a las denominadas tecnologías de crecimiento exponencial: biotecnología y bioinformática, sistemas computacionales, redes y sensores, inteligencia artificial, robótica, manufactura digital, medicina y nanomateriales y nanotecnología. La idea es ver en cuál de ellas podemos encontrar oportunidades, sobre todo tomando en cuenta, que cuando las revoluciones tecnológicas están en su fase inicial de desarrollo, se abren  oportunidades para que países rezagados puedan dar saltos al desarrollo.

En las últimas décadas, una buena parte de las innovaciones en el mundo han venido de empresas nuevas y pequeñas, como por ejemplo Apple y Microsoft en sus inicios. Ante ello, surge la pregunta: ¿cómo es que estas empresas innovan si no tienen suficientes recursos para emprender actividades de Investigación y Desarrollo (I+D), por lo general extremadamente caras y riesgosas? La respuesta a esta paradoja es que toman el conocimiento e ideas que necesitan de universidades y laboratorios de investigación. En Las buenas ideas, una historia de la innovación, el divulgador científico Steve Johnson divide a las innovaciones que han surgido a lo largo de  la historia: de naturaleza mercantil/individual, mercantil/red, no mercantil/individual y no mercantil/red. La innovación es ante todo un fenómeno colaborativo: ha surgido principalmente en entornos de naturaleza abierta como las universidades y laboratorios de investigación. Lo que hacen muchos emprendedores, es tomar varias ideas o tecnologías desarrolladas en universidades, combinarlas, utilizar un gran diseño y luego ponerlas en el mercado.

El objetivo de la política industrial debe dirigirse a no sólo financiar actividades de I+D: sobre todo, a incentivar que las universidades y laboratorios de investigación generen entornos propicios para que las ideas puedan conectarse, vincularse, y recombinarse. Rara vez las buenas ideas son epifanías que surgen de la mente de un científico o inventor solitario, sino que surgen a través de redes. Si los individuos que las tienen forman parte de redes densas que les permiten conectarse con otros, pueden provocar lo que los economistas llaman derrames del conocimiento: un tipo de conocimiento generado en un lugar determinado es utilizado en otro lugar. Para ello, se necesita generar un sistema de educación superior, ciencia y tecnología flexible, abierto y hasta cierto punto autoorganizado. Si el sistema de regulación universitario es de tipo jerárquico, burocrático y excesivamente controlador, lo más probable es que las nuevas ideas deban ser aprobadas por las autoridades antes de ser puestas en práctica, generando un modelo contrario al que necesita la innovación y creatividad para florecer. El desafío está en encontrar el equilibrio entre orden y caos: promover el trabajo colaborativo y la circulación y  difusión de las ideas por toda la economía,  y evitar el fraude académico.

Para entender cómo funciona esta relación simbiótica entre el sector público y privado  (y sobre todo comprender cómo interactúan), tomemos algunos ejemplos de la economista Mariana Mazacatto en su libro El estado emprendedor. Por ejemplo, internet fue un proyecto de la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa de Estados Unidos (Darpa, por sus siglas en inglés) llamado ARPANET. Al inicio, conectaba unos pocos centros de investigación. Se popularizó a nivel comercial en 1994 con la aparición del navegador Netscape, que  estaba basado en investigación de la Universidad de Illinois. El Instituto Nacional de  Salud de los EE.UU fue crucial para el 75% de los medicamentos más revolucionarios. Los capitales de riesgo sólo empezaron a invertir en emprendimientos de biotecnología veinte años después que los principales avances científicos fueron realizados por universidades y laboratorios de investigación. El microondas nació de la tecnología del radar, desarrollada con objetivos militares.  Los semiconductores fueron desarrollados por laboratorios Bell a partir de un programa de investigación financiado por el sector público. En los estados iniciales de la industria, la principal demanda provino del sector de Defensa. La lista de tecnologías desarrolladas con fondos públicos y luego aplicadas comercialmente por emprendedores visionarios es inmensa.

La función del gobierno americano no fue limitarse a generar conocimiento para ser utilizado por nuevos emprendedores o empresas ya establecidas, pues fue más allá: apoyo a la fase de innovación y comercialización de nuevos productos. El primer auto de Tesla fue financiado con un crédito de 475 millones de dólares garantizado por el gobierno de Estados Unidos. Al programa del gobierno americano Small Business Innovation Research (dirigido a financiar a  pequeñas firmas de innovación) se lo considera un actor crítico en la explosión de las startups. De acuerdo a la economista Mariana Mazacatto, a nivel impositivo las empresas americanas solicitaron la devolución de más de ocho mil millones en gastos en investigación y experimentación como crédito tributario durante el 2008. De acuerdo al libro Innovación y el estado del profesor Dan Bresnitz, el sector público ha desempeñado un rol fundamental en convertir a Israel, Taiwán e Irlanda en líderes mundiales en  Industrias basadas en rápida innovación.

Pero invertir en infraestructura, capital humano e I+D, no basta para generar transformación productiva. Como vimos en los ejemplos anteriores, el conocimiento y tecnología desarrollada en universidades o laboratorios de investigación debe transferirse al mercado por emprendedores que reconozcan las potencialidades comerciales de esas nuevas ideas, pero reconocer oportunidades empresariales (y actuar sobre ellas) no es una tarea trivial: requiere capital humano y cierto tipo de comportamientos, habilidades y talentos, junto a un soporte cultural e institucional del entorno. Por ejemplo, actitudes sociales tolerables hacia el riesgo y el fracaso. Como dice Breznitz: el crecimiento no ocurre en los laboratorios sino en los mercados.

Hace más de cien años Joseph Schumpeter dejó clara la diferencia entre el inventor y el  innovador. El tipo de conocimientos y habilidades que el inventor necesita son muy distintas de la del innovador o emprendedor, más relacionados al liderazgo y la creatividad. Sin embargo, las universidades —y sobre todo las facultades de ingeniería— tradicionalmente se han concentrado en la trasmisión de conocimiento y la ejecución de tareas. No le han dado relevancia a la estimulación de la creatividad e imaginación entre sus estudiantes para prepararlos para que opten por convertirse en emprendedores. Por ejemplo, la educación tradicional enseña a tomar decisiones desde la suposición de que disponemos de toda la información necesaria para resolver un problema determinado, de tal forma que el resto es una cuestión de entrenamiento matemático y estadístico que  permita llegar a la mejor solución posible. Sin embargo, la toma de decisiones de los emprendedores, sobre todo en entornos volátiles como Ecuador se da en un ambiente de incertidumbre, con poco acceso a información y en los que las personas usan otros procesos cognitivos, distintos al razonamiento lógico, y más relacionados a la creatividad. Se debería incorporar  educación empresarial en la malla de estudios sobre todo en las escuelas de ingeniería: la educación empresarial no se restringe a enseñar principios básicos de contabilidad, administración y construcción de plan de negocios, sino que abarca, también, el desarrollo de actitudes hacia el emprendimiento.

El más importante cambio cultural hacia la creatividad está en las escuelas primarias y secundarias. Lamentablemente, como dice el profesor Ken Robinson en una charla TED, el sistema educativo actual está basado en una normalización y un amoldamiento que anulan la individualidad, la imaginación y la creatividad, y definen la inteligencia básicamente desde el punto de vista del razonamiento verbal y matemático. Sin embargo, según el psicólogo de la Universidad de Harvard Howard Gardner los seres humanos no poseemos una sino múltiples inteligencias: lingüística, musical, matemática, espacial, kinestésica, interpersonal e intrapersonal. Y no hay una supremacía de una sobre las demás. Un sistema educativo que aliente el desarrollo de estas diferentes inteligencias y habilidades individuales propiciará una sociedad del aprendizaje y la creatividad. Si el modelo educativo es extremadamente estandarizado —similar a un sistema de producción en masa— y ejerce un excesivo control sobre maestros y alumnos,  simplemente estamos ahogando su potencial creativo.