¿Por qué es relevante el ascenso y desaparición de una de las estrellas más jóvenes de la así llamada Revolución Ciudadana? Por una razón sencilla pero poderosa: Rivadeneira fue la cabeza de un legislativo encabezado por tres mujeres, un gesto político que pintaba como un punto de quiebre en la hipermachista historia política ecuatoriana, pero terminó convertido en la perpetuación de los vicios patriarcales de nuestro país: Rivadeneira fue la primera de las mujeres en el país en ratificar la supremacía del padre autoritario, sexista y condescendiente que ha regido la política en el Ecuador. Ella, Rossana Alvarado y Marcela Aguiñaga componían la tríada directiva de la Asamblea Nacional que muy pronto terminó reducida al deber de obediencia frente a Correa. Nunca pudieron representarnos con un ápice de dignidad. Aguiñaga dijo “seré sumisa una y mil veces cuando se trate de luchar y reivindicar los derechos de la mujer”, una paradoja triste y pobremente elegida, como si Rosa Parks, en medio de la lucha por la igualdad de derechos para los negros en los años cincuenta en Estados Unidos, se hubiese llamado “esclava a la hora de la igualdad ante la ley”. Alvarado mantuvo un vergonzoso silencio cuando las asambleístas Paola Pabón, Soledad Buendía, María Alejandra Vicuña, Blanca Arguello y María Augusta Calle fueron sancionadas por querer que se despenalice el aborto en casos de violación. Rivadeneira hizo lo mismo. La obediencia antes que la razón. Los compromisos antes que los principios.
Pero no es esta transacción la que le ha costado el puesto a Rivadeneira. Su conducción de la Asamblea ha sido criticada, incluso dentro de Alianza País. Muchos se han preguntado cómo habría sido un legislativo en manos de Rivadeneira sin el dominio total del partido, y han puesto en duda su capacidad política en la Asamblea que se elegirá en 2017 que estará mucho más fraccionada que la actual. La incapacidad de aprobar ciertas leyes, como la de Cultura (o Culturas, porque ni ellos mismos han sabido cómo llamarla), sus deslices discursivos que le han buscado pleitos innecesarios (como pedir que los pobres coman pan y los ricos mierda, decirle a una asambleísta que no diga después de que es perseguida política), o la pobreza de sus discursos (en especia el del 24 de mayo de 2016, en el último informe a la Nación del presidente Correa) han hecho que las siete cabezas de las facciones dentro de Alianza País le bajen el pulgar.
Muy pronto Gabriela Rivadeneira entrará en el ocaso político del que muy pocos vuelven. No es una historia nueva en la voraz política, pero sí es una movida radical en el ajedrez de Alianza País. Nada más en junio de 2016, Rivadeneira aún coqueteaba con la posibilidad de incluso ser la candidata a la presidencia de la República. Cuando salió a desmentir un video que circulaba en redes sociales bajo el slogan “Gabriela Presidenta”, fue enfática al negar que sea de su autoría pero lanzó una frase que mostraba todas sus cartas: “jamás puede malinterpretarse como parte de una campaña que todavía falta”. Hoy, a un mes de que haya que inscribir candidaturas, parece que la de Gabriela Rivadeneira no será una de ellas. Su posición como expresidenta de la Asamblea le representa un estrecho margen de maniobra política: no tiene la fuerza electoral suficiente para correr en los primeros lugares de la lista que presente Alianza País, y ocupar unos casilleros menores se vería, directamente, como una pérdida de rango. Ningún general vuelve a ser soldado: tan solo se jubilan.
Rivadeneira desperdició una oportunidad histórica. A mí me entusiasmó su llegada a la presidencia de la Asamblea, a pesar de que era escéptica de una Asamblea controlada totalmente por un solo partido: me parecía que una mujer joven, de Otavalo una provincia tradicionalmente olvidada como Imbabura, podía ayudarnos a dar un salto cuántico como país: a dejar de hablar de la política como si se tratase de una competencia de machos cabríos, donde los cojones y las referencias a faldas y pantalones pudiese ser olvidada. Pero nada de eso sucedió. Rivadeneira nos ha dejado claro que para ella las cosas solo cambian de forma, pero no de fondo: tejer un tapiz parecería ser más importante que escuchar a las recomendaciones y preocupaciones del Comité de Derechos Humanos de la ONU en materia de género y “adoptar medidas efectivas para aumentar la participación de las mujeres en cargos de elección unipersonal o nivel local”. Rivadeneira no cambió la historia, sino que perpetuó la perversión: llegó al poder sólo porque estuvo al lado del hombre correcto en el momento correcto. Es probable que muchas mujeres que no simpatizan con ella se alegren de su pobre desempeño, pero en realidad es un revés que nos afecta a todas: cuando Barack Obama fue elegido Presidente en 2008, el comentarista político Bill Maher dijo en uno de sus programas que Obama podría ser el primer y último presidente negro de los Estados Unidos. La responsabilidad histórica que cargaba era inmensa. Un peso similar llevaba Gabriela Rivadeneira sobre los hombros, pero hacia las mujeres. Susana González la precedió en esa lucha en el 2000 y fue, también un triste paso: pasaron trece años hasta que una segunda mujer presidiera, desde 1831, el legislativo ecuatoriano. Ahora, mientras el presidente Correa denuesta a una candidata diciéndole que hable de maquillaje y no de economía (me pregunto cuánto se hubiese ofendido si alguien decía que su hija Anne Dominique hable de peluquerías y no de ciencia política), las mujeres podemos estar seguras de que las elecciones del 2017 nos volverán a hacer de lado y se jugarán con lenguaje, estrategias y viejos insultos de machos. Pero no sólo eso: es probable que la próxima Asamblea esté dirigida, de nuevo, por un hombre. Después de todo, el que encabezaría las listas de asambleístas por Alianza País sería el Ministro de mano dura, José Serrano Salgado.
*Inicialmente se había dicho que Gabriela Rivadeneira es de Tungurahua pero este error ya se ha corregido.
Fotografía de Agencia de Noticias ANDES bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0