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El pase a las espaldas de los defensas del Manchester United dejó a Jamie Vardy con algo de espacio de cara al pórtico de David de Gea. Ese espacio, con el jugador más rápido del fútbol inglés, es una desventaja costosa. Costosísima. Ese domingo 29 de noviembre de 2015, el delantero del Leicester City —que hasta hace cinco años trabajaba como obrero para subsistir— perfiló por el lado derecho del área y arremetió con un sprint mortal. En un parpadeo superó el achique de de Gea y, también, rompió el récord del atacante holandés Ruud van Nistelrooy: anotar al menos un gol en once partidos consecutivos en la Premier League.

La historia de Jamie Vardy es la versión anglo del sueño del pibe argentino, ese membrete que grafica la ilusión casi infantil por convertirnos en estrellas. Pese a los problemas que vivió la primera etapa de su vida como futbolista activo, esa ilusión fue el motor que alentó a Vardy a ser perseverante como pocos. A los 18 años el equipo en el que se formó, el Sheffield Wednesday, lo descartó por considerarlo frágil y poco apto para su posición como delantero. Ese rechazo obligó al nacido en Sheffield a probar suerte en alguna de las divisiones amateurs del fútbol inglés. Su paso por cuadros de la sexta y séptima divisiones supuso una apuesta por seguir en vigencia, a la espera de una oportunidad. La ilusión de su sueño de pibe seguía encendida, pero la vida en ese valle de lágrimas que es el semiprofesionalismo, lo obligó a buscar trabajos fuera de las canchas. En 2010, en el modesto Stocksbridge Park Steels, Vardy jugaba por treinta libras esterlinas (unos cuarenta y siete dólares) semanales.  Para completar, trabajaba en una fábrica.

Conforme se baja por la escala divisional, la liga más antigua del mundo pierde el esplendor que sugiere la Premier League. A esos niveles, se adentra en el ethos futbolístico más profundo, marcado por la cercanía y el sentido de pertenencia. Cada pequeña ciudad o pueblo tiene al menos un equipo de fútbol, que en algún momento ha tenido sus quince minutos de gloria. Esa historia —dentro del más de siglo y medio del fútbol inglés— es un referente para muchos, que además de hinchar por los cuadros grandes (que transitan entre la Premier y las tres divisiones siguientes) siguen a los equipos chicos locales. En las canchas comunales o barriales, con gradas minúsculas y verdaderos lodazales disfrazados de terrenos de juego, los aficionados se empecinan en no dejar morir sus recuerdos. Y, en un acto de fidelidad inconcebible, tratan de salvar de la extinción a una manera totalmente distinta de ver el fútbol.

El amauterismo de la cara B del fútbol inglés tiene sus claroscuros. Por un lado, es un referente que devuelve al fútbol y a sus aficionados al origen, al estado puro en que el deporte se expresa como lucha de contrarios sin la distorsión de los grandes capitales e intereses. La identidad entre público y jugadores es directa. Hay una pasión sin distancias, que puede hacer que el público exprese su cariño en actos inimaginables: en una ocasión un aficionado, en plena luna de miel, hizo dormir en su casa a uno de los jugadores de su equipo, que no tenía dinero para pagar su arriendo. Por otra parte, esa dignidad humilde, con su mensaje encarnado del “amor a la camiseta”, perpetúa la precariedad en la que están embarcados la mayoría de jugadores de las divisiones menores, que siguen persiguiendo tozudamente su sueño de pibe, a costa de una pobreza que se perfila como la escena final de la película de sus vidas.

Vardy se forjó a hierro en esa cara B del fútbol inglés. Y desde esa trinchera comenzó a construir un destino diferente. Goleador con 34 goles, de la Conference Premier (quinta categoría) con el Fleewod Town, su velocidad y ambición llamaron la atención de “los zorros” del Leicester City, de la segunda división inglesa, que en 2012 compró su pase en un millón de libras. Vardy pasó de la villa miseria a una mansión. Y en ese entorno, concretó su sueño. Con 16 goles en la temporada 2013-2014, ayudó al Leicester a ganar la Championship League (segunda división) para ascender a la Premier. Su primera temporada en la división mayor fue floja en goles (5), en parte por una posición más retrasada y lateral, otro tanto por la necesidad de acoplarse a un ritmo de campeonato mucho más exigente.

En 2015, con el arribo del DT italiano Claudio Ranieri, la vida de Vardy dio un giro total. Ranieri apostó por colocarlo como delantero en punta, tratando de aprovechar al máximo su sprint infernal. Ahora, Vardy es como un depredador que no da por perdido ningún balón y es capaz de fabricarse oportunidades de anotar en fracciones de segundo. Y lo ha capitalizado. No solo con el récord de partidos consecutivos marcando un gol, también acumula 15 tantos, incluido el que le anotara al Chelsea el lunes 14 de diciembre, que lo convierten en el goleador de la Premier League en lo que va de la temporada. Es, además, la razón fundamental para que el relativamente modesto Leicester, tras 16 fechas, sea puntero absoluto de la liga más millonaria del orbe.

Los logros de Vardy no han pasado desapercibidos. Amén del súbito interés que empezó a despertar en gigantes como el Real Madrid y el Barcelona, el delantero del Leicester es una nueva opción para el seleccionador inglés Roy Hodgson, que lo convocó para el proceso de preparación para la Eurocopa 2016. Pero su historia, de a poco, ha ido adquiriendo un halo místico, sobre todo para su equipo. Como si se tratara de un acto de fe, sus compañeros tienen la absoluta certeza de que Jamie va a anotar. Algo que comparte Ranieri, que pone a Vardy al nivel de Gabriel Batistuta, a quien dirigió en la Fiorentina. El italiano parece no exagerar porque tiene el raro privilegio de haber presenciado cómo Batistuta rompió el récord de anotaciones seguidas de Italia, también con 11 goles en igual número de partidos.

El fenómeno Vardy ha convertido a la ciudad de Leicester en una fiesta. Por primera vez esta urbe del centro de Inglaterra está bajo la mirada del gran hermano del fútbol global. Tras deambular por divisiones menores, el equipo parece estar torciendo un pasado infame con un presente luminoso. Como sus ancestros en el medioevo, la locura fervorizada ha llevado a repetir a los fanáticos sus cantos de victoria: El número 9 de Inglaterra o Vardy, él marca cuando quiere. Vardy es su héroe, su caballero, su emblema. Como tantos hinchas y jugadores, el delantero ha vivido con ellos el infierno de las categorías inferiores. Pero, con sus goles, está convirtiendo esa pesadilla en el sueño del pibe. En una especie de resurrección para él y los seguidores del Leicester hacia una mejor vida.

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La increíble historia de Jamie Vardy y su récord