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Hace un par de semanas un amigo del colegio me advertía: cuidado la Revolución Ciudadana me culpa de trabajar para la CIA. Mi amigo estaba bromeando y yo me reí a carcajadas porque las teorías de espionaje conspirativo no solo sirven como novelas o películas: también regalan material amplísimo para el humor. Por lo mismo, Cristina Vera, alertó con ironía que la crisis económica nacional podía llegar al absurdo de justificarse —como en Venezuela— por los movimientos de la Central de Inteligencia norteamericana. Pero lo que nunca esperé es que desde la semana pasada, la lógica tragicómica del manual de espionaje a lo John le Carré, se convirtiera en la versión oficial —retransmisión mediante— para catalogar como topos de la CIA a las personas y medios que generan opinión crítica al gobierno. De pronto, las palabras de mi amigo se hicieron realidad: soy un agente secreto

No es que la cadena Telesur y El Telégrafo me hayan incluido en el entramado confabulatorio que presentaron. Pero la lógica con la que quieren demostrar que las voces de oposición —sin distingo de dureza o suavidad— operan tenebrosas maquinarias desestabilizadoras, sugiere que las personas que han escrito una, diez o sesenta veces en medios sediciosos como 4 pelagatos, Plan V o Milhojas, son culpables de trabajar para la CIA en su plan (por ponerle un nombre) “desestabilizando al Ecuador”. La lista de agentes es extensa. Aunque no aparezco en ella, la lógica de la investigación periodística (por ponerle un nombre), sugiere que aquellos culpables de haber conversado con alguno de los sospechosos, de haberse reunido con otros agentes, y de haber escrito en esa maquiavélica y poderosa red mediática, también pueden ser catalogados como conspiradores. En consecuencia, todos los que completemos ese check-list estamos advertidos: ya fuimos identificados.

El argumento de que conversar y escribir son causales de subversión, me pareció incluso más desopilante que esa arma de última generación, programada por la CIA y llevada a cabo por 4pelagatos: la Mashimachine. Que sigue en pie, a pesar de los intentos gubernamentales por desactivarla. Hay que reconocer que el gobierno ha sido tácticamente impecable en sus tareas de contrainteligencia. La apropiación del copyright de imágenes que son pagadas con dineros públicos ha sido causal para denegar todo tipo de publicaciones o videos contrarios al régimen, publicados por los medios sediciosos. Muchas veces el gobierno ha tenido éxito a través de sus propios brazos de inteligencia, como Ares Rights. Pero parece que la CIA luego aconsejó a los portales registrar armas como la Mashimachine con proveedores en el exterior. Los intentos del gobierno ecuatoriano por sacar del aire ese arsenal, nunca incluyeron usar recursos legales ante la justicia norteamericana. Imagino que los agentes ecuatorianos, “liderados” por Patricio Barriga, deben pensar que la CIA trabaja en coordinación con las cortes gringas: cada quien juzga por su condición.

Más allá del hilo humorístico que regala el argumento de la investigación de Telesur, retransmitido por El Telégrafo, la realidad es que este gobierno ha intentado perseguir y acallar todo tipo de visión crítica mediática. Ya sea en la forma de humor, en la de opinión o en la de investigación periodística. La denuncia presentada por el canal internacional financiado por los países del Alba, desafortunadamente no hace ninguna referencia a un pequeño pero importante antecedente: el gobierno de Rafael Correa ha creado una institucionalidad —Ley de Comunicación, Supercom, Cordicom y la Secom— que ha incidido en que el ejercicio del periodismo haya sido limitado y amedrentado, al punto que ni siquiera se pudo comunicar nada de lo ocurrido durante las primeras horas del terremoto de Pedernales, esperando la versión oficial de los hechos. Este es solo un ejemplo de lo que ocurre con muchos medios: prefieren callar a sabiendas de que sobre ellos pende la guillotina del gran sensor.

El reportaje tampoco hace referencia a que muchos de los agentes nombrados han sido objeto del encono oficial y han perdido sus trabajos. Tal como me consta con algunos periodistas como Juan Carlos Calderón, hacen malabares para sobrevivir. En lo personal, discrepo con la postura hipercrítica al gobierno, sin matices —que por cierto, existen—, de los miembros de 4pelagatos. Pero entiendo que lo suyo (sobre todo en los casos de Martín Pallares, José Hernández y Roberto Aguilar) siempre ha sido una postura crítica cuestionando al poder. Al de este y cualquier gobierno. El caso del cuarto pelagato (Crudo Ecuador) es paradigmático. Se volvió famoso cuando Rafael Correa lo acusó de ser un conspirador pagado por grupos desestabilizadores para publicar un meme que le valió el escarnio presidencial. El agente Crudo Ecuador no solo vivió el acoso y hostigamiento oficial. También recibió mensajes amedrentadores al más puro estilo de la familia Corleone. Si nada de eso hubiera pasado, no habría 4pelagatos (ni fundación Milhojas, ni Focus Ecuador, ni nada por el estilo). En resumen: a los supuestos espías no los creó la CIA, los creó el propio Rafael Correa.

El argumento de la investigación de Telesur tiene varios problemas de fondo. Uno es de contexto histórico. Nadie desconoce que la CIA cometió atrocidades en nuestro continente y en el mundo. Los atropellos que promovió —particularmente cuando las dictaduras militares coparon la región entre los sesentas y ochentas-— en aras de luchar contra el cacareado peligro comunista, o para proteger ese sonsonete imperial llamado intereses americanos, fueron incontables y fracturaron sin rubor las endebles democracias latinoamericanas, que Estados Unidos decía defender en el papel. Pero la historia ha ido cambiando. A veces, de forma radical. La reciente visita de Barack Obama a Cuba y el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países son una muestra de hasta qué punto el tono general regional ha ido mutando a uno de mayor respeto. Desde la década pasada emergieron opciones políticas y diplomáticas alternativas en la región, como el Alba o Unasur, algo inimaginable apenas 20 años atrás. 

De hecho, este año sucedió lo impensado: el llamado a respetar la Carta Democrática de la OEA, para tratar ese callejón sin salida que es la Venezuela de Maduro en 2016, fue de Luis Almagro, un uruguayo del Frente Amplio, la coalición de izquierda que gobierna hoy en su país (y a la que pertenece Pepe Mujica). En el mismo tono usado por Telesur, Maduro también acusó a Almagro de ser un agente de la CIA. Almagro le contestó, sin ninguna fachada diplomática, diciéndole dictadorzuelo, y advirtiéndole el tremendo peligro en el que ponía su país al declarar el estado de excepción y al no acoger el pedido de referendo revocatorio. En lugar de apoyar a Maduro, Pepe Mujica le dijo que pensar que Almagro era un espía era “estar más loco que una cabra”. La CIA parecería enfocada en una doble misión para desestabilizar al socialismo del siglo XXI: amigarse con Fidel y reclutar a gente de izquierda como Almagro.

Es la grave crisis económica que están atravesando el Ecuador y varios de los países del Alba, la causa del colapso político de sus regímenes. No la injerencia de la CIA. Los problemas fiscales y la imposibilidad de sostener el andamiaje estatal creado en el periodo de vacas gordas gracias a los precios de los commodities, están generando problemas de fondo para sostener proyectos que hasta hace unos años se creían como permanentes. El viento de cola de la bonanza les impidió ver que la coyuntura podía darse vuelta. La resaca luego de la borrachera de la fiesta —que ahora implica salvar los muebles como sea— es lo que está provocando las crisis de gobernabilidad. La narrativa de varios países también está reeditando los fantasmas conspiradores del pasado. Pero ese discurso hace caso omiso a lo evidente: la plata dulce se acabó y las vacas raquíticas llegaron para quedarse. La consecuencia es obvia: el sueño se está convirtiendo en pesadilla.  

Otro problema con la supuesta estrategia de la CIA en el Ecuador es de números. Comenzando por lo básico: cuántas personas leen a los agentes y medios sediciosos. Cualquiera con dos dedos de frente lo sabe: el alcance —en términos de cobertura— de los medios desenmascarados está limitado a quienes tienen acceso a internet y a quienes quieran leerlos. Es lo que los gringos llaman preaching to the choir: predicarle a los que ya están convencidos. Es decir, a los mismos que han tenido una visión crítica o más escéptica del gobierno, con medios sediciosos o sin ellos. Suena más o menos inútil. Para que existiera capacidad desestabilizadora real, imagino que debiera existir alguna forma de penetración en nuevos lectores y el embrujo que permita hacer cambiar una opinión política. Lo curioso es que los medios sediciosos tienen una posición de trinchera, pero en territorio opuesto, similar a la que El Telégrafo y el tinglado de medios públicos tienen para aplaudir a Alianza País.

Al problema de los números de cobertura, se suman los de financiamiento. Un millón de dólares anuales por cada “agencia de ayuda” —que es como se camuflaría la CIA en el Ecuador— suman algunos millones de dólares por año. Pensando en toda la red de agentes y medios involucrados en el complot denunciado, suena a poco. Y comparado con el gasto que el gobierno realiza para sostener su mercadeo constante, que en 2015 alcanzó 116 millones de dólares, suena a nada. Por ende, o la CIA es, además de conspiradora, muy eficiente, o los agentes leales al gobierno deben afanarse en mejorar el impacto de los recursos destinados a contrainteligencia. 

Las dificultades del argumento oficial siguen. Es difícil pensar que Martha Roldós quiera apoyar a la agencia de inteligencia a la que su familia acusa de haber maquinado el asesinato de sus padres en 1981. Por otra parte, los reportajes de Telesur y El Telégrafo ocurren la misma semana en que El Universo pone en evidencia varios negociados que se hicieron en la intermediación petrolera durante los gobiernos de Alianza País, que salieron a flote gracias a los Papeles de Panamá. En el reportaje oficial tampoco existe ninguna referencia a la veracidad del trabajo periodístico que han realizado los agentes, que, curiosamente, ha permitido descubrir los sobrecostos y despilfarros de varios proyectos públicos emblemáticos, sobre los cuales ni Telesur ni El Telégrafo investigan.

El argumento del reportaje da para reír. Y llorar. Porque paradójicamente nos devuelve al mismo mecanismo que la denunciada Operación Cóndor utilizó para cubrir sus actividades en los setentas. Ese fue el caso de los 119 de 1975, en que ese número de opositores a la dictadura de Pinochet, que habían desaparecido un año antes, eran reportados como muertos por supuestos medios de Brasil y Argentina. Los diarios adeptos a la dictadura chilena reprodujeron la información como si fuera verdad. Las noticias que inculpaban a los desaparecidos —y hablaban de ajustes de cuentas entre los supuestos guerrilleros— aparecieron en Lea de Argentina y O Día de Brasil y reportaban el destino de muerte de los opositores chilenos. Sin embargo, todo fue un montaje. Los supuestos diarios extranjeros eran un cascarón –de apenas un par tirajes— de los que La Tercera y El Mercurio se sirvieron para ser caja de resonancia, justificando las atrocidades cometidas por la dictadura. O sea, operaron de una manera muy similar a la que han utilizado ahora Telesur y El Telégrafo. La maniobra de la dictadura pinochetista fue orquestada con horrible premeditación oficial y mediática.

Por eso, a pesar de que lo pueril de la denuncia del reportaje de Telesur y El Telégrafo induce a la risa, me provoca un dolor profundo. La forma en que se orquesta toda la argumentación sigue la lógica de la caja de resonancia de una supuesta pesquisa de un medio internacional, que curiosamente recibe financiamiento de los gobiernos del Alba, Ecuador incluido. El trabajo periodístico trata de traernos de vuelta a fantasmas que carecen de la fuerza argumental que, por ejemplo, sí tienen la crisis económica y la persecución gubernamental contra los medios. Para peor, los fantasmas urdieron estrategias que se parecen, horriblemente, a las que los medios adeptos a este gobierno usan para tratar de soslayar lo insostenible: que este no es un complot, sino una implosión de responsabilidad propia.

Bajada

El gobierno del Ecuador equipara discrepancia con alta traición

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Fotografía de (vhmh) bajo licencia CC BY SA 2.0