La mitad del tiempo que Rafael Correa ha sido Presidente del Ecuador, Guillermo Lasso se ha pasado en campaña electoral. En 2012 renunció al Banco de Guayaquil para empezar la búsqueda de la presidencia, pero —si somos un poco mal pensados— con su proyecto del Banco del Barrio ha recorrido el país desde 2008. El exitoso proyecto de banca popular, en algún momento pareció un proxy para el establecimiento de bases políticas. En las elecciones de 2013, su decoroso segundo puesto generó dos proyecciones políticas: la primera decía que en 2017 Lasso llegaría a Carondelet, la segunda decía que era el tope histórico del por-siempre-candidato Lasso. Cuando la crisis golpeó con fuerza al Ecuador en 2015, parecía que la primera teoría cogía forma. Un año después, Lasso ha perdido el segundo lugar de las encuestas, pero insiste en una estrategia de comunicación sosa, enfocada el público de las redes sociales (donde parecería está el triunfo) y con una serie de mensajes que, cada vez más, parecen totalmente desconectados de la realidad ecuatoriana. En uno de sus últimos comentarios en Twitter, Lasso escribe desde una burbuja como en la que viven algunos abuelitos nonagenarios: desconectados de la realidad, haciendo suposiciones simples para explicar problemas complejos y llegando a conclusiones totalmente extemporáneas. Lo puso en estos términos pero después lo borró:

https://twitter.com/_MCINT0SH/status/788831050537369600

Lasso ha logrado en 140 caracteres simplificar —sería mejor decir ha asesinado el debate sobre—  tres complejas áreas de la vida ecuatoriana: educación, empleo, y drogas. Su tuit debería ser guardado para las clases sobre falacias en toda escuela secundaria que hable español. Pero no solo su razonamiento está lleno de premisas falsas, sino que nace de la acomodada burbuja en la que siempre ha vivido (esa que lo hace presentar un viaje en clase turista como una proeza social). Guillermo Lasso revela varias cosas con su tuit, que también advierten un desenlace funesto para su cada vez más perdida campaña.

Pero vamos por partes. Empecemos por el reduccionismo de la drogadicción. Según Lasso, a la droga se llega por desocupación juvenil. Además, supone que enviándolos al extranjero, las mamás evitarán que sus hijos “se metan” en ese mundo. Esto revela el estado de extravío que Guillermo Lasso tiene en el mundo de hoy: en las universidades “del exterior” lo que más hay es drogas. Al menos en Estados Unidos, hay una cultura estudiantil que ha normalizado el uso de drogas para mantener la concentración. En Europa, pasa igual. Basta haber vivido un fin de semana con universitarios alemanes u holandeses para atestiguar que las drogas fluyen con naturalidad entre ellos, sin mayor escándalo ni tragedia. Nadie se pone triste en una fiesta en Berlín o Madrid cuando alguien saca la cocaína. Por el contrario, es cuando más contenta se pone la gente. Pero en el mundo de Lasso, el exterior es bueno e inmaculado, libre de los vicios locales. Es un argumento de tragicomedia propio de la esposa del reverendo Alegría de los Simpsons que siempre anda gritando que si alguien puede pensar en los niños. Lasso tiene los principios ultraconservadores de una abuelita nacida en la década de 1920, y tampoco se ha ocupado de entender cómo funciona el mundo actual. Si se tomara la molestia, sabría que Estados Unidos (a donde las mamis mandan a los hijos para salvarlos de la droga, según él) es el mejor país para conseguir drogas, o que el Reino Unido es el campeón mundial de consumo de novel psychoactive substances. Si leyera el reporte de la ONU, sabría que la mayor ruta de la cocaína andina es hacia España, un país que él frecuenta. ¿Puede un candidato a la presidencia saber tan poco del mundo?

Lo más grave, sin embargo, no es la ignorancia de Lasso, sino las conclusiones que esa ignorancia lo hace sacar. Según él, las mamis mandan a los bebes afuera para librarlos de la droga, ese mundo malvado al que se llega por el desempleo. La lógica lassista es que sin trabajo, solo se puede volver hacia los vicios. Es probable que esto sea un reflejo de la vida de un hombre que trabaja desde los 16 años (que es uno de sus mayores méritos, valga decirlo), pero también es un espejo de cómo entiende él la sociedad: buenos versus malos, maldad versus bondad. Eso suele desembocar en mecanismos legales que privilegian las estrategias represivas. Basta recordar su campaña de mano dura mientras fue gobernador del Guayas: “No queremos meterlo preso, pero la ley es la ley”. Además hizo arrestar al alcalde de Cojimíes violando el proceso cuando éste montó una protesta porque el Estado central —del que Lasso era el representante en Guayas— le debía seis meses de asignaciones presupuestarias. La frágil memoria del Ecuador nos ha hecho olvidar que Guillermo Lasso tiene el mismo ímpetu autoritario que ahora dice rechazar.

Cada vez que alguien como Lasso llega al poder (Correa y Nebot, por ejemplo), aumenta la imposición de una disciplina por la fuerza. Se trata de imponer un modelo de ciudadano (sea el regenerado, en Guayaquil, o el revolucionario, a nivel nacional) mediante la coerción y no mediante la persuasión. Estos discursos de represión desconocen las verdaderas raíces de un problema como la droga, y se aleja del propósito pacifista de despenalizarla para acabar con la violencia que rodea su tráfico. Es decir, Guillermo Lasso es un ultraconservador más parecido a los dos políticos con quienes peor se lleva (Correa y Nebot) que a, digamos, Antonio Escohotado, el filósofo español de cabecera de algunos de sus asesores.

Para remate de la pobreza intelectual, Lasso habla de un minúsculo grupo de jóvenes ecuatorianos. Esos a los que los padres, de un día a otro, les pueden decir: coge un avión y ándate a estudiar a Boston (o Barcelona, o París, o lo que fuere). Porque no está hablando de los becarios estatales. Si fuera así, Lasso tendría en cuenta que las aplicaciones para las becas de la Secretaría Nacional de Educación Superior Ciencia y Tecnología (Senescyt) toman algunos meses (unos cinco o seis). Es un proceso largo, y nadie anda diciéndole a sus hijos: “Carlos Xavier, ándate a hacer una aplicación a la Senescyt que si no te vas a meter en la droga porque no consigues trabajo”. No, Lasso habla de las opciones de los privilegiados. ¿Por qué se ha refugiado Guillermo Lasso en su bastión de clase media alta? Parecería que su zona de confort son las redes sociales: una burbuja de histeria e indignación que no muestra el país verdadero parece un buen lugar para alguien que se siente cómodo en su burbuja. Tal vez por ahí podrían empezar a encontrar las explicaciones cuando, en febrero de 2017, llegue cuarto o quinto en las elecciones. La estocada final para su campaña podría caer cuando anuncie su candidato a Vicepresidente.