Jugada maestra, inesperada, emocionante.

¿Lo necesitaba? Bob Dylan no necesita nada.

¿La academia sueca que entrega el premio? Quizás. Sí.

La sorpresa de los periodistas cuando escucharon a Svenska Akademien anunciar a Bob Dylan como el ganador del Nobel de Literatura, es la misma sorpresa de todos. Gritos de alegría y de estupefacción. ¿Importa? Sí y no.

No hay que tomárselo tan en serio. Hay que celebrarlo como si se tratara de la alegría de un amigo.

Finalmente es un premio que define, en teoría, calidad y antes de recibirlo, sabíamos que Robert Zimmerman —su nombre real, por si recién salen de debajo de la piedra en la que vivían hasta hace 10 minutos— era la calidad personificada. Incluso más allá del manejo de las herramientas que están al servicio del cantante. Dylan no canta y con el tiempo cantó menos —su voz es evidencia de que los sonidos hermosos  funcionan por las palabras que se pronuncia— . Pero en él eso no es importante. Dylan siempre contó historias y emocionó y dejó oídos y bocas abiertas para que la palabra entrara en cada uno de nosotros.

Las canciones de Dylan son agujas hipodérmicas que permiten el paso de interminables vidas y experiencias humanas en nuestros cuerpos.

Dijo Bruce Springsteen en 1988 —cuando presentó a Dylan en su ingreso al Rock and Roll Hall of Fame— que mientras Elvis liberó nuestro cuerpo, el viejo Bob liberó nuestra mente. Y lo dijo bien.

Hay una conciencia popular y una convención generalizada alrededor de la belleza e intensidad de su obra. Por eso hoy celebramos que muchos estamos en el mismo nivel, percibimos lo mismo. Dylan lo ha conseguido. Gracias a él, hemos conseguido un acuerdo feliz en un mundo de constantes desacuerdos. Por eso es tan necesario algo como esto ahora. Hoy más que nunca.

El Nobel no es reconocimiento, es prueba de que en temas de apreciación, quizás esos señores suecos quieren estar a la altura de los tiempos, incluso cuando están fuera de tiempo. Dylan pudo haber ganado esto antes; su gran obra es la obra del adolescente curioso, del que quemó las naves y dejó la guitarra acústica y agarró la eléctrica, del que en la primera estrofa de Visions of Johanna nos puso la piel de gallina. El resto de su trabajo, igualmente magnífico, vive bajo la sombra de cosas las cosas que hizo cuando tenía 20 o 30 años.

Escuchen “Modern times”, su disco de 2006 y “The Tempest”, de 2012. Dylan todavía sabe removernos.

Hoy acaba de remover cierta conciencia editorial. No se venderán libros del Nobel, se escucharán y descargarán miles y miles de veces sus canciones en Spotify.

El acto final de desacralización va a ser cuando, en lugar de leer un discurso en la entrega del Premio, tome una guitarra y cante lo que quiera. Espero que lo haga. Cruzo los dedos. La literatura es vida, es sonido y es también guitarra acústica.