La pelea —digamos con claridad la cita para darse de golpes— entre el asambleísta Andrés Páez y el presidente Rafael Correa lo deja claro: para ser político en Ecuador hay que ser bien macho. Cuando Páez criticó a Correa por la compra de los helicópteros DHRUV en su cuenta de Twitter, el Presidente le respondió: “Si tiene algún problema conmigo este canalla. Sabe dónde encontrarme o dígame dónde nos encontramos y arreglamos cualquier problema. Además es un cobarde, sale corriendo al primer intento”. Sí, lo emplazó públicamente a darse de quiños, como dos adolescentes. Por supuesto, Páez le dijo: “Rafael Correa: sí, acepto el desafío! Patria, yo te defiendo con mis puños y con mi vida”. Así no más, uno de los líderes de oposición y el presidente de la República del Ecuador se pusieron al mismo nivel de dos mocosos en una pulseada de fuerza bruta.

Pero Correa y Páez no son los primeros ni los últimos en [intentar] demostrar quién es el más macho. En Latinoamérica la idea del hacendado se transmite a los funcionarios electos. Para ser Presidente (o asambleísta) hay que ser muy jefe, muy padre, muy dueño de todo: la finca y del país. Quien lo desafíe se verá con él. Son reproducciones de los caudillos: marcial, intocable, violento, grosero. Así debe ser el Presidente para ser respetado en su círculo y por los ciudadanos. Los ecuatorianos seguimos buscando un macho que se respeta que nos gobierne. Usuarios de Internet secundaron esta forma de hacer política: en Twitter sus seguidores crearon la etiqueta #SiEsConRafaelEsConmigo para dar a entender que Paéz, al tocar al intocable se metió con todo el pueblo. Seguimos buscando una figura paternal que nos defienda y a quién defender. Y aunque los partidos políticos han cambiado, seguimos con el mismo prototipo de gobernante de hace más de doscientos años.

Los últimos ejemplos de este modelo los hemos tenido en Ecuador. El presidente Rafael Correa lo hizo en el 30S cuando dijo “si quieren matar al Presidente, aquí está, mátenlo si les da la gana, mátenlo si tienen valor” mientras se aflojaba la corbata y se abría la camisa. Defendió su honor con el pecho inflado. Y es que el Presidente necesita siempre reafirmar su valentía viril ante sus electores. Por eso no escatima comentarios sobre la apariencia de las mujeres que lo rodean: macho que se respeta comenta —en público y sin pudor— sobre las curvas y la apariencia de todas. En su enlace ciudadano 252 en el que dijo “me contaron unas piernas y unas minifaldas impresionantes guapísimas las asambleístas”. En otras ocasiones, ha pedido hasta importar reinas de belleza. Pero él no es el único. Solo es uno más hecho en el modelo del macho dominante de la política ecuatoriana. En veinte años, muy poco ha cambiado.

Hay otros pancitos de dulce hechos en el mismo molde. Antonio Ricaurte —exconcejal quiteño— tildó de ofrecida a la concejala Carla Cevallos. Fue un incidente confuso: no se sabe si era una particular forma de disculparse con su mujer, de querer dañar la imagen política de Cevallos, o si era una maniobra distractora sobre asuntos mayores. Había un elemento que sumaba aquí: haber tenido un supuesto affaire con una mujer que ha representado la lucha de género en el Ecuador. Las redes sociales —por supuesto, tan histéricas— reaccionaron de inmediato. Pero, en general, el comentario era que Ricaurte era muy poco hombre —un tipo con memoria, un galán de poca monta. Una reafirmación de nuestra pertenencia a un modelo paternalista, proclive —como lo dice Iván Ulchor-Rota— a la discriminación y a la violencia. Después de todo, el cliché es cierto: nuestros políticos son un reflejo de nosotros mismos.

No es una cuestión exclusiva de serranos. El alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, otro caudillo que — como explica Cristina Vera en La Metamorfosis de Jaime Nebot— da manotazos en las mesas, grita y carajea. Es esa prepotencia —ese autoritarismo tan de pelo en pecho— lo que define al líder ecuatoriano.

La expresión del poder en Ecuador llega a ser física. Por eso los puños, los gritos, la violencia de género, la discriminación bruta. Esto se ve reflejado en dos aspectos: el campo político para las mujeres es reducido y la sociedad —que como un hijo de estos patriarcas— imitan la violencia. Cuando Rosalía Arteaga era candidata a vicepresidente de la República, sus oponentes socialcristianos circularon un fotomontaje de ella desnuda, según afirma Carlos de la Torre. “La dicotomía virgen-puta regula la vida de las mujeres manteniéndolas dentro de la esfera privada y bajo el control sexual de sus padres, maridos o hermanos” —escribe de la Torre— “Cuando las mujeres rompen con esos estereotipos que regulan las esferas de las relaciones sociales y, por ejemplo, entran en la vida política son consideradas putas”. Se sabe: no es lo mismo ser un hombre público, que una mujer pública.

La aparición de las mujeres en la política ecuatoriana ha aumentado pero es un dato que debe matizarse. El gabinete ministerial actual está compuesto de 37 puestos: una vicepresidencia, cuatro secretarías nacionales, seis ministerios coordinadores, veintidós ministerios y cuatro secretarías. De acuerdo al organigrama estructural de la página de la Presidencia de la República, sólo nueve mujeres —el 24,3%— los lideran. Cuando una mujer llega a esferas de poder más altas, es más catalogada por sus rasgos físicos que por sus logros. De la vicealcaldesa de Guayaquil, Doménica Tabacchi, el presidente Correa dijo (en su enlace 401) que era una  “señora guapa, rubia, de ojos claros, nombre extranjero, pero hablando en nombre de los guayaquileños, la auténtica guayaquileña (…) el tipo guayaquileño, precisamente, no es”. A Paola Carvajal —ex Ministra de Transporte y actual gerente de la aerolínea estatal TAME— el alcalde Nebot le recomendó que dejara de comer tanta grasa por el colesterol. De Viviana Bonilla —excandidata a alcaldesa de Guayaquil— dijo que estaba bien para un concurso de belleza. No hay un espacio real para la mujer en la política ecuatoriana.

Que el presidente más popular del Ecuador —con un 52% de aprobación— y las figuras políticas tengan estos discursos trae un riesgo adicional: su influencia social. Muchos que los siguen con fe ciega tomarán su palabra como ley. Y tratarán de imitarlos —o al menos justificarse en ellos— y se transforma en que, si el Presidente o una figura pública como Ricaurte deslegitima a las mujeres poderosos, cualquiera puede hacerlo. Y, peor aún, muchas veces la actitud de macho se transforma en un acto de violencia hacia cualquier mujer que cuestione la autoridad de un varón ecuatoriano. Según el INEC, seis de cada diez mujeres en Ecuador han sido víctimas de violencia. Datos que revelan que el machismo, la idea de que se debe imponer la fuerza para dominar al resto esta en toda la sociedad. Jaime Nebot, Andrés Paéz, Rafael Correa, Antonio Ricaurte y el resto de políticos machos —hasta dos dirigente deportivos, Alfonso Harb y Luis Noboa, se insultaron y se invitaron a pelear en Twitter— son el reflejo del país. El país es el reflejo de ellos. Y esto no sólo afecta a las mujeres sino a los hombres también quienes se sienten obligados a tener una masculinidad como esa. Parece que en la esfera digital —en las redes sociales— se ha canalizado una actitud que, hace décadas, hacía que vuelen ceniceros en el Congreso, Bucaram haya dicho que Rodrigo Borja tenía la esperma aguada, Febres-Cordero anduviese con pistola al cinto en perpetua actitud de cowboy. Es un círculo vicioso que parece no romperse porque no es de esas cosas que los políticos ecuatorianos puedan resolver a los puños.