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Maria Sharapova lo dijo después de la final del Abierto de Australia de 2015: Serena Williams es la mejor de todos los tiempos. Fue un momento de sinceridad de una jugadora que no ha tenido la mejor de las relaciones con Serena que tuvo el coraje de decir lo que muchos piensan pero callan. Es un silencio que refleja los prejuicios que ha enfrentado una jugadora increíble durante toda su carrera. A pesar de que domina el tenis a sus 34 años (una edad avanzada para su deporte) y que acaba de ganar Wimbledon por séptima ocasión —igualando el máximo récord de 22 Grand Slams de Steffi Graf— su relación con los medios, parte del público y del propio circuito ha sido tensa y se ha movido entre el bullying en su contra y los actos de racismo puro y duro.

De Serena Williams se ha dicho de todo. Por ejemplo, que se impone en el circuito femenino porque parece un hombre, en alusión directa a su prominente musculatura. Esta idea llegó a su punto más brutal cuando en 2014, Shamil Tarpischev, titular de la Federación de Tenis de Rusia, habló de los hermanos Williams: “dan miedo cuando las miras de verdad”, dijo. Una confesión tan pueril como estúpida: por tamaño y potencia, las tenistas rusas no se quedarían atrás. Si los dos atributos fueran sinónimos de triunfo y dominio en el tenis femenino, jugadoras de apariencia frágil como Li Na, Justine Henin o Martina Hingis no habrían ganado todo lo que han ganado. En el 2001 Martina Hingis, entonces número uno mundial, dijo que las hermanas Williams se favorecían del hecho de ser negras. Era la justificación de la suiza que no podía vencerlas. Si fuera cierto, los circuitos WTA y ATP estarían inundados de jugadores africanos o afrodescendientes que llenarían los primeros lugares del ranking.

En realidad, son pocos los tenistas negros que han logrado mantenerse entre los primeros 100 lugares de los rankings. Salvo excepciones como las de Arthur Ashe, Yannick Noah, Althea Gibson o su hermana Venus, ningún tenista afrodescendiente ha alcanzado el cúmulo de triunfos de Serena. Richard, el padre de Venus y Serena, de niño fue víctima del acoso del Ku Kux Klan. Pero el fantasma de la agresión racista contra Serena Williams continuó. Incluso cuando ya competía profesionalmente. En el 2007, durante la tercera ronda del abierto de Miami, un aficionado insultó públicamente a Serena. Mientras era sacado del estadio, no tuvo mejor corolario que gritarle “mandó la pelota a la red como cualquier negro”.

El ataque más brutal que sufrió Serena Williams fue en la final del 2001 de Indian Wells, conocido como el quinto Grand Slam. Entonces, ambas hermanas tenían a su padre como entrenador y debían enfrentarse en semifinales. Venus sufría una lesión y su padre decidió no exponerla, por lo que entre todos decidieron no jugar el partido. Serena llegó a la final por default. Esto enardeció al público, que en la final decidió apoyar a la belga Kim Clijsters, silbando a Serena en cada pelota y haciendo ruidos de mono en varios pasajes del juego. Con apenas 19 años, Williams se enfrentó no solo a la calidad de la belga, que le ganó el primer set 6-4, sino a siglos de prejuicios racistas que encontraron en el supuesto arreglo entre las Williams a la excusa perfecta para estallar sobre la cancha de tenis californiana.

Su padre y su hermana tampoco se salvaron. Cuando iban a sentarse en las graderías, fueron insultados y amenazados con ser desollados vivos si no se iban del estadio. Pero ni Clijsters ni ese monstruo que es el racismo fueron capaces de doblegar a Serena que logró una victoria casi imposible al ganar los siguientes sets 6-4 y 6-2. Ni siquiera la entereza y calidad de Serena impidió que el público se tranquilizara. Tan ciega, tan llena de odio racista se encontraba la gradería de Indian Wells, que incluso cuando la campeona alzaba su premio continuó abucheándola y agrediéndola.

Luego de la final, la familia Williams juró no volver a competir en Indian Wells, con todo el costo en término de sanciones económicas y de puntaje en la WTA que el juramento implicó. “Ha sido difícil para mí olvidar el pasar horas llorando en los vestuarios de Indian Wells después de ganar en el 2001” —dijo Serena en una conmovedora carta publicada a inicios de 2015 en la revista Time en la que anunciaba su retorno a Indian Wells — “Cuando conducía de vuelta a Los Ángeles tuve la sensación de que había perdido el partido más importante de todos, porque aquel no era un torneo de tenis más, era una batalla crucial por la igualdad”. En la carta Serena apeló a su amor al tenis, pero dijo algo aún más importante: en un momento de su carrera en que lo ha ganado todo, solo le faltaba perdonar. “Indian Wells fue un momento decisivo de mi historia y yo soy parte de la historia del torneo también. Juntos tenemos la oportunidad de escribir un final diferente”. Serena se empina más allá del deporte: perdonó las bajezas racistas que soportó.  

Hace rato Serena Williams es una leyenda del tenis, que disfruta cada triunfo como si fuera la primera vez: saltando y sonriendo feliz. Desde que a los cuatro años ganara su primer torneo de tenis, su carrera ha sido meteórica: cuatro oros olímpicos (tres en dobles y uno en individuales), 22 Grand Slams individuales, 14 en dobles (incluyendo el que obtuvo en Wimbledon con su hermana Venus) y 5 WTA Tour Championships. Su ejemplo de perseverancia y fortaleza física y espiritual es similar a la de tantas estrellas afrodescendientes que tuvieron que vencer el tándem de pobreza y racismo. Pero lo que la hace aún más extraordinaria, es la grandeza de su espíritu.

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Serena Williams bate récords y barreras

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Fotografía de mirsasha bajo licencia CC BY SA 2.0