Unos cuantos días después de la muerte de Juan Gabriel, un caprichoso grupo de mexicanos decidió convocar marchas “a favor de la familia” (es decir, en contra de homosexuales). Con la bella ironía latinoamericana, México enterró a su divo de Juárez con un fondo homofóbico e insensible. La novelería de mis amigos guayaquileños no tardó en seguir paso, y de repente me encontré con un nuevo despertar en mis redes sociales de la homofobia cristiana que conozco bien. En un meme especialmente interesante, se ve una secuencia de imágenes: homoesxuales pecaminosos casi desnudos, otros afeminados perreando en tanga, y al final una pareja de hombres en ropa formal, acurrucados en inocencia. En letras grandes: “A causa de esto sigue siendo mal visto esto.” Los de las primeras imágenes son públicos y radicalmente homosexuales, y como sugiere el texto, es así como se piensa que la homosexualidad se vive.

Siempre solamente imaginados, los homosexuales en Ecuador quedamos reducidos a las primeras imágenes baratas y cómicas, cementadas en la mente colectiva en gran parte gracias a la influyente televisión del país. ¿Pero qué significa que ser gay en Ecuador permanezca una caricatura, algo inventado y sólo de humor? ¿Cómo podríamos existir si lo único que aprendimos es a ser el chiste que nadie quiere en la vida real, pero todos disfrutan oír y ver en la pantalla?

Los ecuatorianos aprendemos mucho mediante la televisión. Aunque nos estamos digitalizando, el programa mañanero, las novelas viejas, la farándula, el noticiero de la noche y las novelas nuevas todavía dominan nuestras casas, horarios y mentes. Al igual que las canciones de Facundo y Colgate, nos sabemos de memoria la caricatura homosexual en nuestra programación estelar: amanerado, exagerado, sensible, sexual. Ante todo, con el único propósito de hacer reír. Aunque muy católica y machista, la sociedad ecuatoriana adora a este personaje afeminado y predecible, usualmente el hazmerreír del show. Hasta nuestros tíos recontra machos aman a este personaje que se ha repetido durante años en diferentes versiones. Toño Palomino del actor Martín Calle, Batman y Robin en el Ni En Vivo Ni En Directo de los años noventa. Nos reíamos de Angelo Bembahona, y Piruba porque eran hombres actuando como mujeres con exageraciones ridículas. Todos sabemos qué significa cuando una comedia ecuatoriana pone esa fanfarria cursi de trompeta: una insinuación homosexual, un aviso de que es hora de reírnos de los maricones en pantalla. La única dimensión de estas escenas y sus personajes estrafalarios es hacer reír. El espectáculo gay recuerda a la audiencia que el homoesxual es un chiste, una caricatura amanerada que sólo existe en comedia y burla.

Por supuesto, todo a la distancia: esos comportamientos no se permiten en casa o en la familia. Se aceptan sólo para reír y divertir. Salir del clóset en Ecuador sigue siendo un enorme riesgo. Para muchos significa la muerte social —o, en algunos casos, la muerte literal. Mientras escribo esto, circula por mis redes sociales una foto de un joven homosexual desaparecido en Guayaquil, internado en un centro para torturarlo «de vuelta» a la heterosexualidad. Aunque sí existen familias que aceptan a miembros gays, piden una enorme condición: mantenerlo en secreto. En la serie de Ecuavisa El Secreto de Toño Palomino, Martín Calle personifica a un actor en crisis que se convierte en panadero homosexual. Su secreto es que en realidad no es ni Palomino, ni gay. Cada vez que aparece el personaje del personaje, la pantalla explota en rosado, mentiras, sexualidad y feminidad exagerada.  Reflejando la realidad, no hay más que un secreto para ser gay en el Ecuador: mantenerlo oculto y privado, salvo cuando causa risas descontroladas. Lo único que podemos hacer en público es reír con libertad de la mariconada. Es como si alguien nos dijera: “No me molesta que seas gay, pero no seas amanerado, afeminado, bullicioso ni público. Ahora cállate que ya va a hablar La Vecina, que es cague de risa.” Vaya moraleja.

La caricatura homosexual vende porque es fabulosamente divertida. Se supone que el homosexual es aquel ser brillante y de arcoiris, no el del terno, disimulación y opresiva máscara heterosexual. Pero la verdad es que no somos solamente ni lo uno ni lo otro: nuestra creatividad y capacidad de expresión es verdaderamente infinita porque no está limitada por reglas sexuales y de género anticuadas. El ecuatoriano debe aprender amar a todos los lados de este complicado espectro sexual, y aceptar la complejidad de la experiencia y existencia homosexual. Por el momento, lo único que se imagina es una caricatura barata que a final de cuentas destruye a todo joven gay sus posibilidades de felicidad. Se necesita sacar al homosexual fuera de la imaginación y de vuelta a la mundana realidad. Si no, todo homosexual terminará siguiendo odiándose a sí mismo, su cuerpo y su futuro secuestrado y de segunda mano. Nos hemos lavado el cerebro para creer que no se puede ser abiertamente homosexual y, al mismo tiempo, decente, coherente, o siquiera algo más que un chiste. En realidad, nos hemos criado con un solo modelo del gay, descrito en este texto. Fuera de estos márgenes, no lo concebimos. “No parece maricón,” “no se le nota,” “no es una loca,” escuchamos una y otra vez. Como si solo hubiese una forma de ser y actuar, como si el infinito espectro homosexual pudiese ser reducido a estas caricaturas.

Crecer en el clóset ecuatoriano, escondiendo identidad y deseo ya es una lucha, pero resulta peor cuando no hay nadie en la pantalla que dé esperanza o un reflejo humano. Los únicos homosexuales abiertos disque exitosos de la televisión nacional son estilistas, o chismosos, o personajes de comedia. No hay un punto medio: a un extremo están los afeminados, las locas que adoro, al otro están los disimulados, los machitos que detesto. O te conviertes en una caricatura, o mejor no dices nada. A fin de cuentas, si revelas tu sexualidad, te imaginan de una sola manera: en el infierno, desnudo, amanerado y perreando en público.