El 8 de julio pasado Uruguay, el país hispanoparlante más pequeño de Sudamérica, venció a la gigante tabacalera Philip Morris. Lo había demandado en un juicio arbitral que duró seis años en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (Ciadi), entidad dependiente del Banco Mundial. La empresa buscaba una compensación a las políticas públicas antitabaco con las que Uruguay, pionero a nivel regional, quería limitar radicalmente su consumo. El juicio, de acuerdo al presidente uruguayo Tabaré Vásquez, buscaba amedrentar a otros países usando a una pequeña nación como la suya como chivo expiatorio. Con lo que no contaba Philip Morris, es que Uruguay es un país pequeño pero valiente, inteligente y centrado en unos valores humanistas. Una combinación que le dio la fuerza necesaria para tumbar a un gigante mundial del tabaco, que anualmente factura más de 70 mil millones de dólares: 1,4 veces el PIB uruguayo.

En términos de políticas públicas, Uruguay tiene un récord que habla por sí solo. En las dos presidencias de José Batlle (1903-1907 y 1911-1915), el país fue precursor regional de reformas sociales radicales: la ley de jornada laboral semanal de ocho horas, la ley de sufragio femenino, una ley de accidentes y protección laboral, y el primer seguro de desempleo. Estas medidas y otras que se gestaron a lo largo del siglo veinte —como la negociación colectiva por ramas a través de los consejos de salarios (1943)— modelaron la esencia socialdemócrata uruguaya. Ello implicó una gestión del desarrollo nacional que buscaba los equilibrios y la protección de los derechos sociales de sus ciudadanos. Algo que ha ocurrido como política de Estado, independientemente de la tendencia política de los gobiernos. Es una característica de la sociedad uruguaya, poco dada a las estridencias y a las desigualdades extremas. El país registra el coeficiente de desigualdad del ingreso (Gini) más bajo de la región (38% a nivel urbano en 2014 según la Cepal). Como dijo el expresidente del club de fútbol Peñarol, José Pedro Damiani, “en Uruguay no hay ricos, hay riquitos”. En parte, porque las empresas más grandes del país están en manos del Estado. Otro tanto por un problema de escala, dado el tamaño económico del Uruguay. Y, finalmente, por una clase dirigente —José Batlle era un aristócrata progresista, casi un oxímoron— que cultivó la autocontención quitada de bulla. Ese es el país del que Philip Morris quería hacer una lección, y del que ha terminado por recibir una.

La ley antitabacos uruguaya es un buen ejemplo de la gestación de una política de estado a la uruguaya. En 2003, durante el gobierno de Jorge Batlle (sobrino nieto de José Batlle),  del partido Colorado, se aprobó actualizar la legislación uruguaya a partir del convenio marco de la OMS sobre políticas de control del tabaquismo. Esta lógica continuó en la presidencia del frenteamplista Tabaré Vásquez que impulsó una serie de normas y políticas para la reducción del tabaquismo desde 2005, cuando el consumo alcanzaba el 35% de la población adulta. Las medidas incluyeron una ley draconiana que prohibía fumar en espacios cerrados y limitaba fuertemente el mercadeo de marcas de cigarrillo. Tal como reportó la BBC, en los hechos, Uruguay se convirtió en el quinto país a nivel mundial, y primero latinoamericano, libre de humo.

La decisión uruguaya no cayó nada bien en la industria tabacalera. Sobre todo, a la principal empresa del negocio, Philip Morris. Históricamente asociada al fuerte lobby que impidió en el pasado intervenir la industria, Philip Morris intentó evitar las restricciones asociadas al convenio marco de la OMS. Pero que un país pequeño y sudamericano como Uruguay, quisiera estar en la vanguardia del antitabaquismo, colmó el vaso de Philip Morris, que preveía un efecto en cadena no solo en la región, sino a nivel mundial. Por ello, en 2010 lo demandó: pedía ante el Ciadi que Uruguay le compense económicamente por la prohibición de venta de algunas variedades de cigarrillos (particularmente en varios tipos de Marlboro light), y por lo que consideraban un abuso por el tipo de publicidad “catastrofista” que les obligaban utilizar para mostrar sus productos. La demanda —por apenas 25 millones de dólares— no buscaba la reparación económica. Philip Morris quería subyugar y aleccionar al resto.

Uruguay comenzó a juntar apoyos de todo el mundo. Con inteligencia, el gobierno de José “Pepe” Mujica captó la atención de diferentes y disímiles fuentes de respaldo. Organizando en su suelo la conferencia de partes del tratado de la OMS contra el tabaquismo, incluyendo a organizaciones internacionales como la OMS y la OPS, a organizaciones sociales como Cancer Society y Campaign for Tobacco Free Kids, y hasta a líderes conservadores, como el ex alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg. Uruguay fue incluso más audaz: golpeó a Philip Morris en su propio suelo, cuando legisladores de Suiza, país donde la multinacional tiene su sede, respaldaron la medida del pequeño país sudamericano. El efecto en cadena dejó en evidencia el absurdo de la demanda de Philip Morris, nunca mejor retratada en toda su perversidad y desfachatez, que en la implacable crónica de humor ácido de un conocido nuestro: John Oliver.

Tras seis años, finalmente el Ciadi falló a favor de Uruguay el 8 de julio de 2016, obligando a Philip Morris a pagar las costas judiciales. Más que en lo económico, el fallo fue un mensaje potente para darle una legitimidad enorme a la lucha contra el tabaco y a la lógica con la que se articulan políticas públicas como las del gobierno uruguayo (que hizo caer el consumo de 35% a 22,5% entre 2005 y 2014). Porque, como dijo su presidente, Tabaré Vásquez, al recibir el dictamen, “no es admisible priorizar los aspectos comerciales por encima de la defensa de los derechos fundamentales como son la vida y la salud». Con esa fuerza, Vásquez (médico de profesión) acaba de proponer la semana pasada durante la Asamblea de la ONU, la creación de un fondo de combate contra enfermedades no transmisibles como el cáncer y la diabetes, asociadas al tabaquismo, el alcoholismo, la dieta malsana y el sedentarismo. El pequeño país sudamericano hablaba desde su última aventura triunfal, dando ejemplo y propuestas a la aldea global. Y sentando jurisprudencia para todos.