Las maestrías o doctorados que los becarios ecuatorianos hacen en el extranjero tienen una cuenta regresiva que suena como la de una bomba: pronto habrá que volver a un país del que, cada vez más, nos dicen que está en gravísimos problemas. Un lugar donde no hay cifras claras sobre los despidos recientes y el Ministerio de Trabajo no responde los requerimientos que se le hacen, pero todos los días las recibimos: cada vez más gente se queda en la calle. Hace un par de días, una conocida empresa de maquinaria de Guayaquil despidió a ciento cuarenta personas. La tasa de desempleo ha regresado a los niveles de 2007. En ese aspecto, la del correísmo ha sido una década perdida.
No hay empleo pero el presidente Correa parece no saberlo. Lo peor de todo, lo más grave de la tragedia personal del becario que dijo la verdad, es que —como todo— el gobierno va a entender al revés este problema. Ya veo venir la reforma legal en la que se obliga a las empresas a contratar a becarios.
La cuestión abominable de todo esto es el diseño de un país que no favorece la creatividad, sino la imposición. El gobierno de la Revolución Ciudadana había becado —según este publirreportaje de Telesur en 2015— a cerca de once mil personas. Según los datos de la SENESCYT —recogidos en esta nota— cerca de dos mil quinientos han regresado al país. Podríamos decir, a breves rasgos, que tres cuartas partes de los becarios siguen fuera, estudiando, bajo la manutención estatal. De esos 2500 que ya están en el Ecuador, según Ramírez, 98% tiene trabajo. Más de la mitad trabaja para el Estado y la Academia, y un poco menos del 30% trabaja para la empresa privada. Es ese último número que, con la crisis, va a empezar a reducirse. Y todavía faltan más de siete mil quinientos becarios por regresar de sus estudios. No habrá sistema universitario que tenga atriles para tanta gente. Y con los ajustes presupuestarios que se ensayan cada vez que se anuncia una nueva baja en el precio del barril de petróleo, lo más probable es que no solo la cifra de becarios que trabajan para el Estado no se incremente, sino que se reduzca. Vamos camino a tener los desempleados mejor calificados del mundo.
Es entonces cuando la cosa parece podrida por ambos lados: no sé si sepan, pero los becarios tienen la obligación de regresar al Ecuador por el doble del tiempo que duraron sus estudios y trabajar en el país. Es una medida más o menos lógica, una forma de gratitud con la sociedad que ha entregado sus impuestos para que ellos se formen al máximo nivel. El problema es que con la crisis hacia la que nos lleva el gobierno a paso temerario lo que sucederá es que muy pronto la gratitud se convertirá en un encierro sin trabajo. Que yo sepa las políticas de los programa de becas no han cambiado, y no existe la posibilidad para que un becario que no consigue trabajo en el Ecuador pueda buscarlo en un país de economías más sanas —donde, además, sus calificaciones les signifiquen una ventaja competitiva en el mercado laboral. El dragón comienza a moderse la cola y a devorarse a sí mismo.
Por supuesto, esto no es culpa de los becarios sino de un país donde el Estado sigue siendo el principal empleador. La economía del Ecuador durante estos diez años —al igual que en la época del boom petrolero— ha girado alrededor del eje de la obra de gobierno. La matriz productiva y otras fábulas de cambio no se han logrado, y más que del petróleo dependemos de un Estado consumista y obeso que gastaba a manos llenas. No se fomentó la innovación, ni se crearon las condiciones en que los emprendimientos tecnológicos —la economía del conocimiento— prosperaría. En su lugar, se prefirieron salvaguardias, impuestos a plusvalías y herencias, dogmatismos de izquierdas jurásicas. El propio rector de Yachay, una universidad que supuestamente promovería la innovación como centro de la economía ecuatoriana lo reconoció: “Es un debate de una política de Estado, una política económica y de comercio exterior que tiene que tener el Ecuador.” Pero en este país no hay debate. Hay una orden vertical del macho alfa que debe cumplirse, aunque René Ramírez balbucee del terror. Así que ya vendrá otra imposición para componer lo que ellos mismos dañaron, pero con plata ajena.
El gobierno de Rafael Correa será recordado como el segundo boom. Tuvo la suerte de tener una coyuntura económica muy favorable —al igual que le pasó a la dictadura de finales de 1970—, y atinó a elevar los beneficios sociales de los más pobres del Ecuador, e implementó un interesantísimo programa de becas en las mejores universidades del mundo. Pero nunca promovió la libertad de crear y, sobre todo, nunca concibió algo que es consustancial a las economías del conocimiento con las que René Ramírez sueña —y hasta se fue a ver, sin entender nada—: que esos inventos sean lucrativos. Que la economía da saltos cuánticos cuando alguien inventa Angrybirds, Airbnb o Uber, no cuando le clava más impuestos a los pobres fumadores y las exbecarias que queremos pasar en alcohol las noches en que pensamos sobre el futuro del país.
El plan de Correa y su gobierno nunca iba a funcionar porque era un plan a medias: de nada sirven los once mil becarios si la economía del país no está lista para recibirlos. Los becarios tendrían que venir a formar nuevas empresas, a dinamizar la economía con las ideas que aprendieron y a quitarle lo curuchupa y anacrónica a la sociedad por el contacto con sociedades más civilizadas donde el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal, donde una mujer no tiene que irse a la cárcel por abortar y donde el consumo de drogas está legalizado. Son sociedades en las que, también, el poder es tolerante con las críticas, existe la separación de poderes y el respeto por las instituciones democráticas no está atado a las pataletas de los militares. Lo que ha pasado es, sencillamente, el reflejo de una concepción de país. Ojalá en treinta años no estemos demoliendo, como se demolió hace poco La Licuadora —el edificio del MAGAP en Guayaquil—, la sede de la UNASUR, los laboratorios de Yachay o el aeropuerto de Santa Rosa.
En definitiva, la escena del becario de Morona Santiago no es graciosa como muchos opositores creen (reconózcanlo: han vibrado al ver a Correa hacer el ridículo), sino una tragedia de gran escala: los becarios vienen a dar vueltas en una rueda sin fin de una academia que no sirve a la sociedad, sino que se saca la pelusa del ombligo en foros y discusiones de títulos risibles que siempre discuten algo de ese chupacabras de la tecnocracia que es el intelectual orgánico. Regresan a un país donde tienen que cerrar sus empresas para ir a dar clases a gente que tampoco podrá abrir sus empresas.
Lo que Correa y Ramírez parecen no entender es que el propósito de las becas no debería ser que los becarios tengan trabajo. Eso es tautológico, absurdo y demasiado caro: 126 millones de dólares en 2016 (o lo que es lo mismo, la deuda que tienen con SOLCA). Esa inversión sería solo sensata si el retorno de los becarios significara un retorno exponencial del gasto. Es decir: si pudieran venir a emprender (y no a resignarse en un cargo en Yachay después de quebrar) seguramente esa plata estaría más que bien gastada. Pero si el propósito único y final del programa de becas de la SENESCYT es que cada uno de los becarios tenga trabajo, pues es otro despilfarro de la revolución ciudadana: sería el programa de capacitación de personal más caro de la historia.
Los becarios deberían encontrar tierra fértil donde sembrar lo que aprendieron en las mejores universidades del mundo. No es una cuestión de conocimientos formales, sino de una ampliación de la visión del mundo y de la deconstrucción de la estructura del pensamiento. Ese es, tal vez, el beneficio superior de salir a estudiar fuera del país.
Pero, no: este es el país donde todo se quiere crear por decreto. Y la generación de empleo —y por ende, de riqueza— no funciona así. No son solo los becarios: también aquellos extranjeros que llegaron seducidos por los cantos de sirena de un milagro ecuatoriano descubrieron que en este país no se podía emprender. En esta nota, hay uno que muestra el nivel del fracaso de la política económica del Ecuador: dice que le fue pésimo con nosotros pero que ahora le está yendo de maravilla en China. Hay que despertar del sueño, hay que tomar la pastilla contra la neurosis, y hay que hacerse una pregunta importantísima: ¿qué tiempo y cuánto dinero se necesita para mantener a los becarios que aún estudian en el exterior? ¿Alcanzará el cada vez más estrecho presupuesto estatal a cubrir todas sus carreras? Son muchísimas personas que han trazado planes de vida a mediano y largo plazo que, estoy segura, tienen esa preocupación en cualquier parte del mundo en que estén. Las quejas de la falta de dinero y la excesiva burocracia ya se escuchan y leen.
La angustia, la preocupación es válida. Pero todo esto es —hay que repetirlo— otro espejo en el que se mira una revolución que no se ha dado cuenta que hace mucho su rostro es el del status quo.