El martes 5 de julio, desde las nueve de la mañana, abogados defensores de Derechos Humanos y miembros de organizaciones afroecuatorianas esperaban en la Corte Nacional de Justicia para entrar a la audiencia del Caso Arce, en el que un oficial militar era acusado de odio racial. La recepcionista les pidió anotarse en una lista porque, según ella, solo diez personas de cada lado podían ingresar. Las veinte primeras personas en llegar lo hicieron pero a las 9:30 —10 minutos antes de la audiencia— todavía estaban fuera de la sala. Cuando reclamaron porque la audiencia ya había comenzado —un tuit de la Corte Nacional lo había confirmado— la recepcionista dijo que no podía hacer nada: la sala estaba llena. Los abogados y miembros de organizaciones afroecuatorianas que se quedaron afuera tuvieron que soportar las provocaciones de las esposas y los familiares de los militares quienes también se quedaron fuera. A pesar del mal rato fuera de la audiencia, después de dos horas y media, Arce ganó el juicio, pero la batalla contra el racismo está lejos de terminar en Ecuador.

Los números del racismo en el Ecuador siguen espeluznantes. Según un informe sobre la percepción de racismo en el país, del 2004, del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el 65% de los encuestados cree que hay racismo en el país y el 52% cree que el trato que recibe una persona sí depende del color de piel. De los grupos étnicos encuestados, el 88% de los afroecuatorianos siente que han sido discriminados alguna vez por su etnia. Además, según los indicadores complejos de la encuesta —una sola pregunta puede tener varias respuestas— sienten que las instituciones públicas son las que más los discriminan como la policía (67%), las Fuerzas Armadas (58%), los juzgados (61%).

 

Sobre la percepción que tienen los ecuatorianos frente a los negros, el 84% dice que son los más pobres porque el Estado no les brinda oportunidades para el desarrollo social, y el 79% piensa que es porque la sociedad no los considera iguales a todos. Pero un 53% cree que no aprovechan las oportunidades y un 21% cree que es porque son vagos. Entre no aprovechar las oportunidades y ser vago hay un límite difuso, una línea más parecida entre los eufemismos y las realidades.

 

Ser negro en el Ecuador siempre ha sido muy duro. Según un estudio de 2011 del antropólogo John Alton, la disparidad étnica en el país se agrava en el campo de la educación: “Según el Gobierno, a medida que aumenta la edad, el rezago va creciendo” —dice Alton— “Desde un enfoque étnico, el rezago es más notorio en indígenas y afroecuatorianos. Aproximadamente el 25% de personas de ambos pueblos se encuentra en situación de rezago escolar”. A eso, hay que sumarle la discriminación racial que sufren de los metizos y blancos más acomodados. Estas percepciones —aunque sean de hace 12 años porque no hay una encuesta más actual— revelan el racismo hacia la población afro del país. En Facebook y Twitter luego de difundir el texto Violencia racista en la Escuela Militar: “Ningún negro será oficial de mi ejército” de Juan Pablo Albán disparó el racismo entre algunos de los lectores de GkillCity.com.

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Los comentarios, tratando de justificar el maltrato a Arce, perpetúan el racismo en el Ecuador. Todos parecen tener un subtexto claro: yo no soy racista, pero. En ese pero están los males de nuestro país. Asociar conductas y rasgos a una persona —decirle mediocre, cobarde, o vendedor de cocadas, en tono despectivo— es una forma de despreciarlo por negro. Son los valores y calificativos que históricamente se han vinculado a ser negro. El uso de diminutivos (tengo un poco de amigos negritos) reflejan la condescendencia de las generalizaciones. Y el racismo pierde toda forma cuando uno de los comentaristas dice: Tanta jodedera por un negrito. Ese es el estado actual del país. Como dijo Juan Pablo Albán, el abogado defensor de Michael Arce, en un estado de Facebook: “No nos engañemos, Ecuador todavía no cambió, el racismo aún no se erradicó, la injusticia sigue campante, las cortes no han adquirido suficiente independencia o imparcialidad, y sin embargo, esto me parece un buen comienzo”. Que así sea.