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En los últimos años, se han logrado avances en el tema de inequidad de género cómo reducción de la diferencia en la remuneración y mayor acceso a puestos de alta jerarquía para las mujeres. Sin embargo, existen todavía bastante desigualdad en el ámbito laboral en Ecuador.

Antes de entrar en las estadísticas de nuestro país me parece fundamental recordar el significado de la palabra “género”. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el género “se refiere a los conceptos sociales de las funciones, comportamientos, actividades y atributos que cada sociedad considera apropiados para los hombres y las mujeres”. Esas condiciones, según la OMS, pueden generar desigualdades de género: diferencias entre los hombres y las mujeres que favorecen sistemáticamente a uno de los dos grupos. “A su vez, esas desigualdades pueden crear inequidades entre los hombres y las mujeres con respecto tanto a su estado de salud como a su acceso a la atención sanitaria.” Ecuador garantiza los derechos laborales a las mujeres —por lo menos en papel. La Constitución del Ecuador de 2008 dice que nadie podrá ser discriminado por su condición de etnia, raza, incapacidad o género. Además, según la Ley Orgánica del Sector Público, el Estado debe promover igual participación de hombres y mujeres.

Veamos, primero, el lado positivo: En el 2008 las mujeres ganaban un 73 % del equivalente de los hombres pero para 2014, aumentó a un 83%.

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Sin embargo, la carrera laboral no solo se trata del salario y las horas de trabajo. Existen además las horas de trabajo no remuneradas: ahí estamos aún lejos de alcanzar la equidad. En el 2014 según el Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y Censos (INEC), las mujeres realizaron 32 horas de trabajo no remunerado a la semana: más del triple de las 9 horas que hicieron los hombres. Es un fenómeno sucede en el mundo entero, pero el Ecuador con una relación de 3,5 horas trabajas por las mujeres por cada hora de los hombres, todavía está lejos del estándar de los países desarrollados, donde la relación es menor a 2 a 1.

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Esta es una cifra que tiene consecuencias para nuestro país: causa mayor insatisfacción general en las mujeres, y genera más conflictos —internos a nivel psicológico, y externos a nivel social. Además, que se refuerzan los estereotipos machistas de nuestra sociedad en los que la mujer gana menos porque, en general, su trabajo —y, por tanto, ella— valen menos que el varón.

Estos son el pie de inicio para gente que busca tratar de justificar lo injustificable y sumamente denigrante de muchos de los crímenes en contra de las mujeres.  Por ejemplo, el 74% de las mujeres han sido víctimas del crimen de acoso sexual en el transporte público de Quito y un 91 % fueron víctimas del mismo crimen en general. Éste es el nivel más alto de América Latina pero es también un problema latente en muchas otras ciudades como Lima, Bogotá, DF.  Existen también otros ejemplos extremos como el caso de un hombre mayor que manoseaba su miembro exponiéndolo frente a una niña en el trole mientras la llamaba y el chofer luego de la denuncia de la niña se sintió culpable por haber permitido que entreguen al señor a la policía.  Es inadmisible que se siga pensando que fueron ellas las que los provocaron. En 2011, una encuesta del INEC mostró que 38% de las mujeres ha sido víctima de violencia física, 53,9% de violencia psicológica, 25,7%, sexual, y 16,7% patrimonial. Y aunque parezca aislado, no olvidemos la misteriosa muerte de la primera ministra de defensa mujer en el país, nueve días después de su nominación: Guadalupe Larriva. Estas son todavía realidades de nuestro país. Y no trabajar para superar la inequidad de género es limitar la libertad de movimiento de las mujeres, su acceso a la educación y al trabajo,  y,  por ende, el desarrollo del país. Esta inequidad de género es aún más fuerte en estratos socioeconómicos más bajos.

Este video resume la vida de millones de mujeres en América Latina y sus dobles jornadas que se vuelven aún más agotadoras sin la ayuda de sus parejas, pero también propone soluciones que no deberían ser ignoradas. La idea que más quiero rescatar es la del rol de los hombres en el hogar y cómo deberían colaborar más en el trabajo no remunerado para, además de ayudar a sus parejas, darle un buen ejemplo a sus hijos. Cambios simples pueden marcar la diferencia. Lavar los platos, lavar la ropa, hacer las compras, alimentar a los niños, ayudarles con los deberes, estar presente para ellos, involucrarse en su crecimiento. De nada sirven las políticas de acción afirmativas —esas que nos dicen que por ley debemos tener 50% de gerentes mujeres y el departamento de RRHH debe hacer todo lo posible para que se respete la norma— si no cambiamos la concepción del rol de las mujeres como seres humanos y por ende su rol en la sociedad.

Fotografía de Camilo Cardona bajo licencia CC BY-SA 2.0. Sin cambios.