La selección ecuatoriana de fútbol es bipolar: de ser líder de las eliminatorias con puntaje perfecto en las cuatro primeras fechas, pasó a ser quinta en las cuatro siguientes. En la mini etapa de la quinta a la octava fecha, en comparación con el resto de selecciones, quedó última: un punto de 12 posibles. Al éxito inesperado y alentador del inicio, con un equipo que sabía presionar y atacar, se contrapuso un pálido desempeño tricolor desde el juego con Paraguay. Es una versión futbolera del Dr. Jekill y Mr. Hyde: dos personalidades contrapuestas. Si no logra cierta estabilidad, no vamos a llegar al Mundial de Rusia.

Parte del problema radica en el manejo de las expectativas. El desempeño y los resultados del inicio, que incluyeron el histórico triunfo de visita contra Argentina, generaron un ambiente de optimismo que cubrió afición, prensa, dirigencia y equipo. A ese ánimo colectivo contribuían los elogios que recibía la selección por parte de la prensa regional, que ponderaba su actitud para buscar los partidos dentro y fuera del Atahualpa. Por lo visto en los cuatro primeros encuentros, parecía que con Gustavo Quinteros habíamos logrado quitarnos súbitamente los atavismos históricos, en que nuestros resultados dependían de otros, de la calculadora y de la altura de Quito. El clima festivo se convirtió en una especie de certeza: íbamos a clasificar al Mundial.

Lo inesperado del éxito inicial dio pie a no poder moderar las expectativas después. Como lo comenté cuando terminamos los partidos del año pasado, las eliminatorias son una carrera de largo aliento, y lo clave es mantener el mismo tranco en lo deportivo y en lo emocional. El arranque extraordinario nos daba un envión fantástico y una cuenta de ahorros considerable. No solo eran doce puntos, sino un gol diferencia de más siete, gracias a 9 goles a favor y 2 en contra. La idea que imperó fue que estábamos consiguiendo un cierto equilibrio entre una defensa aceptable y un ataque potente. Pero en cuestión de pocos meses vivimos lo que para algunos es una crisis en los cuatro encuentros jugados en 2016: perdimos puntos en el Atahualpa (5), acumulamos apenas un empate, anotamos cuatro goles y recibimos diez. En un pestañeo pasamos a ser una defensa porosa y una delantera en sequía. La consecuencia es obvia: del ambiente de fiesta exitista pasamos sin escala al funeral derrotista.

Esta bipolaridad se desarrolló de la mano de varios eventos. Por un lado, la crisis institucional de la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF) llegó a su punto culminante cuando Luis Chiriboga fue apresado por su vinculación con las coimas que recibió la Conmebol en las últimas décadas. Pero la solución no fue el cambio total de la dirigencia nacional y el proceso de limpieza interna que la crisis ameritaba, sino el mantenimiento de la infraestructura institucional que dio soporte al chiriboguismo. Una consecuencia lógica de los problemas institucionales es la incertidumbre para el funcionamiento de proyectos de largo aliento, como el de la selección. Pero el mal desempeño de la selección paradójicamente ha generado una crítica más extendida a la institucionalidad de la FEF. La razón es obvia: con el argumento de una selección exitosa, no había cómo tocar las cabezas federativas. Ahora, la desazón también permite abrir los ojos a los impresentables rezagos del chiriboguismo, aún atornillados al mando de la FEF.

En lo deportivo también hay aspectos que contribuyeron al bajón. La selección de fútbol es limitada en cuanto a recambio. Cuando el cuadro titular juega a tope, puede rendir como en los primeros cuatro encuentros. Pero cuando faltan titulares o estos tienen un rendimiento menor, la diferencia se siente. Esta combinación de factores, más el efecto del regodeo conformista tras el excelente inicio, afectó la psiquis y el desempeño del equipo tricolor. A ello se suma un elemento crucial: los otros equipos ya saben cómo jugarle a la selección de Quinteros. Ya sea en Quito o fuera del Atahualpa, los rivales tienen una noción clara de su esquema de juego: fuerte movimiento por los laterales cuando nuestra selección ataca, que hay que tapar con más hombres. Y, para hacernos daño, aprovechar las lagunas entre el medio campo y la defensa que se pueden explotar a voluntad, como lo demostró Brasil con Neymar y Jesús. Es ahí donde el equipo queda expuesto: cuando se desactivan sus armas de ataque, la debilidad en defensa nos atormenta.

La bipolaridad también se expresa en el creciente criticismo que experimenta Gustavo Quinteros. Pasamos del apoyo a la novedad táctica que introdujo y rindió frutos, a culparlo por la falta de variantes en el uso y convocatoria de los jugadores, y en la falta de reacción cuando el equipo no encuentra respuestas. El problema incluso ha tomado absurdos tintes políticos, cuando en las redes sociales se trata de generar un paralelo entre los dos periodos de Quinteros (abundancia y recesión) y lo que ocurre con la presidencia de Correa, a lo que además se incluye el vínculo emelecista de ambos. El trasfondo de un malestar que quiere buscar un chivo expiatorio, obvia la parte positiva y se concentra en el bajo desempeño de los cuatro últimos partidos.

El problema es que la bipolaridad baila al ritmo del cortoplacismo. La idea de la carrera larga se estrella cuando se experimenta una racha negativa. Quizás hubiese sido muy distinto si hubiéramos tenido ciclos cortos: partido ganado seguido de derrota. Hubiéramos tenido la misma posición y puntos actuales, pero sin la rabia ni la desazón que se percibe hoy en el ambiente. En medio de los ciclos largos buenos y malos, se pierde la idea con la que empezamos estas eliminatorias: proceso. Esa palabra —y lo que implica— está muy presente en otras selecciones. El caso paradigmático es el uruguayo. De la mano de Óscar Tabárez, la selección charrúa ha clasificado dos veces al Mundial (Sudáfrica y Brasil), quedó cuarta en África y ganó la Copa América 2011. Junto a los logros también ha convivido con los traspiés y la crítica. Pero cuando uno lee la discusión del fútbol uruguayo, predomina la idea de un proceso que tiene rachas y expectativas cumplidas (o no), pero que en el agregado ha sido muy positivo. En parte, porque se ha contado con una nueva generación de oro (Suárez, Cavani, Godín), pero otro tanto porque ha sido continuo en términos de jugadores y cuerpo técnico. Con la eliminatoria para Rusia, la celeste llevaría doce años con la misma base.

Es la idea del proceso la que necesitamos recuperar urgentemente para sanar la bipolaridad. Tenemos que recordar la parte positiva del ciclo actual para compensar la desazón “recesiva”. Y pensar que esas son las reglas del juego. Lo principal es recuperar la calma. Tanto institucional como deportiva. Los procesos necesitan tiempo y maduración. Son ejercicios de prueba y error. En la medida que encuentren su tranco, su ritmo y su gente, funcionan. La selección ecuatoriana está a tiempo. Nos corresponde a todos tomar un respiro y cortar el vaivén de las emociones extremas.