En un país donde aún 6 de cada 10 mujeres sufren violencia, en la que todavía luchamos por ganar lo mismo que los hombres, una candidata mujer debería ser siempre una buena noticia. Por supuesto, cuando el Partido Social Cristiano es el que está detrás de esa candidatura, la noticia no puede ser buena. Han pasado ya varias semanas desde que el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, anunciara que ella “es el hombre”, y aún esas palabras no han sido cuestionadas con suficiente fuerza por la prensa, ni —lo que es peor— desacreditadas por la propia Viteri. Ella, a tres meses de la declaración, parece estar contenta con poder ser candidata a la presidencia de la república porque es lo más cercano que hay, entre las mujeres disponibles, a un hombre.

Cuando machitos de cepa como Jaime Nebot hablan con esa condescendencia y arrogancia a mujeres (o sobre las mujeres) siempre pienso en la palabra anglosajona mansplaining. La historiadora Rebecca Solnit introdujo el concepto en su ensayo Men explain things to me publicado en 2008. Unos años después, nacería la palabra, que puede traducirse como explicación-de-hombre. Se refiere, por lo general, a un hombre dándole a una mujer una explicación condescendiente sobre cualquier asunto. Una especie de terreno intelectual superior desde la que nos habla a nosotros, las ignorantes. Pero como explicó Solnit en 2012, en un comentario a su ensayo, es una lucha por un trato igualitario: “la batalla para que las mujeres sean tratadas como seres humanos con derechos a la vida, libertad y a tomar parte en la cultura y la política continúa, y es aún una batalla muy oscura”. Nebot, cuando presentaba a Cynthia Viteri como la candidata ideal para las elecciones presidenciales de 2017, le hacía un mansplaining a las mujeres del Ecuador, y al país entero, una justificación absoluta, de por qué ella se merecía aspirar a reemplazar a Rafael Correa: porque es el hombre. A su lado, Cynthia Viteri hacía lo que muchas: callar ante el patriarca. Aceptar que estaba ahí sentada porque era el hombre. Parece que a Viteri le han hecho un mansplaining sobre por qué es candidata, y ella lo acepta.

Han pasado exactamente tres meses y Cynthia Viteri no despierta de la pesadilla machista en que se ha lanzado su candidatura. No hay en sus discursos una sola palabra de reivindicación femenina que no sea nada más que la retórica binaria entre hombres: “Yo quiero ser fuerte de hierro, valiente, para poder exigir aquí y afuera mis derechos y obligaciones”, dice Viteri en una intervención en la Asamblea. En un post de Facebook, hace casi un año, escribió:  “Mujeres ecuatorianas, no decaigan todas tenemos el derecho de levantar nuestra voz sin miedo a ser calladas por personas que se creen “superiores a nosotros”. Pero en su página de Facebook —que es, hasta ahora, su única página oficial— no hay nada sobre eso de ser el hombre. Ahí Viteri ha guardado un silencio complaciente y, quizá, hasta inconsciente. En sus entrevistas habla de reducir impuestos, de bajar las tarifas de luz, de la tregua tributaria de la que ha hablado el candidato de Alianza País, Lenin Moreno, pero no hay nada sobre su rol como mujer en un país de machistas. Viteri entiende su condición de mujer como una ventaja electoral, no como una oportunidad de reivindicación histórica. Eso queda claro cuando solo tiene palabras para criticar al machismo de sus oponentes, pero no para el que sufre casa adentro.

Cynthia Viteri no habla desde el feminismo al que está obligada. Obligada porque ejerce una función pública en un país de índices desastrosos para las mujeres, y porque aspira a la posición de mayor poder que existe, desde donde el lenguaje puede crear cambios sustanciales. Si algo no han entendido históricamente los Presidentes que ha tenido el Ecuador (salvo, quizá, Rodrigo Borja) es el grave peso que tienen sus palabras, de cómo nos moldean como sociedad, de cómo perpetúan o frenan tendencias. Lo primero que deberíamos preguntarnos las mujeres jóvenes, de cualquier tendencia política del Ecuador, es si Viteri —o cualquier otra candidata— se considera a sí mismo una feminista o si, por el contrario, prefieren ser una Sarah Jessica Parker de la política ecuatoriana: una mujer que personifica a una mujer liberal, pero que en la vida real, tiene confundidos los conceptos y se desentiende de sus responsabilidades como referente público. Si Cynthia Viteri no responde a esa pregunta, o lo que es peor dice que no lo es, ninguna mujer debería siquiera considerarla como una opción seria.

Tres meses ha tenido Cynthia Viteri para hacer la declaración más importante que podría haber hecho: contradecir al hombre que la quiso definir, condescendiente, como la mejor opción porque es un hombre. Pero Viteri ha callado. “Esta es una lucha que tiene lugar en naciones destruidas por la guerra, pero también en dormitorios, comedores, las aulas, el trabajo y las calles. Y en los periódicos, las revistas y la televisión, donde las mujeres están dramáticamente subrepresentadas” escribió la historiadora Solnit. Esta es una lucha que se pelea, también, en la política. Esta es una lucha que, al parecer, Cynthia Viteri no quiere pelear. No nos engañemos: Viteri no nos representa.