Cuando Juana, musulmana ecuatoriana, se subió a un bus en Quito para ir a su trabajo, otra pasajera tiró de su hijab, el velo con el que, por tradición, las mujeres islámicas cubren su cabeza. Le dijo “¡Quítate eso! ¡No ves que te oprime! ¡Libérate!”. Juana se bajó en la parada siguiente. La suposición de esa mujer era la de muchos: Juana llevaba la prenda como una marca de sumisión. En realidad, fue una decisión, libre y sin presiones, que tomó al convertirse al Islam.

Para muchas musulmanas en Ecuador, el hijab no es opresión. Sí es mucho más que solo una prenda de vestir. Cuando una mujer va a la mezquita, es obligación usarlo: es una señal de respeto a Dios. Pero afuera, en su día a día, es una cuestión personal. Diana Bueno, otra ecuatoriana musulmana residente en Quito, no lo lleva fuera de la mezquita. Dice que no se siente lista, que tal vez algún día lo haga pero que, por ahora, no. Su esposo tampoco le ha obligado a ponérselo. Dice que jamás le pediría hacer algo que ella no quiera, “el hijab no la hace menos libre y tampoco menos musulmana”. Es decisión de cada una.

En otros países la sumisión es a la ley civil: prohibido llevar el hijab. En septiembre de 2010, el parlamento francés prohibió el uso público de prendas que cubran la cara como el niqab que tapa todo el cuerpo y deja sólo los ojos a la vista— o burka —la misma prenda pero con una rejilla—. El argumento era que necesitaban identificar rápidamente a las personas por cuestiones de seguridad nacional. En Holanda, en mayo de 2015, también se prohibió el uso del hijab en lugares públicos como escuelas, hospitales y transporte público. Las niñas y sus padres no quieren ir sin la prenda, y están siendo retiradas de las escuelas. Se quedan sin educación.

La práctica del Islam depende de los aspectos culturales, económicos y sociales de cada país. En algunos —como Irán— sí se requiere que todas las mujeres utilicen el velo y que estén siempre acompañados por un varón. El problema es pensar que todos musulmanes exigen esto a las mujeres, y creer que lo único que las oprime es una prenda de vestir. En Irán y en Arabia Saudita, esa opresión no recae sobre el hijab, o sobre la religión sino sobre el gobierno que decidió utilizarla e interpretarla a su conveniencia para controlar a las mujeres. En otros países —como en Turquía, Líbano, Jordania— esa prohibición no existe. Algo similar pasa Myanmar, donde el monje budista Ashin Wirathu promueve que se expulsen y se asesinen a cientos de musulmanes Rohingya en el país en nombre del budismo. Cualquier religión puede utilizar sus doctrinas para hacer paz o guerra. El error está en homogeneizar a más de 1.6 mil millones de creyentes musulmanes sólo porque en un par de países han tomado esas determinaciones. Como dice  el experto Reza Aslan, esas medidas hablan más de Arabia Saudita o de un país que del Islam u otra religión.

Existe un nuevo set de reglas que deslegitiman el uso del hijab por elección. Están atadas a la corrección política de lo que es —lo que no es— ser una mujer libre. Cada vez hay más artículos que rechazan la ropa ajustada —porque dicen que sólo está hecha para definir las curvas— o que una mujer decida ser ama de casa —porque realizarse es salir a trabajar—. Olvidan que la libertad no es otra cosa que poder tomar decisiones propias. Paola Rodas, profesora en temas de orientalismo de la Universidad San Francisco, dice que lo que realmente debería cuestionarse es quién es más libre ¿una mujer que sale desnuda en las revistas de PlayBoy o una mujer que decide utilizar el hijab? El problema es creer que la una es más que la otra sólo porque no se conoce sobre esa cultura. A fin de cuentas, estamos más acostumbrados a ver a las mujeres del lunes sexy que a una mujer musulmana en el país. Es cuestión de percepciones.

El grupo feminista islámico, lucha contra la concepción de que el islam es una religión machista y patriarcal. Ellas utilizan el hijab para definir su identidad e ir contra las ideas colonialistas de que todo lo que no pertenece al occidente es malo, negativo y opresor. Esa es la forma en que ellas deciden ser libres. La sumisión de la mujer en todo el mundo va más allá de una prenda de vestir: es la falta de educación, la violencia sexual, el nivel de ingresos, el cuestionamiento sobre las decisiones sobre el propio cuerpo.

Para las mujeres que deciden utilizarlo todos los días, el hijab sobrepasa los motivos religiosos. María Fernanda Rosero lo usa para protegerse de la mirada de los hombres: dice que así se siente más respetada y ya no como un objeto sexual. Mónica Moya lo lleva puesto por el mismo motivo y, porque ahora, siente que sin él ella no se siente musulmana: forma parte de su identidad. Para ellas es una forma de encontrar refugio y de reconocerse entre sí porque, en Ecuador, muchas son discriminadas por ser musulmanas. Les han dicho terroristas, invasoras, esposas de Bin Laden, bárbaras. Les han exigido que muestren sus documentos —sin motivo alguno— y que se quiten su velo en los bancos. No son vistas como ecuatorianas. Así que han tomado una decisión en conjunto: utilizar el hijab y ser musulmana en Ecuador.