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El alcalde de Nebot ha vuelto a hacer lo mismo que hace años: oxidar micrófonos con bravatas y ambigüedades. No lo digo yo, lo dice la gente que hace verificación de datos: en 2015, en su discurso por la fundación de Guayaquil, apenas dio 7 minutos de datos. Este año, ha vuelto a hacer algo parecido. La parte más oscura de su discurso es un párrafo en que utiliza cinco verbos para hablar de 423 obras para Guayaquil “Esas son algunas 423 obras que en este mes de julio se licitan, se contratan, se inician, se inspeccionan o se entregan a la ciudad de Guayaquil”, dijo el 25 de julio antes de la bravata de orden (como dice un exconcejal socialcristiano). Cinco verbos: licitan, contratan, inician, inspeccionan, entregan. Da lo mismo: todo va en el mismo saquillo. No sabemos si las que se entregan están a tiempo o tarde, si las que se inspeccionan están en buen estado, si las que se inician se ganaron por concurso o contratación directa. “Incluyen desde 26 mil tablets de la más reciente tecnología para entregarlas igual número de bachilleres de forma gratuita hasta la adquisición de la competencia del dragado de todo el canal de acceso a todos los puertos de Guayaquil”. A la prensa guayaquileña, temerosa de hacerle el play a Correa, ha decidido pasar por alto las vaguedades de este calibre. De las razones de por qué se cayeron los pasos a desnivel durante un terremoto a 300 kilómetros de distancia, que no se sintió con la misma fuerza en Guayaquil que en la zona del epicentro, nada. De la mujer que cayó de la Metrovía en movimiento y murió, nada. Y la prensa, tan puntillosa con cada línea del presidente Correa, con cada letra de lo que dicen los asambleístas de país y los Ministros, lo pasa por alto. Es como una reedición criolla del cuento de las ropas del emperador: el discurso de nuestro bigotón regente está desnudo, vacío, aunque él lo pavonee como si de armiño y púrpura se tratase.

En Guayaquil olvidamos. Por ejemplo, ¿dónde está el museo que Melvin Hoyos promocionaba hace cinco años en diario El Universo? Según la nota, el inefable Melvin (hoy dedicado al diseño de vestidos de novia) afirmaba que el museo serviría para acoger las reservas de arte moderno y contemporáneo del Museo Municipal, y su creación respondía a la necesidad de “despolarizar el Municipal de Guayaquil porque ha quedado muy pequeño y la reserva sigue creciendo. Hay más de 14 mil bienes culturales y más de la mitad es de arte moderno y contemporáneo, la cual no se la ha podido poner en valor por falta de espacio”. El Museo de Arte Moderno y Contemporáneo —decía el nada modesto modisto Melvin— quedaría en un inmueble con un defecto (estaba inclinado dos metros, no ligeramente como decía Hoyos), que estaba por ser expropiado en las calles Rocafuerte 300-A y Loja. Cinco años después, no hay museo, nadie sabe cuál es el estado de la reserva del museo, nadie pregunta y —salvo el Funkafest, una iniciativa privada— el panorama cultural en Guayaquil es cada vez más pobre.

El Universo Melvin y sus cosillas

Dos años después, en 2013, Hoyos aparecía de nuevo en la prensa local para anunciar no uno, sino tres museos. El 18 de mayo, día internacional del Museo, en una mesa redonda, Hoyos dijo que habría, además, del de Arte Contemporáneo, un Museo de Historia Natural y otro del Cacao. Una nota de diario El Universo reportaba que “se estima que estos nuevos espacios estén listos en unos dos años” —otra vez, las imprecisiones de la alcaldía de Guayaquil, la preferencia de los adverbios de tiempo, las aproximaciones y, al final, el olvido y el incumplimiento de lo que con tanta pompa se anunciaba: “Hoyos agregó que luego de inaugurado se estructurará la ruta de los museos” —dice el reportaje— “un plan que permitirá que los visitantes y habitantes puedan hacer un recorrido para conocer el inicio y la historia de esta ciudad”. Han pasado más de los dos años que se estimaban y apenas ha abierto uno, el de Historia Natural, hace recién tres días. Pero aún quedan preguntas por hacer: ¿por qué se eligió un edificio que tenía una inclinación de dos metros para el museo de arte que jamás se hizo? ¿Se lo expropió ya? Si es así, ¿a quién pertenecía antes de ser expropiado?

Pero las miserias administrativas de Guayaquil no entran solo en los museos. Otra cosa que nadie se atrevió a criticar, ni siquiera a preguntar en qué se fundamentaba, fue la decisión olímpica de la Agencia Municipal de Tránsito (ATM) de prohibir los foodtrucks. Esta decisión nos muestra a la administración socialcristiana en todo su retrógrado esplendor: la ATM le mandó una carta directamente al importador de los foodtrucks para prohibirle su venta. Mientras en Santiago de Chile, Nueva York o Londres los camioncitos de venta de comida son un imán de comercio, disfrute del espacio público y turismo, en Guayaquil están proscritos.

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Muy pronto otros cantones como Daule o Samborondón aprovecharán la torpeza guayaquileña. Lo mismo hará Quito, que lentamente le ha quitado a Guayaquil el título de capital económica del Ecuador. No tiene nada que ver con los ingresos petroleros —antes de que el socialcristiano de turno aparezca por aquí a banderear ese argumento—, sino, como explica Walter Spurrier, con el mal crecimiento económico de la ciudad: “¿Qué pasó con Guayaquil? Pierde fuertemente en actividades profesionales e inmobiliarias, la mitad de lo que tenía antes.” —dice Spurrier en su columna de El Universo— “ Todo el resto del país gana participación a expensas de Guayaquil. ¿Estamos perdiendo servicios profesionales? Debe ser causa de preocupación puesto que el futuro está en el conocimiento.” ¿Por qué se van los profesionales, los emprendedores y la plata de Guayaquil a Quito? Ya mismo llega aquí alguien a decir “el centralismo”, pero tiene poco que ver. Es un reto, como dice Spurrier, para el municipio, la academia y la empresa privada guayaquileña. Además, si hay una ciudad centralista es Guayaquil. Aquí se ejerce el poder de manera vertical (pero selectiva: palo para los vendedores informales, silencio sobre el puente caído, olvido sobre los museos inexistentes y rápida amnesia sobre el derrame de búnker en el río Daule), el Municipio sigue siendo el único lugar donde hacer trámites de una ciudad de dos millones de habitantes (no administraciones zonales, ni oficinas desconcentradas). Y a pesar de que Nebot sigue convencido de que instalar puntos de wifi es hacer una ciudad digital, la verdad es que ingresar un trámite en el municipio es volver a mediados de los años 90. No hay información, ni datos abiertos, en la página web del Municipio. Para que una ciudad sea digital se necesitan seis indicadores, según los expertos, y Guayaquil no los cumple pero ni de lejos. Recordar el caso de la tala absurda de árboles por toda la ciudad es volver a ver a la incompetencia hecha persona.

¿Entonces? ¿En qué está Guayaquil? En franco declive económico y  urbanístico. Depredado ambientalmente y caminando a paso firme hacia el pasado, hacia todos los errores que una ciudad puede cometer. Guayaquil se llama Detroit y Cleveland, en lugar de llamarse Copenhague (la mejor ciudad para vivir en el mundo), Hamburgo (que piensa convertirse en 100% peatonal en 20 años) o Londres (que tiene 8 millones de árboles, casi su mismo número de habitantes). Una ciudad sin espacios públicos, sin respeto para los más pobres, sin otros mecanismos de transporte que el auto privado (o el pésimo transporte público, sin aire acondicionado y a la maldita sea, porque masivo viene de masa, dijo el alcalde). Sin embargo, cuando el emperador de la ciudad habla y muestra sus nuevas ropas cada 25 de julio, la prensa guayaquileña, los guayaquileños en general, decimos que las vemos —aunque en realidad, una mirada un poco más honesta, desprejuiciada nos haría ver que no hay nada, más allá de una capa invisible de adverbios de modo, tiempo, y cantidad, ajustada con una retórica dizque libertaria y una cabeza coronada por la ausencia de ideas y la demagogia que caracteriza a los que hablan más de lo que hacen bien.

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Administración socialcristiana en Guayaquil: la píldora dorada favorita de los medios guayaquileños

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fuente

Recorte de noticia de diario El Universo.