Cuando el presidente Rafael Correa anunció que se podría construir un centro para practicar Islam en Quito, la discriminación y reproducción de discursos que visibilizan estereotipos y exclusión surgieron, de inmediato, entre ciudadanos. El Presidente dijo que el Centro del Islam y la Cultura Árabe en las inmediaciones de la Mitad del Mundo, serviría para “aproximar las dos culturas, las dos civilizaciones, conocernos más (…) y ojalá podamos ampliar estas experiencias: tener un centro hebreo, un centro persa, diferentes civilizaciones en la mitad del mundo”. Su declaración ha sacado a luz una realidad que como ecuatoriana e investigadora de la situación en África y Medio Oriente me genera una profunda vergüenza. La islamofobia no está solo lejos de nosotros, allá en ese contexto político mundial al que sentimos que no pertenecemos, sino también en las redes sociales, en las conversaciones entre amigos, en las relaciones con musulmanes en Ecuador.
Los ataques terroristas del autodenominado Estado Islámico (EI) en el mundo han logrado su objetivo: implantar miedo. El problema es que ese temor y rechazo hacia el EI se han transferido a los musulmanes y al Islam, en general. Antes del 9/11, los ataques de odio hacia esta comunidad en Estados Unidos eran treinta al año, en el 2001 aumentaron a 500 y desde el 2002 hasta el 2013 han sido cerca de 150 cada año (cinco veces más que antes del 9/11). Pero este terror no solo está en América. En septiembre de 2015, la policía metropolitana de Londres informó que los casos de islamofobia en el Reino Unido subieron un 70% en el último año: se reportaron 816 delitos relacionados con el sentimiento de hostilidad hacia el Islam (frente a 478 casos en 2014). Los que atacan a los musulmanes cometen un error: no diferencian entre el EI y la religión que profesan 1.6 mil millones de personas en el mundo. Piensan, en este contexto, que si una persona es de Medio Oriente y es musulmana, automáticamente es terrorista y se los responsabiliza por los diferentes actos de violencia —como el de París el 13 de noviembre de 2015—. Esta desinformación y los estereotipos que vienen con ella, no están lejos, también ocurren en Ecuador.
En el país, la noticia de la posible construcción de un Centro del Islam y la Cultura Árabe, despertó los verdaderos sentimientos de una parte de nuestra sociedad respecto a lo diferente. El 16 de noviembre, en la página EcuadorXIsrael —plagada de contenido irresponsable y lleno de odio al mundo árabe, al islam y a favor del discurso israelí—se publicó una fotografía en contra de la construcción del centro, con el hashtag #NoAlCentroIslamico.
Además de un claro discurso pro Israel (anti Palestina), este tipo de publicaciones revelan que nuestra empatía ante la desgracia humana víctima del terrorismo y los millones de niños y generaciones desaparecidas en países en guerra, y la intervención en todas sus formas, tienen un límite, y que además podemos absorber y reproducir las terribles asociaciones del islam con el terrorismo.
El Centro del Islam y la Cultura Árabe —si es que llegase a existir— corre el riesgo de ser visto como la potencial casa de terroristas, o la institución que los importará desde Medio Oriente. Las críticas a esta posibilidad son alimentadas por el exitoso trabajo de una parte de la prensa mundial cuyo objetivo es convertir en un solo cuerpo al terrorismo y a la religión islámica. El Huffington Post —en su versión de Reino Unido— publicó un artículo sobre los principales medios británicos que reproducen este discurso como Sunday Express y The Spectator. Esta es una campaña mundial que desinforma y pone en peligro a cientos de miles de personas sólo por tener una religión o pertenecer al mundo árabe.
Esto, que parece tan lejano, también se da en los medios en Ecuador. En una entrevista, el periodista Diego Oquendo le preguntó a Fernando Santos —catalogado como “consultor en temas petroleros y gran amigo de esta casa”— sobre la “instalación de un Templo islámico” que según Oquendo fueron “palabras del Presidente Correa”. Santos respondió entre risas: “Luego de lo que pasó en París, yo creo que hay que recapacitar, no quiero estereotipar pero creo que un Templo Islámico ¿para qué? Yo no creo que haya feligreses”. Así, directo, en vivo, discriminó a los musulmanes, incitó el odio, promovió una relación inmediata entre el islam y el terrorismo. Es indignante que personas como él tengan espacios en medios de comunicación y que haya periodistas sin capacidad de pedir explicaciones más allá de estar a favor o en contra del Gobierno. Se ha perdido la empatía y la capacidad de constatar si en cualquier acercamiento a la cultura árabe, lo primero que se le pasa por la cabeza a alguien es la palabra terrorismo. Estamos frente a un discurso que se transmite con facilidad e influencia negativamente nuestra mirada a los miembros de esta comunidad.
Nuestra ignorancia, el odio y el miedo evidencian casi automáticamente que, por dentro, y no tan en el fondo, no somos capaces de respetar a quienes consideramos diferentes. Somos discriminadores, xenófobos y últimamente, islamófobos. Un reciente estudio de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), denominado “Las Américas y el mundo”, determinó que a pesar de que “entre el 42% y 68% de los ecuatorianos ha tenido un familiar viviendo en el extranjero, el 37% de la población está de acuerdo con levantar muros para evitar el ingreso al país de indocumentados”. Rechazamos lo diferente, y últimamente lo musulmán.
En Quito, una ecuatoriana musulmana fue atacada afuera de su mezquita en junio de 2015. Estaba dentro de su carro y un hombre alcanzó a verla, vestía su hijab —velo que cubre su cabeza. Se le acercó, le golpeó el carro con un palo y le rompió el vidrio mientras le decía “terrorista, andate a tu país”. A un grupo de mujeres que utilizaban su hijab y caminaban por el Boulevard de las Naciones Unidas en el Norte de Quito les gritaron lo mismo. No una sino varias personas que pasaban cerca de ellas con sus autos: “terroristas”. A un niño de primaria en Quito —después de los ataques de París— sus compañeros lo acusaron de lo mismo en su escuela. En todos los casos, quienes acosaron no solo se olvidaron que musulmán no es igual a terrorista sino que no recordaron que no todos los musulmanes nacieron en Medio Oriente y que hay ecuatorianos que practican esta religión.
En Ecuador también nos olvidamos que la cultura árabe nos ofrece algo más. En otros países de Latinoamérica —como Chile y Argentina— sí existe una tradición académica y cultural frente a esta cultura. La Universidad Nacional de Tres de Febrero en Argentina ofrece una especialización en Estudios Árabes, Americano-Árabes e Islámicos; el Centro de Estudios Avanzados ofrece estudios sobre Medio Oriente; la Universidad Nacional del Rosario creó el Instituto Rosario de Estudios del Mundo Árabe e Islámico; en la Universidad de Chile existe el Centro de estudios Árabes. Esto, lejos de exponer a los estudiantes y académicos al terrorismo, les ha abierto posibilidades para conocer, desde una perspectiva de absoluto respeto, todos los aspectos de una cultura tan influyente. También les ha dado la opción de trastocar los discursos dominantes construidos alrededor de esta cultura que promueven el miedo, el odio y por lo tanto hacen que nuestro lugar de enunciación sea la ignorancia.
El Gobierno debería explicar los detalles de lo que, por el momento, es solo una idea. Y, en ese proceso, deberían involucrarse instituciones académicas, culturales que hablen sobre el Islam y qué conlleva un centro para practicarlo. Este, sobre todo, es un buen momento para reflexionar sobre nuestros miedos, para combatirlos con conocimiento y empatía. La que se muestra en cosas concretas más allá de los espacios fantasmagóricos de las redes sociales y los medios de comunicación.
Hay quienes no distinguen entre el Islam y el terrorismo
Foto: Jason Tester Guerrilla Future bajo licencia CC by 2.0. Sin cambios.