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El Niño es un fenómeno y un debate cíclico en el Ecuador. Cada vez que los científicos que monitorean las condiciones térmicas del océano Pacífico anuncian que sucederá, las discusiones se repiten: cuestionamos la capacidad del Estado para reaccionar ante las emergencias causadas por las lluvias intensas, elucubramos sobre sus efectos en la economía del país y, sobre todo, nos preguntamos si se parecerá a los eventos de 1982-1983 y 1997-1998, dos de los más fuertes de los que se tiene registro. Sin embargo, muy poca gente habla —fuera de los circuitos académicos— del impacto que la fase de calentamiento del fenómeno climático El Niño tiene en la biodiversidad marina y terrestre del Ecuador continental y de las islas Galápagos. 

Un fenómeno de El Niño intenso puede tener efectos dramáticos en la biodiversidad. Eso, a su vez, puede desencadenar una serie de eventos que impactarían desde la condición de los suelos, el número de individuos y la diversidad de especies, hasta actividades de interés comercial como la pesca o la cría de camarón —de lo cual sí se habla en los medios. 

Vale, sin embargo, una precisión necesaria: los modelos que pronosticaban la llegada de un El Niño muy fuerte no se han cumplido. “Para esta fecha, en 1997, en Guayaquil habían caído ya cuatrocientos milímetros de precipitación; este año han caído ocho”, dice el oceanógrafo Franklin Ormaza. Según Ormaza, hay una razón por la que los modelos han fallado: el Pacific Decadal Oscillation (PDO), un patrón climático océano-atmosférico que dura de veinticinco a treinta años. Entre 1979 y 2000 este patrón fue, predominantemente, cálido. Desde el 2001, el PDO ha sido frío la mayoría del tiempo, contrarrestando el aumento de la temperatura. Por eso, los El Niño registrados entre 1979 y 2000 fueron muy intensos, mientras que los subsecuentes muestran altas temperaturas oceánicas en el Pacífico Central, pero al llegar a las Galápagos y la Costa ecuatoriana su intensidad aminora.

Con todo, hay la certeza de que vivimos un fenómeno El Niño. Desde julio de 2015, se han verificado todas las condiciones requeridas para declararlo. Y, tampoco hay que dudarlo: su impacto en los ecosistemas marinos y terrestres va a ser considerable. Como explica Ormaza: “un ligero cambio de temperatura puede causar dramáticos cambios en la biodiversidad”. Sus efectos podrían identificarse hasta en los páramos de la Sierra y los bosques amazónicos, lo cual puede incluso incidir en los niveles de cambio climático global en 2016.

El primer gran impacto sucede en el mar. Cuando su temperatura sube, los gases que están disueltos en el agua se escapan: dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, pero también oxígeno. Eso implica que los niveles tróficos superiores —los organismos que habitan el piélago marino como peces— se van más al fondo o migran hacia el sur, en búsqueda de aguas con mayores cantidades de oxígeno. Según un estudio desarrollado por el propio Ormaza, ese calentamiento propio de El Niño incide en las poblaciones de ciertos peces pelágicos en aguas ecuatoriales. La abundancia de peces pequeños como la sardina del sur, anchoveta, jurel, macarela, sardina redonda y otros más grandes, como la merluza y el pez espada, se ve afectada negativamente, ya que todos migran hacia aguas profundas o hacia el sur. Para septiembre de 2015, sin embargo, la anchoveta no se había ido todavía hacia el sur del Perú. “Si las anchovetas no se han movido al sur” —explica Ormaza— “es porque no han recibido el mensaje de lo que pensábamos que iba a ocurrir”. A un nivel trófico inferior —donde están el zooplancton y el fitoplancton— el cambio puede ser más drástico. 

El zooplancton vive del fitoplancton, y el pez vive del fitoplancton y del zooplancton. Si disminuye la disponibilidad del fitoplancton, los peces también se moverán en búsqueda de alimento. Del fitoplancton depende en gran medida la vida en la Tierra: tiene la capacidad de sintetizar energía solar en energía química. A diferencia de los organismos heterótrofos, que convertimos energía solar en orgánica, el fitoplancton utiliza minerales para hacerlo. Cuando la temperatura del mar se eleva, baja la diversidad del fitoplancton por la desaparición de muchas especies. No obstante, un tipo de fitoplancton — denominados dinoflagelados— predomina. Estos carecen de las proteínas que tienen, por ejemplo, las diatomeas y son los causantes principales de las mareas rojas que suelen contaminar con toxinas a varias especies: mejillones, ostras, vieiras y otros moluscos. Las diatomeas prácticamente desaparecen de las costas durante El Niño. En octubre y noviembre de 1997, se habían presentado ya las mareas rojas en la costa del Ecuador. Su ausencia podría ser un indicador más de que, al menos en cuanto a lluvias, los efectos de El Niño que se anunciaron no ocurrirán.

El impacto directo en las especies

Aunque cada El Niño es distinto al otro —y el clima siempre es impredecible—, la evidencia científica de años con este fenómeno ayuda a predecir, en cierta medida, lo que podría suceder esta vez. En 1983, luego de que se terminara El Niño, un grupo de biólogos realizó un censo poblacional en Galápagos para determinar cómo el fenómeno había afectado a dos especies de aves marinas endémicas de las islas: el pingüino de Galápagos y el cormorán no volador. Encontraron que el 80% de los pingüinos y el 50% de los cormoranes había muerto. Carlos Valle, biólogo que participó en este monitoreo, lo recuerda así: “en ese momento no lo podía creer, era mi primera experiencia con una situación de mortalidad muy grande, yo era muy joven y recién empezaba investigación. Me quedé sorprendido porque las poblaciones de ambas aves eran muy y por ende eran las especies más vulnerables”. Treinta y tres años después, monitoreos han demostrado que la población de pingüinos no ha terminado de recuperarse, es decir el número de la población es muy similar a la del 83. Los cormoranes, en cambio, sí lograron recuperar el tamaño de su población luego de tres años de que El Niño de 1983 acabara. No existe una regla que indique qué especies se afectan primero o más con esta alteración climática. No obstante, estas dos especies reúnen varias características que las hace más propensas: no pueden desplazarse distancias muy grandes —de hecho, el cormorán nada y bucea a poca distancia de sus territorios reproductivos— y se alimentan de peces en las ricas aguas frías del oeste de Galápagos. El primer problema que enfrentan es la falta de alimento. En años normales, los peces que comen suelen estar cerca de la superficie gracias a la corriente fría de Cromwell —que baña esta región de Galápagos. Durante El Niño, una masa de agua caliente llega desde el Pacífico occidental e interrumpe la circulación horizontal de agua y nutrientes en la corriente de Cromwell. Los peces que suelen abundar en esa zona, migran en busca de comida, o mueren. Pingüinos y cormoranes, al no tener de qué alimentarse, eligen no reproducirse porque están débiles y necesitan fuerza para anidar, y si no tienen alimento ni siquiera para ellos, su instinto les dice que tampoco tendrán para sus crías. Su instinto parece decirles “si no tengo alimento para mí, por qué voy a tener crías que van a morir de hambre… si no estoy lo suficientemente fuerte para anidar, ¿por qué voy a hacerlo?”. Entonces si no se mueren de hambre, sobreviven pero interrumpen los ciclos de reproducción naturales. Dos escenarios negativos para el equilibrio del ecosistema. En el caso puntual de los pingüinos la situación se complejiza por su sistema reproductivo que es particularmente lento: permanecen mucho tiempo con la misma pareja sexual. En El Niño del 83 la mayoría de las parejas se había roto ya sea por la muerte de la hembra o el macho, y los individuos tardaron en encontrar a su nueva dupla reproductiva. 

Los pequeños peces que forman parte de la dieta de pingüinos y cormoranes se van porque la capa de agua caliente que ha llegado no permite que los nutrientes del fondo del mar lleguen hacia la superficie, dejando sin alimento, a su vez, al zooplancton y fitoplancton del cual se alimentan los peces. Otros peces más grandes, al mismo tiempo, se comen a los pequeños y, a su vez, son alimento de animales marinos todavía mayores, como lobos marinos y tiburones. Toda la cadena atrófica del mar se afecta porque no hay suficientes nutrientes para el minúsculo primer elemento del ciclo. Varias especies grandes solucionan el problema migrando, como lo hacen las mantarrayas, piqueros y otras aves marinas; es decir, nadan o vuelan largas distancias en busca de comida (que no siempre encuentran).

El hambre no es la única causa por la que las especies mueren. En el caso de las iguanas marinas de Galápagos, su muerte suele relacionarse con algo parecido a la indigestión. En condiciones normales, esta iguana se alimenta de algas marinas que son afectadas por los cambios de temperatura durante El Niño: disminuye su crecimiento y la repoblación es mucho más lenta. El biólogo Carlos Valle explica que las iguanas hacen una suerte de pastoreo con las algas cada vez que se alimentan, y estas algas suelen recuperarse rápido en condiciones normales. Pero con el agua caliente, las algas crecen más lento y lo poco que hay es consumido por las iguanas. Cuando se terminan las algas, las iguanas consumen otro tipo de algas que les causan indigestión y obstrucción intestinal: mueren porque se han alimentado de una especie a la que no han estado acostumbradas. En El Niño de 1983 y en el de 1998 era frecuente encontrar iguanas muertas en las orillas. Aunque todavía quedan dudas de que el fenómeno esté ocurriendo, ya se ha registrado en este año una mortalidad similar, en la isla Genovesa.

La mortalidad de pingüinos, cormoranes o iguanas marinas llama la atención porque, de alguna manera, la vemos y parece más cercana. La muerte de peces también porque nos los comemos. Pero más bajo del agua, como recién se explicó, los problemas se profundizan. Otra de las especies que mayor riesgo corre frente a un fenómeno El Niño son los corales. Por el incremento de temperatura, el oxígeno en el agua disminuye, mientras suben los niveles de ácido carbónico, alterando el pH del mar. A medida que el océano se acidifica, se afecta el proceso natural de fotosíntesis que permite a los corales obtener nutrientes para que se alimente el protozoo que los habita. Al perderlos, el coral adquiere una coloración blanca conocida como bleaching (blanqueamiento). Los corales superficiales —como en el islote El Pelado, en la costa de Santa Elena— pueden ser severamente afectados. En un estudio titulado El Niño y la Biodiversidad, académicos de Canadá y Portugal documentaron una mortalidad de entre setenta y noventa por ciento de corales del trópico este del Pacífico, durante El Niño de 1982-83. En las Galápagos, la mortalidad de arrecifes de coral fue del 95%. Es decir, casi todo. El blanqueamiento de 1997-98 fue el más severo y extenso que se haya registrado.

Pero El Niño no es una mala noticia para todos. Las aves marinas y peces sufren con el fenómeno, mientras que algunas especies de aves terrestres se benefician. Cuando El Niño viene acompañado de lluvias, estas aumentan la cantidad de flores, frutas, brotes y varios grupos de insectos. Hay mucha más comida disponible que las aves terrestres aprovechan. Durante El Niño de 1983, los científicos Peter y Rosemary Grant monitorearon las poblaciones de pinzones de Galápagos y encontraron un récord: durante el periodo de lluvias, un grupo de pinzones se había reproducido siete veces (cuando el promedio acostumbrado es dos). Este aumento de lluvias y el consecuente florecimiento de plantas y proliferación de insectos también es, sin embargo, una mala noticia para Galápagos: las especies depredadoras introducidas, como las ratas, se reproducen más rápido de lo que acostumbran porque tienen más alimento disponible. En un año El Niño pueden tener ocho camadas de doce crías cada una. Como consecuencia, aumenta la depredación de especies endémicas vegetales y animales, como los pinzones. 

En otras regiones

La mayoría de estudios sobre El Niño en Ecuador se han hecho en Galápagos y en las costas. Sin embargo, existen poca información sobre sus efectos en la Amazonía, en la Sierra o en los bosques tropicales del occidente. Una investigación liderada por Milena Holmgren, demuestra que El Niño tiene grandes implicaciones en el funcionamiento de diferentes ecosistemas, desde desiertos a la selva amazónica. “Los eventos inducidos por El Niño…pueden causar un efecto en cascada por toda la cadena alimenticia, causando procesos inesperados de retroalimentación, y pueden hacer que ecosistemas secos abiertos se conviertan en bosques permanentes”, explican. Además, sugieren que el cambio pronosticado en eventos climáticos extremos, como Niños más severos y continuos, resultantes del calentamiento global podría alterar profundamente la biodiversidad y los ecosistemas de muchas regiones del mundo.

Los impactos de El Niño en la biodiversidad van a variar dependiendo de la intensidad con que finalmente llegue el fenómeno al país. Si se mantiene el modelo de predicción de un fenómeno entre moderado y fuerte, podrían haber efectos negativos y positivos. Con el aumento de la temperatura en el océano, además, el flujo de C02 y metano va a tener un impacto directo en el efecto invernadero. Pero eso lo veremos el próximo año.

Bajada

¿Podrían  ser las especies marinas las primeras (y más) afectadas por el fenómeno climático?

fuente

Foto:  Lucy Rickards bajo licencia CC  by 2.0. Sin cambios.