Johan Cruyff ganó todos los títulos, excepto el mundial. Y tenía una idea simpática sobre lo que ocurrió con el imaginario popular después de que Holanda, la Naranja Mecánica, la favorita para ganar la final de Alemania 1974, perdiera contra el anfitrión: “La gente recuerda más a nuestro equipo. Tal vez nosotros fuimos los verdaderos campeones”. La vida de Cruyff está repleta de esas frases sencillas y apabullantes, como su fútbol: capaz de mostrar todo aquello que estaba ahí, pero que no habíamos visto por pura comodidad. La pelota alta. El regate impredecible. Su pierna latigueaba como si fuera a centrar, pero de pronto, la bola estaba ahí y el defensa, no. Una vueltita que ponía a prueba el equilibrio de un flaco alto y espigado que había tenido que ejercitarse más que los otros para poder jugar al fútbol profesional. Endiablado con la pelota, Cruyff ponía pases elevadísimos que llegaban al lugar exacto en el que el pie de un compañero iba a rematar, o pateaba sin ángulo una pelota que de todos modos terminaba en las redes. Con ese fútbol le dio al Ajax tres de sus cuatro copas de campeones de Europa (hoy Champions League). El periodista deportivo David Miller lo llamó “Pitágoras con botas”, por sus disparos complejos y precisos, que casi siempre volaban en parábolas.

En el mundial de Alemania 1974, un asistente del equipo holandés esperaba a Cruyff con un cigarrillo encendido al final del primer tiempo. El cigarrillo estaba contraindicado, pero a él le daba igual. Antes de acabar el entretiempo, se fumaba otro. Y volvía a la cancha para maravillar al mundo. Con humo en los pulmones, corría como una gacela. “Era incluso demasiado rápido para darle una patada”, recordó Jan Olsson, el defensa sueco víctima del famoso “regate Cruyff”, ocurrido en la fase de grupos de ese mundial. Otra jugada del 74, esta vez en la final, muestra a Cruyff yéndose con todo frente al arco de Sepp Maier. El único defensa que tiene por delante es el líbero alemán. Pero Franz Beckenbauer va corriendo con tanta prisa hacia su área que no tiene tiempo de encarar. ¿Cómo se cubre a alguien que no se puede ver? Aunque terminaron venciendo, a los alemanes se les fue la vida en detener a Cruyff. Él fue el objeto del derribo que provocó el penal a los 14 segundos, cuando solo un equipo había tocado el balón.

En 1978, la Naranja Mecánica llegó a Argentina sin Cruyff, y sin Rinus Michel, el entrenador que lo había dirigido en el Ajax y la selección. Holanda volvió a disputar el título, y otra vez contra el anfitrión, pero tuvo problemas en el camino: en la fase de grupos, no le pudo ganar a Perú y perdió su tercer partido con Escocia. En la final, Robert Rensenbrink pateó en el adicional un balón que se estrelló en el poste. Quedaron a un palo.

Mucho se dijo sobre la negativa de Cruyff a ir a ese mundial. Se lo relacionó con una convicción política: que había declinado porque no quería jugar fútbol en un país donde torturaban a la gente. Tenía sentido: en 1974, poco después de llegar a jugar al Barcelona, había nacido su hijo, hoy un futbolista retirado, al que llamó Jordi, un nombre prohibido en la España de Francisco Franco, como cualquier otro con tinte catalán. Cruyff, que se entregó a la cultura catalana, había tenido que ir hasta Holanda para poder registrarlo así. Mientras la dictadura militar argentina se desvivía en decir que las acusaciones de violación contra los derechos humanos eran mentiras de los comunistas, César Luis Menotti les decía a sus jugadores que salieran de espaldas al palco en el que Jorge Videla asistía al partido, porque su pueblo estaba en las tribunas. Lo cierto es que Cruyff no fue porque no estaba, como dijo, al 200%. Unos meses antes, él y su familia habían sido amordazados en su propia casa por un marinero gallego narcotizado. Nunca se supo demasiado del episodio, pero el holandés vivió un tiempo con escolta policial, preocupado por su familia. Treinta años después, en 2008, Cruyff reveló que esa había sido la historia. Y el fútbol no fue total.

A Cruyff le gustaba forzar los límites del juego. Cuando se patea un penal, la regla dice que el cobrador no puede tocar la pelota dos veces. Es como una declaración de juego limpio: el arquero solo tiene una oportunidad, así que tú tendrás una sola también. En la temporada 1982-83 de la Eredivisie (la liga de Holanda), Cruyff iba a cobrar un penal, y en lugar de patearla al arco, se inventó el penalti indirecto: la colocó hacia su izquierda, por donde venía su compañero Jasper Olsen que, ante la salida del arquero, se la devolvió: Cruyff solo tuvo que empujarla un poco, mientras los defensas rivales miraban parados en la línea del área. Dos veces habían rechazado el impulso de correr a detenerla, y la segunda vez ya no tenía sentido. Hoy cuando suena el pito, todos entran al área. Hace poco Lionel Messi y Luis Suárez hicieron algo parecido (aunque el plan era con Neymar). Pero a diferencia de Olsen, Suárez no tenía tiempo ni espacio para devolvérsela a Messi. Todos compararon las acciones. Incluso se armó un debate: ¿Es esto espectáculo o una falta de respeto? Cruyff acababa de volver al Ajax luego de pasar por el fútbol de Estados Unidos. Tenía 35 años, y aún tenía algo nuevo que ofrecer.

Sin embargo, el Ajax no le renovó el contrato. Según su presidente, ya no tenía las capacidades para jugar en el club. Rebelde natural, Cruyff —que ya tenía 37 años— no solo fichó por el mayor rival del Ajax en la Eredivisie, el Feyenoord de Rotterdam, sino que además quedó campeón de la liga y la copa holandesa, y fue elegido el mejor jugador de su país ese año. Se retiró de la mejor forma posible: tapando bocas. No era para menos, tratándose de un jugador que siempre tuvo un temperamento muy fuerte. Como un rockstar del fútbol —que lo era—, iba por la vida sin morderse la lengua. Defensor acérrimo de sus convicciones, hay quienes dicen que era un arrogante, por frases como “no creo que llegue el día en el que se mencione a Cruyff y la gente no sepa de lo que se está hablando”. En 1973, puso el brazalete de capitán a votación luego de una disputa con sus compañeros, y lo perdió. Antes de Cruyff, ningún holandés había visto la tarjeta roja jugando para su país. Pero esa tozudez es una de las cosas más maravillosas que le han pasado al fútbol, como demostró en su etapa como entrenador.

Como futbolista, Cruyff era de la época de los exploradores a los que les queda todo el mundo por descubrir. Era la pieza clave tanto del Ajax como de la selección bajo la dirección técnica de Rinus Michel, que había diseñado el fútbol total, un sistema de juego que favorecía —o más bien, exigía— la polivalencia: cada vez que un futbolista iba por un lugar distinto al de su posición, un compañero tomaba su lugar, para no desbaratar el esquema. Cuando Cruyff se convirtió en entrenador, la escuela de Michel se le notaba: era adepto a la elástica formación 3-4-3, un sistema en el que es normal que los delanteros jueguen por las bandas para centrar, dando lugar al avance de los volantes. En Herr Pep, un libro sobre el primer año de Pep Guardiola como entrenador del Bayern Munich, el periodista español Martí Perarnau escribe:

Como jugador, Pep fue compañero de Michael Laudrup en el Dream Team que entrenaba Cruyff. Y Laudrup fue un falso 9 portentoso. Aquel equipo que conquistó cuatro Ligas españolas consecutivas y dio al Barça su primera Copa de Europa jugó mucho tiempo sin delantero centro. Cruyff dejaba vacía la zona del rematador y empleaba a Laudrup como “hombre sin zona”. Los defensas rivales se enredaban sin saber qué hacer con él. Cuando se daban cuenta, Laudrup estaba lejos del área, pero había facilitado la llegada por sorpresa de compañeros que remataban. 

Esa elasticidad, que le da mucho poder de ataque a un equipo, fue criticada por dejar demasiados espacios atrás, pero Cruyff era categórico: “Prefiero ganar 5-4 que 1-0”. Para Cruyff, el fútbol nacía y moría en la media cancha.

Esa filosofía fue la que llevó al Ajax entre 1985 y 1988, con el que ganó dos copas de Holanda y una recopa de Europa. Pero más allá de los títulos, su legado ahí está en el trabajo con la cantera. Un año antes de convertirse en entrenador, lo nombraron director deportivo, y entonces implementó su sistema ofensivo en las categorías inferiores, de las que salieron jugadores como Clarence Seedorf, Ronald y Frank De Boer y Edgar Davids, quienes en 1995 llevarían al club hacia su cuarto título de Champions League.

En 1988, fue contratado por el Barcelona, un club grande de España que aún no era capaz de ganar la Champions. En el Barcelona de entonces, como en el de hoy, había muchos jugadores bajitos, y entonces las críticas apuntaron a la vulnerabilidad del equipo en los tiros de esquina. “Entonces no vamos a conceder ninguno”, dijo Cruyff, y las veces que tuvieron que enfrentar un córner, contraatacó: tenía a tantos jugadores listos para salir al ataque, que los rivales caían ante el terror del contragolpe. Eran solo cuatro o cinco los que podían ir a buscar el cabezazo. Para Cruyff, cualquier problema físico se arreglaba con la cabeza. Era una convicción que resumió en otra de sus frases lapidarias: “Juega al fútbol con la cabeza, porque el balón es más rápido que tus piernas”.

En su época de entrenador, el juego del Barcelona se basaba en un cerebro en la mitad de la cancha, Josep Guardiola, un jugador que, como Cruyff, necesitaba de mayor entrenamiento físico que los demás, y por eso no jugaba. Lo que hizo fue inventarse un puesto para él: lo que hoy llamamos el 4, que es la posición de Busquets como armador de juego, un 10 retrasado: si la idea es que más gente esté al ataque, la jugada debe empezar desde atrás. Y así, Guardiola, que en manos de otros no tenía mucho futuro, se convirtió no solo en el corazón del Barça, sino en otro filósofo del fútbol. Lo que Rinus Michel había sido para Cruyff es lo que Cruyff fue para Guardiola.

“Yo no sabía nada sobre fútbol hasta que conocí a Johan Cruyff”, dijo Guardiola a propósito de la muerte de su mentor. “Con Johan sentías que podías dominar el fútbol”. Y es que ese era el espíritu del holandés: la devoción al fútbol total, la solución a cada problema del juego, la rebeldía contra la idea de que dejar espacios es de locos, porque, como supo decir alguna vez “a Colón también le llamaban loco antes de demostrar que la tierra era redonda”… Sin Cruyff, muchas cosas no serían las mismas: No habría La Masia, no habría Guardiola, no habría Luis Enrique. Probablemente, no habría Xavi, Iniesta, ni Messi.  “Los últimos 25 años del Barça le pertenecen a él”, remataba Pep.

Cruyff fue el genio que nos mostró que en el fútbol no existen los límites.