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Stephen Curry nos regaló un año milagroso en la National Basketball Association (NBA). La temporada 2015-2016 compartirá la categoría de annus mirabilis con 1666 y 1905, cuando los extraordinarios aportes científicos de Isaac Newton y Albert Einstein revolucionaron nuestra comprensión del mundo y del Universo. En la NBA, en una disciplina tal vez menos trascendental pero tan maravillosa, se quebraron récords de décadas gracias al talento de Curry, base de los Golden State Warriors, de Oakland. Individualmente, Curry lideró la liga en puntos anotados por partido (30.1) y robos (2.1). También registró la marca histórica de triples convertidos en una temporada (402), pulverizando la que él mismo logró en 2014-2015 (286). De forma colectiva, fue el motor principal para que los Warriors rompiesen el récord de victorias en una temporada: 73, uno más que  la marca de los increíbles Chicago Bulls de Jordan y compañía en 1995-1996. Curry volvió a ganar el premio al jugador más valioso (MVP en sus siglas en inglés) por segundo año consecutivo, pero esta vez marcando historia: es el único que ha sido votado MVP de manera unánime en los 70 años de la NBA.

Stephen Curry no solo fue el mejor: se convirtió en un fenómeno de masas. Desplazó a Lebron James como el rostro más valioso de la NBA (vendió más zapatos que The King, como se conoce a James), desatando tal furor por él, que jóvenes, niños y niñas intentan triples en sus entrenamientos con la precisión y constancia de Curry. El base es un polo de atracción mediática y social tanto por su destreza, como por su carisma y cercanía con su público, que parece maravillarse con la idea de que Curry sea una persona normal, extraordinariamente talentosa. Si se lo compara con Lebron James, por ejemplo, Curry aparece mucho más terrenal: mientras James mide 2.03 metros y pesa 250 libras que le dan ventaja atlética evidente, Curry mide apenas 1.91 y pesa 190 libras. James es un Goliat que lucha con otros titanes de su lote, pero Curry es como un peso pluma que boxea con pesos superpesados. La gracia es que el jugador de los Warriors siempre termina noqueándolos.

Curry nunca fue considerado extraordinario antes de ser extraordinario. Todos sabían de su talento, desde que jugaba por la universidad de Davidson, pero nadie lo dimensionó como una estrella que podía marcar época y romper esquemas. O era muy menudo, o se lesionaba demasiado (sus tobillos pusieron en riesgo su carrera) o era un jugador de rachas que algún día acabarían. El splash brother —llamado así porque, tal como su compañero de los Warriors, Clay Thompson, cada vez que encestan la pelota parece zambullirse en la red— luchó contra los prejuicios y las adversidades. Apenas fue la séptima selección del draft —los jugadores novatos son seleccionados por los equipos de la NBA de acuerdo a un ranking— del 2009. Su equipo le dio un contrato de 11 millones de dólares al año, que no está entre los 60 jugadores mejor pagados de la liga porque los Warriors pensaban que las lesiones podían terminar tempranamente su carrera. Para rematar, las marcas deportivas ni siquiera se fijaron en él. Se dice que Nike tuvo una reunión con Curry, en la que los ejecutivos de la marca lo habrían llamado Stephon y, en vez de su imagen, el power point de la presentación contenía la de otra estrella, Kevin Durant. El base de los Warriors se puso furioso. El desaire le dolería a Nike: la emergente Under Armour habría incrementado en 14.000 millones de dólares su valor de marca gracias al contrato que firmó con Curry.

No es el único límite que Curry está desafiando: ganó el MVP en 2014-2015 y fue el puntal para que los Warriors ganaran la liga, pero fue en 2015-2016 cuando llevó las cosas a niveles que superan lo creíble. Esta temporada fue, por lejos, el jugador más efectivo, alcanzando el promedio de 30.1 puntos en menos de 35 minutos jugados (de un total de 48). Sus porcentajes de tiros libres (90%), tiros de campo (50%) y triples (45%) son excepcionalmente eficientes, convirtiéndolo en el jugador más letal: puede matar desde el perímetro, la penetración o si le cometen una falta. Su eficiencia incrementó su promedio de anotaciones en 6.3 puntos por juego, más que cualquier MVP reinante en la historia. El hombre al que todos ninguneaban por su apariencia común está haciendo lo impensable sin dejar de sonreír.

Quizás lo más impresionante del año milagroso de Curry fueron sus triples. Cuando rompió el récord con 286 triples la temporada 2014-2015, todos apostaban a que este año podía cruzar la barrera de los 300 tiros largos. El splash brother los superó en febrero. Para el último encuentro de la serie regular (en abril) llegó a 402 triples, anotando 5.1 lanzamientos largos por partido en toda la temporada. Lo más extraño fue que su efectividad triplera fue proporcional a la distancia: fue más efectivo en los lanzamientos más lejanos al aro rival. De hecho, Curry anota el 51.6% de sus tiros más allá de los 8.5 metros de distancia de la canasta, mientras que para el resto de la NBA la proporción es del 20.8%. La estrella de los Warriors incluso utiliza ese recurso para ganar encuentros, como cuando encestó a pocos segundos del fin del tiempo extra en su visita en temporada regular a Oklahoma Thunders, rivales con los que juega la final de la Conferencia del Oeste. La suma de triples anotados por Curry en las últimas dos temporadas (688) supera a todos los triples que leyendas como Larry Bird (649) o Michael Jordan (581) hicieran individualmente en todas sus carreras. Desde diciembre de 2015 hasta el final de la temporada en 2015-2016, Curry anotó más triples que todo el equipo de Milwaukee Bucks. El engaño parece haber terminado: Curry es un fuera de serie que ríe y baila —como la pelota en sus manos— cuando anota.

A la estrella de los Warriors lo comparan ya con otro bajito extraordinario: Lionel Messi. No es casualidad. El coach de los Warriors, Steve Kerr, pasa videos del Barcelona para motivar a sus jugadores en dos facetas: belleza técnica y precisión. Algo que Curry se ha encargado de regalar con abrumadora generosidad. Tal fue su explosión como superestrella del deporte, que Leandro Barbosa, escolta brasileño de los Warriors, cuenta que Neymar lo llama solo para preguntar por Curry. No es el único blaugrana interesado: Messi le envió al base de los Warriors una camiseta del Barça autografiada como símbolo de su aprecio —o, tal vez, de que lo reconoce como un par en la genialidad deportiva.

Lo de Curry y los Warriors suena a la versión del tiki-taka catalán. Así como los blaugrana rompieron el récord de partidos consecutivos sin derrotas entre Champions, Liga y Copa del Rey (39) en esta temporada, los Warriors batieron la marca de victorias seguidas de la NBA en un inicio de temporada (24). Los dos conjuntos son los más anotadores de sus ligas y tienen a los tríos más letales en faceta ofensiva (Messi-Suárez-Neymar, Curry-Thompson-Green). La diferencia radica en que los Warriors son un arma de largo alcance: comenzando por Curry, el equipo anota el 42% de sus lanzamientos largos, un promedio de 13.1 triples por partido, que les brindan 40 puntos. Eso los vuelve prácticamente indefendibles, porque obligan a las defensas a abrirse, dejando resquicios para la penetración o el pick and roll  (pared y desmarque).

Y ahí es donde el valor de Curry se potencia. En la práctica, no hay sistema que lo detenga. Los rivales no pueden fallar porque saben que el MVP los hará pagar, ya sea anotando o haciendo jugar al resto. Incluso, a pesar de las lesiones. No jugó los primeros partidos de la semifinal de conferencia contra Portland pero regresó en el cuarto encuentro. Errático en la primera mitad, terminó el partido con otro récord: se convirtió en el jugador con más puntos (17) en un tiempo extra de playoffs en la historia de la NBA. Como para recordarnos que en su año extraordinario, las sorpresas y los logros de Stephen Curry no tienen límite.

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Un jugador extraordinario se camufla como una persona normal y cambia la historia de la NBA

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Fotografía de Keith Allison bajo licencia CC BY-SA 2.0