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Los escándalos deportivos de 2015 dejaron en evidencia la corrupción que impera en las altas esferas del poder deportivo. Desde la FIFA, pasando por la IAFF y aterrizando en el mundo de las apuestas en el tenis, las historias se acumulan con su sino de podredumbre enraizada, con hilos enmadejados en verdaderas redes criminales. Es curioso cómo la mayoría del periodismo deportivo local e internacional ha hablado de los escándalos pero no ha investigado a profundidad sus entretelones —como deberían. Es como si se partiese del supuesto de que a los periodistas de investigación —generalmente centrados en la política, economía y otras áreas más “duras”— les corresponde hacer el trabajo de desenmarañar esas historias. Ese lavado de manos de buena parte del periodismo deportivo llama la atención porque, como dice Ricardo Vasconcellos, genera la impresión de complicidad con los denunciados.

El trabajo de insignes reporteros investigativos como Andrew Jennings o Hajo Seppelt  ayudó a sacar a la luz la corrupción en la FIFA y en la IAAF y ha permitido iniciar acciones judiciales contra los implicados. Pero esas indagaciones exhaustivas sobre la corrupción en el deporte no solo se circunscriben al periodismo de investigación. Un reportaje de ESPN da cuenta de cómo se gestó la investigación del FBI y el IRS (el servicio de impuestos norteamericano), que decantaron en la acusación de la fiscal Loretta Lynch.

La historia gira en torno al auge y caída de Chuck Blazer. El ex directivo norteamericano fue el testigo clave que permitió recabar buena parte de las evidencias contra los jerarcas de la FIFA a nivel regional y mundial. La investigación parte desde los orígenes del neoyorquino: un ambicioso contador que vio el potencial de la expansión del fútbol en los Estados Unidos cuando, a fines de los setentas, llevaba a su hijo a entrenar soccer. Blazer supo desde el principio que el fútbol era una mina de oro y él se convirtió en su minero.

Blazer vio el potencial que ofrecía la Confederación de Fútbol Asociado del Norte, Centroamérica y el Caribe (CONCACAF). Tal como cuenta el reportaje de ESPN, Blazer apostó todas sus fichas a potenciarla cuando se asoció con su Presidente, el trinitario Jack Warner, para convertirse en Secretario de la entidad. La sociedad Blazer-Warner fue meteórica y muy exitosa: crearon la Copa de Oro, a la que multiplicaron su valor varias veces, generando una máquina de rentabilidad de la que sacaron grandes tajadas por la venta de los derechos de televisación.

Según el reportaje de ESPN, Warner también apadrinó a Blazer para que fuera parte del Comité Central de la FIFA. En esa función, el norteamericano dio rienda suelta a su inventiva, creando eventos como el Mundial de Fútbol de Clubes y la Copa Confederaciones, que generaron ganancias por cientos de millones de dólares. Como apunta la investigación periodística, en todos sus emprendimientos —y en muchos otros eventos de mercadeo, expansión e inversiones del fútbol— los conocimientos contables de Blazer permitieron articular sobornos y comisiones, que luego eran blanqueados en complejos mecanismos off shore, una práctica que se extendió como un cáncer agresivo entre la cúpula de la CONCACAF. El norteamericano fue el cerebro que dio réditos a sus socios regionales y globales. Eso le llevó a tener una vida de excesos, que incluía –de acuerdo al reportaje- un lujoso departamento en la torre Trump de Manhattan a nombre de la CONCACAF y propiedades que se fueron acumulando ostentosa y rápidamente.

La investigación de ESPN da cuenta de los entretelones de esta historia y de la que se escribía paralelamente en la justicia norteamericana. Varios agentes del FBI rastrearon por años las pistas que Blazer iba dejando, y que luego fueron complementadas por otros oficiales del Servicio de Impuestos estadounidense, que empezaron a rastrear las finanzas del norteamericano. Era un grupo minúsculo de agentes que, como indica el reportaje de ESPN, compartía el vínculo del amor al fútbol en un país en donde ese deporte es todavía minoritario. Tras varios años de pesquisas, la sociedad anticrimen pudo establecer el modus operandi de Blazer y los suyos. Cuando lo aprehendieron, a sabiendas de que el cúmulo de cargos que pendían sobre él lo iban a llevar a la cárcel por el resto de su vida, decidió cooperar con la justicia sin chistar.

El trabajo de ESPN muestra correos electrónicos, notificaciones entre agentes y los pormenores y dificultades que la investigación enfrentó. La decisión de aprehender a Blazer fue una jugada riesgosa que, finalmente, fue decisiva porque permitió acceder a todos los involucrados en la red de corrupción de la FIFA a nivel regional y global, gracias a las escuchas grabadas por Blazer, su felón. También brindó evidencia de los mecanismos de sobornos para la selección de sedes mundialistas desde 1998. Todos esos antecedentes fueron respaldados por la entonces fiscal de Manhattan, Loretta Lynch, quien luego se convirtió en la fiscal nacional. En su nuevo rol, Lynch impulsó la investigación, oficializando en mayo de 2015 los cargos contra los involucrados en 92 crímenes que el hilo de la pista de Blazer permitió descubrir.

La investigación de ESPN es una muestra detallada, prolija y bien narrada de que el periodista de deportes puede producir reportajes de calidad cuando los temas trascienden los campos de juegos, los jugadores y los equipos. Esa es la tarea de cualquier periodista, más allá de su área de especialidad: investigar y hacer las preguntas incómodas para encontrar qué se esconde tras las caras sonrientes, las manos apretadas y el aparente confort del poder. Pero esa tarea requiere independencia para indagar desde todos los ámbitos posibles, para atar cabos y determinar la arquitectura que ha permitido construir los edificios de corrupción que se han descubierto en la institucionalidad deportiva.

En ese sentido, lo que se denomina como periodismo deportivo en América Latina y el Ecuador, está al debe. La deuda es grande e histórica. El periodismo deportivo se ha limitado a ser una especie de caja de resonancia de las noticias, sin asumir su responsabilidad de investigar —como le corresponde— las denuncias que se han ido acumulando en contra de los jerarcas del fútbol y otros deportes. Siempre me han llamado la atención la inexistencia de comentarios o preocupación de los narradores y opinólogos del balón, las raquetas y los bates, que ante los evidentes círculos de un poder aparentemente inexpugnable, y con claras evidencias de corrupción, han hecho de la vista gorda o han guardado sepulcral silencio. Basta ver lo que a nivel regional ocurre con medios como Fox Sports, Torneos y Competencia y la misma ESPN en su señal latina, que nunca enfrentaron ni escudriñaron las miasmas de verdaderos mafiosos deportivos regionales como Nicolás Leoz o Julio Grondona. En parte, ello estaría vinculado con los propios mecanismos con los que varias de estas empresas se han hecho acreedoras a los derechos de televisación y que estarían relacionados con las redes de corrupción del fútbol regional.

En el Ecuador ha ocurrido lo mismo. La pasividad de la mayoría de los periodistas deportivos respecto de las actividades de la FEF, y en particular de su presidente, Luis Chiriboga, rayan en la obsecuencia y, en casos consumados, en lo cerril. Como lo señala Vasconcellos, algunos periodistas repiten la práctica de la FEF: defendiendo la presunción de inocencia del impresentable Chiriboga. La mayoría de los periodistas deportivos de primer nivel, con amplia audiencia, se ha abstenido de hacer las preguntas pertinentes: ¿por qué Chiriboga es parte de la empresa que administra la distribución de tickets de la selección?; ¿por qué, a pesar de todo el prontuario acumulado, la FEF no ha expulsado al riobambeño, tal como ha ocurrido con otras federaciones regionales con dirigentes incriminados?; ¿qué empresas y qué otros familiares de Chiriboga y otros miembros de la FEF han lucrado del fútbol?; ¿qué cuentas tienen Chiriboga, sus familiares y otros miembros de la FEF (y sus familiares) y cómo han evolucionado con el tiempo?; ¿por qué las entradas al estadio para ver a la selección (y otros servicios vinculados) se han encarecido exponencialmente?; ¿de cuánto en realidad son los contratos para la transmisión de los partidos del fútbol local —sobre todo por la anterior vinculación de la FEF con la familia Jinkis— y cómo eso ha implicado un encarecimiento de la señal?

Estas y otras preguntas son pertinentes a nivel local y regional, sobre todo en este año que se elige un nuevo Presidente de la FIFA y se juega la denominada Copa Centenario. Sobre este último torneo, se han empezado a hablar con entusiasmo de su realización y de los significativo que implica tener una copa que alberga a las mejores selecciones del continente americano, pero poco —o nada— se ha comentado directamente sobre que la transmisión de este evento también ha sido sujeto de la investigación de la fiscalía norteamericana, que los dueños de la transmisión —a pesar de las evidencias— no han rehusado usarlos, o de que la idea de esta Copa para conmemorar el siglo de la primera Copa América suena a otra invención de las que Blazer creara para llenarle los bolsillos a los jerarcas del fútbol regional. En síntesis: nadie ha cuestionado algo por lo que todos en el continente deberíamos pedir más de una explicación.

La función del periodista deportivo no es solo dar cuenta de los pormenores de los partidos, traspasos y prácticas de los equipos. Tampoco es la de llevar estadísticas cada vez más sofisticadas, o elucubrar sobre futuras contrataciones o renuncias. Además de informar, el periodista —deportivo o de cualquier especialidad— tiene un compromiso con la verdad. Esa que duele, que saca ronchas y que impide pasos a las áreas de prensa de los torneos nacionales, internacionales y globales. Porque muchas veces hablar con la verdad que no es evidente implica ser vetado por las fuentes de poder. Pero, al final, da libertad para decir lo que muchas veces pocos se atreven, pero todos necesitan oír.

Fotografía de Julen Landa bajo licencia CC BY-SA 2.0. Sin cambios