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La designación del hecho deportivo del 2015 fue más allá del fuego sagrado de la gloria. Para varios medios —como El País y la BBC—, no fueron los goles de Lionel Messi y sus cinco títulos con el Barcelona, ni la velocidad de Ussain Bolt y su cosecha de medallas en el Mundial de Atletismo de Beijing los que ganaron la pulsada. Tampoco la consistencia de Novak Djokovic y Serena Williams, que con tres Grand Slams cada uno se posicionan como números uno del tenis masculino y femenino. El 2015 deportivo será recordado por el destape de los escándalos de corrupción en la FIFA y de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF en sus siglas en inglés), y de cómo empezaron a caer sus mantos de impunidad.

Como Messi y Bolt, la corrupción en el deporte es un campeón acostumbrado a ganar, pero sus récords no se hacen públicos. El destape de sobornos y blanqueos de dinero de los dirigentes de la FIFA y los esquemas institucionalizados de doping en la IAAF, no fueron una sorpresa tras años de denuncias sobre la corrupción en el fútbol y varios escándalos de dopaje en el atletismo. Lo novedoso fue que las denuncias se judicializaron, tumbando a las aparentemente inexpugnables cabezas de ambas instituciones —Josep Blatter y Lamine Diack— y a su séquito de lugartenientes. Además, provocó un cisma que va más allá del fútbol y del atletismo: desde 2015, el clamor generalizado por la transparencia y el fair play en el deporte mundial parece haber iniciado una carrera sin retorno. 

Las acusaciones de que la FIFA actúa como una organización mafiosa han abundado desde la presidencia del brasileño Joao Havelange. Investigaciones como las del británico Andrew Jennings, en sus libros Tarjeta roja. El libro secreto de la FIFA y Omertà: La FIFA de Sepp Blatter, familia del crimen organizado,  han dado cuenta de las tropelías de los personeros de la FIFA en las últimas tres décadas. Las pesquisas de Jennings fueron claves para desmenuzar el esquema de lavado de dinero que la jerarquía de la FIFA había diseñado para arreglar los derechos de televisión, en lo que se conoce como el caso ISL. Su trabajo también ayudó a develar los mecanismos de sobornos en la designación de las sedes de los Mundiales desde 1998, como las donaciones a las víctimas del terremoto de Haití que sirvieron como pago para ganar apoyos de los dirigentes de la Concacaf. La FIFA había zafado mediante una mecánica de adormecimiento, autoexculpación, chantaje y punición, que Josep Blatter refinó y expandió a nivel global: de hecho, la FIFA le prohibió aJennings el ingreso a cualquier cobertura periodística desde hace cinco años.

Algo similar pasa en el atletismo. La palabra doping ha sido una constante desde los tiempos de la Guerra Fría, cuando los dos ejes políticos —sobre todo en Europa del Este— usaron y abusaron de métodos de dopaje para tratar de ganar la batalla por las medallas olímpicas. El flagelo ha estado presente en las últimas tres décadas, tal como los casos de estrellas como Ben Johnson y Marion Jones lo evidenciaron. Como explica The Guardian, si bien la IAAF ha tratado de desarrollar controles de dopaje de última generación, su Agencia Mundial Antidopaje (AMA) ha ejercido más un rol de relaciones públicas y promoción de buenas prácticas, que de feroz guardián del cumplimiento de la reglas antidoping. Sin embargo, nadie sospechaba que el problema de la AMA no era su perfil institucional, sino la existencia de una sistemática forma de cobrar sobornos para blanquear casos de doping comprobados. 

La gracia fue que los antecedentes de varias investigaciones periodísticas ayudaron a armar casos judiciales que en 2015 develaron una arquitectura de corrupción gigantesca. Tal como lo cuenta en el documental FIFA, Sepp Blatter and Me  a pedido del FBI, Jennings proveyó información crucial para identificar las cuentas del norteamericano Chuck Blazer, personero de Concacaf, que había desviado sus “ganancias” a paraísos fiscales. Conocido por sus excentricidades —como las de tener un departamento en la Torre Trump de Manhattan solo para sus gatos— Blazer fue la pieza clave que permitió desenmarañar la trama de corrupción. Cuando el FBI y el servicio de impuestos norteamericano lo aprehendieron, le dieron la opción de reducir sustantivamente sus condenas si colaboraba para recabar información del esquema de corrupción. El bueno de Blazer aceptó sin chistar.

Lo que la fiscal norteamericana Loretta Lynch destapó en 2015 es el resultado de las investigaciones que se dieron con la colaboración de Blazer y el relevamiento de muchísimas pruebas. Más allá de los 92 delitos imputados, y de que buena parte de la dirigencia futbolística latinoamericana y caribeña de las últimas dos décadas está implicada, la acusación de la Justicia norteamericana mostró que la corrupción en la FIFA lo tiñe todo y parece no tener más solución que la cárcel. Fue una constatación de que Jennings tenía razón: la FIFA es un enclave mafioso que se rige por la Omertà. Aunque para algunos, como el senador Richard Blumenthal, “comparar a la FIFA con la Mafia es casi un insulto a la Mafia. La corrupción de esta organización nunca ha sido tan descarada, obvia y arrogante como la que hemos conocido ahora en el ente que rige el fútbol mundial”.

En un hecho sin precedentes, Josep Blatter tuvo que renunciar pocos días después de haber ganado su quinto mandato a fines de mayo. El escándalo de corrupción hacía inviables los apoyos políticos y, sobre todo, comerciales para su gestión. Pero el golpe de gracia fue la prohibición de participar en la FIFA que la Comisión de Ética  —creada por el mismo Blatter como el mecanismo perfecto de evasión de las denuncias de corrupción— le impuso en diciembre a su creador y a Michael Platiní, ex gloria futbolística francesa, Presidente de la Federación Europea del Fútbol (UEFA) y, hasta entonces, seguro candidato a la sucesión. Los dos millones de francos suizos con que Blatter habría comprado las ambiciones de Platiní para disputarle la testera de FIFA en 2011 y 2015, le quitaron inmunidad a Blatter y a su delfín, instaurando el fin oficial del reinado del suizo.

Otras investigaciones periodísticas dieron cuenta a fines de 2014 de sistemas institucionalizados de dopaje en la federación atlética rusa. Las denuncias que la televisión alemana y el periodista Hajo Seppelt  sacaron a la luz, gracias a declaraciones de deportistas y entrenadores como Yuliya Stepanova y Vitaliy Stepanov, mostraron que el dopaje entre los atletas rusos era la norma para conseguir récords y medallas. El problema fue que este estándar era aupado por su propia federación, que luego se encargaba de blanquear los controles antidoping. Para el efecto, la federación rusa usaba una política particular. Permitía que los atletas no tan buenos fueran castigados por la AMA, pero, en el caso de sus estrellas, le pagaba a la agencia internacional de control antidoping coimas para blanquear sus registros. 

Esto supuso el develamiento de verdaderas mafias de soborno (AMA para el blanqueo) y chantaje (Federación rusa a sus atletas de élite). En el caso de la AMA, la denuncia no solo incluía a los atletas rusos. También abarcarían a un tercio de los medallistas de larga distancia entre 2001 y 2012 que habrían entrado en el mecanismo de blanqueo, en el que estaban involucrados el Presidente de la IAAF, el senegalés Lamine Diack, su hijo y el especialista principal en controles antidopaje, Gabriel Dollé  entre varios otros. Conforme las investigaciones periodísticas comenzaron a resonar, una comisión investigativa externa a la IAAF fue creada y a comienzos de diciembre de 2015 presentó un informe pormenorizado que llevó a la suspensión indefinida de la federación rusa. La justicia francesa hizo otro tanto: Diack fue capturado y, tras pago de una millonaria fianza, se mantiene con orden de arraigo mientras continúa la investigación penal. 

Algunos han leído estos acontecimientos como una vendetta geopolítica. Tanto las denuncias de corrupción en la FIFA, como las de IAAF, tienen un factor común: Rusia. El campeonato mundial de fútbol en 2018 y la nueva vigencia que los rusos han tenido en el atletismo y otros deportes (alcanzaron el medallero máximo en la Olimpiadas de invierno de Sochi 2014) habrían gatillado el súbito interés de Estados Unidos y Europa por transparentar el deporte mundial. Más allá de que estas suspicacias tendrían asidero en el contexto del poder geopolítico incremental de Putin, ha quedado en evidencia la necesidad de transparentar los mecanismos de gobernanza que rigen al fútbol, al COI y a todas las federaciones deportivas. 

En la práctica, estas funcionan como enclaves inexpugnables. Cuando sus intereses son tocados, amenazan con sancionar a los países que inician investigaciones o procesos judiciales. Hacen falta mecanismos de rendición de cuentas y una  nueva institucionalidad que asegure un mecanismo transparente de checks and balances. Junto a eso se requiere de controles que permitan que las investigaciones a nivel nacional puedan realizarse. Varias propuestas apuntan a limitar el tiempo de las cabezas institucionales al mando de las federaciones nacionales e internacionales y establecer entidades de control externo en la que los mandamases no tengan injerencia. Otro tanto pasa por transparentar los organigramas y cuánto gana cada quien.

Otro factor común que han tenido los escándalos de corrupción es el origen de las denuncias: el buen periodismo. Jennings es un periodista de investigación al que no le motiva el fútbol como deporte pero a quién la impunidad de sus jerarcas lo flechó. Lo que evidenció el año 2015 es que el buen periodismo de investigación lleva años de trabajo pero sus frutos son increíblemente valiosos. Incluso proveen de elementos que, como en el caso de la FIFA y la IAAF, ayudan a encausar procesos judiciales contra los responsables. Dicho trabajo implica independencia —algo que no parecen tener los periodistas que buscan estar acreditados— y libertad de acción, incluso a costa de saberse oficialmente vetados. En algún momento, la confrontación directa y la acumulación de pruebas de gente como Jennings o Seppelt puede llevar a varios informantes clave a querer delatar a los corruptos.

El descubrimiento del dominio de la corrupción en la institucionalidad deportiva en 2015 es un buen inicio, pero no es suficiente. Si bien la opinión pública global pide más transparencia, este gigante antideportivo que es la corrupción ha demostrado ser capaz de romper todos los récords y pasar desapercibido. 2016 es el año de la elección de un nuevo presidente FIFA y de los Juegos Olímpicos de Brasil. En el contexto de los escándalos, estos eventos pueden ser una excelente oportunidad para dar una vuelta de timón al deporte institucional. Se requieren cambios radicales en la lógica con la que se administra el deporte y los controles antidoping. Pero, sobre todo, se necesitan hombres y mujeres valientes que quieran vencer a un invisible campeón indiscutido. 

Bajada

La corrupción fue el hecho (anti)deportivo del 2015

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Foto: Felipe Quintanilha bajo licencia CC  by 2.0. Sin cambios.