Es casi un hecho que Alianza País va a lanzar al binomio Moreno-Glas para las elecciones de 2017. Aunque durante mucho tiempo Jorge Glas fue el elegido por el presidente Correa para sucederlo, las encuestas dicen que el actual vicepresidente es un pésimo candidato. Glas cumple con el cliché del ingeniero: un ser distante y tecnocrático, incapaz de despertar la más tibia de las pasiones. Es probable que Correa lo haya preferido porque Glas es lo que los gringos llaman un doer: Glas hace cosas. Fue Ministro de Telecomunicaciones y Coordinador de Sectores Estratégicos antes de que Correa lo escogiera como Vicepresidente. Su gestión ha tenido resultados palpables (la fusión de Andinatel y Pacifictel en CNT, las hidroeléctricas, la inversión en gas natural y minas) y cuestionamientos graves (el tan cacareado cambio de la matriz productiva no se logró y el país sigue dependiendo de sus recursos naturales). Lenin Moreno, por el contrario, es la única figura política con niveles de popularidad similares a los que alguna vez tuvo el presidente Correa (Lenín tendría un intención de voto del 44%, mientras que Correa, según Cedatos, bordea un piso histórico de 39%). Fue también un hombre de gestión exitosa, pero en un ámbito más reducido: la misión Manuela Espejo que atendió a miles de personas con discapacidad en el Ecuador. Su carisma, a diferencia de Glas, no está en duda: Moreno sabe sonreír, hablar, y hasta se ha dado el lujo de no vivir en el Ecuador desde diciembre de 2013. Juntarlos y lanzarlos a la elección 2017 parece casi natural, pero al interior de Alianza País sus diferentes facciones no terminan de ponerse de acuerdo. Ahora, con la fecha de inscripción de candidaturas cada vez más cerca, Moreno-Glas se está convirtiendo en un binomio de necesidad, más que en uno de consensos.

En cualquier otra coyuntura económica, Lenin Moreno no sería candidato. Al interior de Alianza País, es una figura incómoda. Sus niveles de popularidad le dan una libertad de acción que la mayoría de los cuadros (si es que se los puede llamar así) del partido de gobierno no goza. Desde Glas a Gabriela Rivadeneira, pasando por Marcela Aguiñaga e incluso a ex-aliados como María Paula Romo, todos dependen de su relación con el presidente Correa. Moreno no: él viaja sin ataduras, lejos de la disciplina partidista. Solo Lenin se podría haber permitido pedir, en su discurso del 10 de agosto de 2012, ante la Asamblea del Ecuador, que regresen los militantes “extraviados” de la Revolución Ciudadana. Al presidente Correa, ese pedido no le gustó: “en los traidores sí se puede confiar ya que nunca cambian”, le contestó. Es probable que Moreno, que aparece conciliador, estuviese buscando un acercamiento con sus amigos y cercanos colaboradores: los hermanos Marcelo y Gustavo Larrea, alguna vez miembros del gobierno correísta y hoy militantes de la oposición de izquierda.

Alianza País, lo explicó el politólogo Paolo Moncagatta, es un movimiento de catch-all: “recoge el apoyo transversal de todas las posiciones ideológicas en la sociedad”. No es que sea de centro, sino que se va adecuando a lo que las circunstancias exijan. Esa cualidad —que tal vez le sirvió para aglutinar fuerzas de diferente procedencia y asegurar un dominio sólido— le ha empezado a jugar en contra hace un par de años. En el movimiento hay una corriente de derecha que encabeza el vicepresidente Glas junto a los hermanos Fernando y Vinicio Alvarado (muy cercanos a la élite empresarial guayaquileña), Juan Carlos Casinelli, Marcela Aguiñaga y a la que perteneció, mientras estuvo en el gobierno, la exbanquera y ex-embajadora ante los Estados Unidos, Nathalie Cely. A esa tendencia se le contrapone un bloque de izquierda del que son las cabezas visibles Ricardo Patiño, René Ramírez, Guillaume Long, Raúl Vallejo y Doris Solís. Es un confrontación de pragmáticos versus ideólogos a la que hay que sumar a los centristas políticos que ha tenido el gobierno y a los morenistas, un frente que cada vez actúa con más independencia al interior de Alianza País. Es un ejercicio de equilibrismos que el presidente Correa ha sabido —no sin desgaste— hacer. Pero Alianza País, que intenta proyectar una cara monolítica, es por dentro un centro de tensiones.

Esta teoría de cuerdas se siente con mayor fuerza en la época del relevo más importante que Alianza País debe hacer: las elecciones de 2017. Después del fracaso rotundo de las elecciones seccionales de 2014, cuando el gobierno perdió la alcaldía de Quito, Guayaquil y Cuenca y, por primera vez, pareció que perder era también uno de los resultados posibles en su vida, Correa llamó a la militancia al orden y les pidió no caer en el sectarismo: “ese sectarismo nos está pasando factura”. Correa hablaba de la incapacidad de su partido de hacer alianzas a nivel regional con la que era, en ese entonces, la segunda fuerza política del país, Avanza, del hoy alejado del poder Ramiro González. Su advertencia sobre la existencia de estancos desconectados —e incluso— enfrentados al interior de su movimiento deja abierta la pregunta sobre la dinámica dentro del que parece será el binomio para 2017. ¿Cómo se va a manejar la campaña Moreno-Glas?

La pregunta podría devolvernos a un país en que los vicepresidentes se pasaban calentando para, cualquier rato, entrar de titulares. Blasco Peñaherrera, Gustavo Noboa, Alfredo Palacio son parte de la reciente historia de segundos-al-mando con buena predisposición de convertirse en el primero. No la incluyo a Rosalía Arteaga porque fue removida por un plumazo vergonzoso e inconstitucionalmente machista que demostró que este país para nosotras las mujeres sigue siendo terreno hostil. Hoy, después de diez años de estabilidad de gobierno, son varios los fantasmas del pasado (que se suponía que no volverían) los que rondan en el Ecuador: la crisis, los niveles de  desempleo similares a los de 2007, la reversión en ciertos estándares de disminución de la pobreza, el fallido cambio de la matriz productiva y ahora, podríamos sumarle una tensión entre los que tienen muy buenas probabilidades de convertirse en Presidente y Vicepresidente.

Hasta ahora, las campañas de Moreno y Glas se han movido de forma separada. En Guayaquil y Quito se organizan reuniones para captar el apoyo de los militantes centristas, de los funcionarios políticos que trabajan en los barrios marginales y que podrían sumar, de una u otra forma, respaldos significativos. Aún ambos trabajan para su candidatura presidencial, pero muy pronto deberá haber una negociación final y definitiva en la que Jorge Glas acepte ser el vicepresidente de Lenin Moreno. Es probable que esta discusión aún no haya tenido lugar porque Lenin Moreno aún mantiene el terreno político más alto: su potencial candidatura es tan fuerte que se vio obligado a negar, de forma expresa, que podría correr en contra de Alianza País. Esa advertencia es un signo de tranquilidad pero también de preocupación para el partido de gobierno: no voy a correrles en contra, amigos, porque les gano. Glas, en cambio, sabe que él no puede lanzarse sin Alianza País. Las encuestas dicen que no puede lanzarse ni con Alianza País. Le tocará aceptar correr segundo, mientras que al buró político del movimiento le tocará envolver bien en papel burbuja a un binomio que parece de cristal si no quiere que la campaña se rompa como se rompió la de Augusto Barrera en 2014. De lo contrario, podríamos volver a ver al presidente Correa sentado en la sede de Alianza País de la avenida Shyris en Quito aceptando un revés muchísimo más importante.