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El correísmo sufre el mayor desgaste desde su llegada al poder. Las cifras son incuestionables: siete de cada diez ecuatorianos ya no cree en la palabra de Correa. Lenin Moreno aparece como única opción real de un triunfo correísta, aunque la contienda será compleja y mucho dependerá de la calidad de las campañas. Mientras el correísmo está en decadencia, la oposición aún no encuentra un espacio en la mente de los ecuatorianos con una propuesta política alternativa a la gobiernista. La oposición contribuye a la incertidumbre nacional en igual medida que el correísmo, ya que no propone una salida —que tenga legitimidad política— a la crisis. Y es Guillermo Lasso el principal responsable de la debilidad de la oposición.

Lasso, quien debutó en la política ecuatoriana a finales de los noventas cuando fue Superministro de Jamil Mahuad, y fundó el partido político CREO (Creando Oportunidades) a mediados del 2010, se convirtió en el  contrario natural del correísmo. Lasso pretendía personificar los valores de una nueva centroderecha moderada que aprendió de los errores de décadas anteriores, una actualización de la tendencia que fomentaba la libre empresa con justicia social y respeto a los derechos humanos. Sonaba bien y en términos democráticos era necesario y enriquecedor un nuevo actor que se pueda convertir en un legítimo contradictor del oficialismo. Pero Lasso fracasó en su cruzada. Luego de más de seis años de intensa campaña, no comprende que crecer en encuestas no es evolucionar políticamente. Además, su crecimiento ha sido mínimo y ha alcanzado un techo del 32% a nivel nacional bastante pobre —si se toma en cuenta los recursos invertidos en su imagen y la precariedad general de los otros actores de la política nacional. Es decir, ha tenido el tiempo, los recursos y una competencia muy limitada y sin embargo no ha logrado crecer.

Que CREO sea la “segunda fuerza política del Ecuador” no es más que un slogan producto de las circunstancias. La estabilidad y aparente crecimiento de CREO-Lasso, se ha incubado sobre fundamentos extremadamente débiles, improvisados, no cimentados en méritos propios sino en los deméritos del correísmo. El autoritarismo sistémico -—reflejado en la criminalización de la protesta social y en las limitaciones a la libertad de expresión— que el Ecuador ha vivido en la última década ha sido el vector que ha permitido la existencia política de Lasso.

Guillermo Lasso no necesitó contar con un programa de gobierno planificado “científicamente” para condecorarse como actor importante de la política nacional. Le bastó con enarbolar el sentido común denunciando la destrucción institucional -—perpetrada con la toma de la Función Judicial y la creación del Quinto Poder— y la limitación a las libertades que produjo el correísmo desde Montecristi, situaciones que se exacerbaron con la caída del precio del petróleo. Lasso lee estos hechos desde el marketing político, pero no llega a hacer política.

El problema es que el sentido común no es suficiente para hacer política en ningún lugar del planeta y Lasso necesita mantener altas cuotas de fidelidad reflejadas en encuestas para seguir dentro del juego electoral. Es ahí, en el momento de la real política, cuando el marketing se agota y sus limitaciones se vuelven terriblemente evidentes. Le pasa al correísmo y a Lasso: permiten que la publicidad reemplace a la política.

Algunos consultores coincidirán en que el permanente estancamiento de Lasso es un problema de carisma, de imagen o de discurso. Y aunque estas características no logran superar la estética del conservador old school, son solo problemas de forma que podrían resolverse con una buena campaña. Pero el real issue de este político es más profundo y yace en la poca o nula capacidad de aglutinar, de convocar, de formar alianzas y de crear acciones políticas. La concepción de la política de Lasso es individualista, por lo tanto, auto bloquea puertas de espacios que le permitirían crecer. Basta con ver su relación con los otros actores de la oposición. Por un lado, genera mucha desconfianza en la izquierda, algo normal por sus posturas ideológicas antagónicas. Pero, ¿por qué Lasso no ha logrado aglutinar a la centroderecha? ¿Cuál es la razón para que actores clave de la tendencia como Jaime Nebot o Mauricio Rodas descarten apoyar políticamente a CREO? ¿Por qué Lasso no lideró una postura de unidad para el 2017? Las respuestas a estos interrogantes son dos: la falta de voluntad política y el exceso de confianza en la crisis del correísmo.

No hubo voluntad política desde CREO hacia los puentes tendidos desde la derecha tradicional (PSC), mientras los diálogos con Suma han sido constantes pero improductivos. El cálculo político sobre posibles votos negativos que pueda generar Nebot hace que Lasso se aleje y tome rumbo propio. Sucede algo similar con Rodas, tanto el alcalde capitalino como Lasso creen que su capital político per se es suficiente para derrotar a un alicaído correísmo. Lasso pensando en el 2017 y Rodas en el largo plazo. Al final del día los egos se imponen y la aspiración de Lasso de representar a la tendencia resulta imposible. Lasso solo representa a CREO a menos de un año de las elecciones.

Otra prueba de la falta de su capacidad política se refleja en su incapacidad de generar acciones políticas. Si lo comparamos con los líderes de la oposición venezolana —con quienes Lasso comulga y a quienes admira— él está muy lejos: los venezolanos basaron su crecimiento en distintas acciones políticas de calle, de trascendencia nacional que impactaron positivamente en el elector, y más allá de llegar a los medios de comunicación consiguieron que las protestas sirvan para posicionar cuadros en todo el espectro político venezolano. CREO ha hecho todo lo opuesto al proceso de la MUD —Mesa de la Unidad Democrática— venezolana, porque fomenta división en la oposición en lugar de cohesión.

Los intentos de Lasso de mostrar capacidad de movilización han sido mínimos e ineficaces, él cree que una entrevista en televisión o un tweet reemplazan a la calle, no se siente cómodo fuera de la virtualidad y como consecuencia, no genera un vínculo programático con su público, Lasso no asume el rol de brújula política que el elector busca. Por lo tanto, no ha sabido capitalizar el creciente descontento hacia el gobierno, lo que es inconcebible en un político que tiene altas aspiraciones.

El filósofo alemán Max Weber afirmó que “en política lo que no es posible es falso”. Lasso no ha demostrado posibilidad de que su rol genere un nuevo relato fuera del correísmo, que haga posible la reconstrucción institucional y económica del país. Por lo tanto Lasso se desvanece, es falso. Se limita a exacerbar los errores del correísmo y a personalizar la contienda política, cayendo en la muy latinoamericana costumbre del culto al líder, el candidato de CREO solo pretende ser el salvador que reemplace al caudillo.

La gran derrota de Guillermo Lasso no será perder las elecciones del 2017. En caso de que gane la presidencia, la falta de vínculo político —sobre todo con las clases populares del país— creará un difícil clima de gobernabilidad en un contexto de crisis económica que lo obligará a tomar medidas de ajuste bastante duras para una clase media emergente que no aceptará perder privilegios. El escenario es conflictivo y Lasso necesita de forma imperiosa a “la calle” para manejarlo. Lamentablemente ya es muy tarde.

 

Bajada

Gane o pierda en 2017, el líder de CREO se enfrentará a su incapacidad más grande: generar vínculos fuera de su partido