¿Se imaginan a Guillermo Lasso o a Jaime Nebot frente a Rafael Correa reconociendo sus logros en una transmisión televisiva cuando entregue el gobierno en 2017? ¿O al revés, a Rafael Correa hablar bien públicamente de sus rivales en el momento de dejar el poder? Esta imagen en Ecuador suena descabellada: gobierno y oposición disparan a matar al otro. La política de demonización del adversario ha llevado a una polarización en que unos y otros vuelven casi imposible encontrar un territorio común. Como si en lugar de adversarios que debaten en la esfera pública, se tratara de enemigos, a los que no se puede conceder ni un milímetro del campo de batalla. La sesión del Parlamento británico en la que David Cameron se despidió como Primer Ministro, fue un ejemplo de madurez política de la que podríamos aprender: incluso sus rivales laboristas más extremos (Cameron milita en el Partido Conservador) tuvieron la entereza de reconocerle algunos méritos a su gobierno.
Lo sorprendente es que el tono conciliador de la sesión parlamentaria se dio en medio de ese huracán furibundo llamado Brexit. Que, entre otras cosas, provocó la dimisión de Cameron, el fuerte cuestionamiento del liderazgo laborista de Jeremy Corbin y el arribo de la segunda Primera Ministra en la historia británica, Theresa May. Al tablero político pateado, se suman los líos internos para lidiar con la agenda independentista escocesa y lo principal: cómo diablos llegar a un divorcio con la Unión Europea que sea lo menos traumático posible. Son tantos los problemas, las heridas y las fricciones, que el tono civilizado y hasta humorístico que se vivió en la sesión del Parlamento de Westminster del miércoles 13 de julio de 2016, parecía más la despedida que le organizaban sus compañeros a un trabajador de la empresa, que la versión parlamentaria británica del Game of Thrones en que se ha convertido la política ecuatoriana: un ajuste de cuenta final entre enemigos irreconciliables.
El informe final de Cameron tuvo de todo. Desde la emotividad propia de las despedidas, el ex premier dio cuenta de lo que considera son sus logros económicos, sociales y de política interior y exterior. Pasó por las confrontaciones típicas entre rivales, hasta arribar a un clima de convivencia civilizada, necesario para facilitar la transición hacia el nuevo gobierno de Theresa May y las negociaciones que supone el Brexit. Lo llamativo fue la capacidad retórica que hace del debate parlamentario británico un espectáculo digno de verse, por la calidad de los argumentos y la capacidad de improvisación y respuesta. O sea, la antítesis de lo que vemos en nuestra Asamblea Nacional.
La dinámica no fue la del monólogo de un informe a la nación. En el régimen parlamentario británico, cada parte del discurso puede ser confrontada por otros MPs (members of Parliament), tanto de oposición como de la propia coalición, que pueden pedir la palabra para rebatir al Primer Ministro. A pesar de las rencillas y quiebres internos provocados por el Brexit, los conservadores fueron leales a Cameron, agradeciendo y destacando varias de sus políticas y gestiones. Algo que pudo tomar un cariz totalmente distinto, pensando que la elección interna del reemplazante de Cameron dejó varios heridos. Sobre todo a las figuras más visibles de la campaña por el Leave: el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, y el MP Michael Gove. Ellos parecían los candidatos naturales para reemplazar a Cameron, quien optó por dejar de ser cabeza de gobierno porque entendía que el voto por el Brexit hacía necesario un cambio de timón. Pero con la elección interna de May —que era parte del gabinete del expremier—, los conservadores dejaron claro que los Brexiters tensionaron demasiado las relaciones partidarias. Y que, a pesar de la derrota, Cameron seguía representando el alma del partido.
Algo similar ocurrió con la oposición. Jeremy Corbin, el jefe de la bancada del Partido Laborista pudo haber atacado descarnadamente a Cameron para ganar la confianza que ha perdido entre la mayoría de los MPs de su partido. La crisis de liderazgo que atraviesa Corbin forzó la convocatoria a una asamblea partidaria que debe decidir al nuevo líder de la oposición. Si bien Corbin recordó varias de las críticas a las políticas de austeridad del gobierno conservador, reconoció que Cameron haya promovido la legislación que posibilitó el matrimonio igualitario. Con caballerosidad, Corbin incluso le deseó suerte al expremier y a su familia. A fin de cuentas, las English manners priman en la política británica.
El sentido del humor inteligente y sarcástico fue otro rasgo de la sesión final de Cameron como Primer Ministro. El British humor se cocina al fuego de los comentarios ingeniosos que aparecen espontáneos en el debate parlamentario. Haciendo referencia a la debilidad del liderazgo de Corbin, Cameron leyó el mail de un simpatizante conservador, quien le habría pedido que tratara bien a Corbin, porque así se mantiene como líder de la oposición y les facilita a los conservadores un tercer gobierno en la elección de 2020. Por su parte, el líder de la oposición le pidió a Cameron saludar a su madre y agradecerle sus recomendaciones de vestuario, en alusión a una frase que el expremier había dicho en el pasado: “mi madre le (en referencia a Corbin) habría indicado qué traje y corbata ponerse”. El cierre de la despedida de Cameron tuvo un comentario lleno de humor nostálgico: “I was the future” (fui el futuro). Cameron hizo alusión a la frase con la que en 2005, durante la sesión en que empezó sus funciones como líder conservador, confrontó con humor punzante al entonces Primer Ministro laborista, Tony Blair: “he was the future” (él fue el futuro). Un político riéndose de sí mismo con la broma que usó para sus adversarios: parece ficción en el Ecuador.
El cierre del gobierno de Cameron y de su liderazgo fue una señal potente sobre la importancia de las formas en el debate político. Más allá de las legítimas lecturas que cuestionan la precariedad de la situación que el Brexit —convocado por Cameron— dejó en el Reino Unido, y que pudo haberlo convertido en el chivo expiatorio perfecto, el tono y las maneras que primaron en la sesión final de su gobierno muestran lo importante de un debate con altura, fundamental al inicio de una transición de gobierno. Eso incluso lo entiende la oposición. En lugar de extremar las tensiones, el lenguaje se calibra para descomprimir el ambiente y mejorar la convivencia. Todo en aras de enfrentar en conjunto los desafíos que plantea el Brexit.
Esta lección de civilidad democrática es clave de cara a lo que ocurrirá en Ecuador en 2017. Entonces, un nuevo gobierno, que eventualmente puede ser de oposición, sucederá al de Rafael Correa. La situación estará marcada por la incertidumbre que la transición y las complicaciones que el debilitamiento fiscal por la baja del precio del petróleo, implicarán para cualquiera sea el gobierno. El nuevo gobierno o coalición que llegue al poder precisará de un clima menos hostil para abordar la difícil tarea que le compete. Por eso se vuelve clave un cambio de la lógica maniquea de los amigos-enemigos. Necesitamos de una narrativa que en fondo y forma apunte a lo importante: que el disenso es parte de la política, pero, además, la amistad cívica es fundamental, sobre todo en un período de crisis.
¿Qué puede aprender el Ecuador de la última aparición en el parlamento de David Cameron como Primer Ministro británico?