foto_para_cristina_vera.jpg

Fotografía: Pierre et Giles. The Virgin with the serpents (Kylie Minogue). 2008

María Fernanda Ríos es el farol involuntario que alumbra al Ecuador por estos días. Nos ha sacudido con su moral cristiana y su vulgaridad tuitera, pero —sobre todo— nos ha revelado una verdad gigantesca: en el Ecuador, todos somos iguales. 

No importa si eres ateo, libertario, progre o curuchupa: en este país, la ley debe aplicarse para defendernos cuando nos conviene. Ahora resulta que vale la pena pedirle a la Superintendencia de Comunicación (Supercom) y al Consejo de Regulación y Desarrollo de la Información y la Comunicación del Ecuador que sancione a Ríos y sus compañeras del vomitivo reality de televisión Ecuador Tiene Talento por cuestionar el ateísmo de una adolescente que fue a cantar. 

En medio de este torbellino absurdo, María Fernanda Ríos y su vulgaridad tuitera, su rojísima boca carnosa, su sombrero de ínfulas hipsters y la defensa de su cristiandad farandulera se convierten en una obra de arte involuntaria: termina parecida a esa fotografía de Pierre et Giles en la que Kylie Minogue está, inocente y erótica, vestida de monja, con las bragas al aire y el rosario al cinto, mientras cabalga un caballito blanco de tiovivo que vuela por un cielo estrellado. Va sonriendo con una boca tan roja y apetecible como la de María Fernanda Ríos, como si estuviera consciente de que está quebrando el canon y se excitara al pensarlo. Solo que Kylie se las ha tomado con lo sagrado para los creyentes y la Ríos —en su ignorancia televisiva— se las ha agarrado con lo intocable para los ateos e intelectuales de izquierda ecuatorianos. 

Foto Para Cristina Vera

Es para llenarse de terror. Resulta que dos organismos más cuestionados por la progresía y la izquierda anticorreísta —la Supercom y el Cordicom— deben ponerse al servicio de sus propios cuestionadores. Todo lo que se necesitaba era que la víctima de la supuesta discriminación me cayese bien por lo que piensa. En la plataforma change.org hay una petición firmada ya por siete mil personas para que los perros de presa que persiguen al periodismo ecuatoriano se pongan al servicio de los ateos, los progres y la izquierda intelectual. Como dijo el dictador peruano Óscar Benavides: “para mis amigos todo, para mis enemigos, la ley”. 

No importa que sea la misma ley que persigue a los críticos con el poder. No importa que nada más hace días, la Secretaría de Comunicación (Secom) —tercera cabeza del Leviatán comunicacional del Estado ecuatoriano— haya querido disolver a Fundamedios, una oenegé dedicada a la observación del ambiente mediático en el Ecuador: a la intelectualidad izquierdista ecuatoriana —que consistentemente ha cuestionado a esos tres organismos por su propaganda desvergonzada y el absurdo de resoluciones e informes— haya caído a la primera en la tentación: cuando es una atea (una de las suyas) la que podría recurrir a los organismos de control y velada censura del Estado, entonces sí, ahí sí, claro que vale la Ley de Comunicación, los organismos de regulación y sanción a los medios que siguen, además, compuestos por personas cercanas —cercanísimas— al gobierno de Rafael Correa. No queda duda: en este país, la izquierda y la derecha solo se diferencian por la hora en que van a misa. 

Que la discusión haya sido sobre una lección moralista es trascendental. ¿Qué hubiera pasado si la discusión hubiese sido la contraria? Es decir, si la crítica hubiese sido que la participante era cristiana. Hagamos un esfuerzo y pongamos en la boca de las jurados del concurso de ¿talentos? la queja inversa: “Con dios no llegamos a ningún lado”, “¿Sabes por qué? Porque hay cosas que no existen, como Dios”. Estoy segura de que la intelectualidad de izquierda y la Asociación Ateísta del Ecuador hubiesen estado satisfechas, y no hubiesen interpuesto ningún reclamo. ¿Por qué? Porque la Supercom y el Cordicom son receptáculos de sensibilidades. No están destinadas a que el periodismo ecuatoriano mejore, sino a que nadie se ofenda. 

Y en este país, sí que nos ofendemos. Hace un par de días leía que alguien en Twitter decía que después del escándalo de la Asociación Ateísta del Ecuador su creencia de que los ateos eran más civilizados y razonables que los fanáticos religiosos quedaba resquebrajada. No es un prejuicio suponer que un ateo es más racional que un fanático religioso. Por un motivo esencial: no tiene sobre su cabeza una espada de Damocles (el castigo divino) amenazándolo de forma constante para lograr que se porte bien. Los ateos son —deberían ser— muy kantianos: lo único que es bueno, en esencia, es —precisamente— la buena voluntad. El bien por el bien del bien. En ese sentido ¿qué daño causaba la discrepancia entre tres tristes presentadoras de televisión y una adolescente que tiene las cosas mucho más claras que esas tres cuarentonas? Hay un gravísimo precedente en esto: han legitimado un sistema de multas y sanciones basadas en la reparación de sensibilidades políticas, personales y, ahora, religiosas (o antireligiosas, como se quiera ver). 

Puestas así las cosas, María Fernanda Ríos se ha convertido en una performer política. Su acto es una involuntaria invitación —tal vez una guionada invitación, no seamos ingenuos— a que los intelectuales sean intelectuales de verdad: que sus debates y posturas estén basadas en el principio liberal de que toda idea debe ser escuchada. De lo contrario, el libre tránsito que enriquece a las sociedades (y las hace evolucionar) es imposible. Si queremos reemplazar una iglesia por otra, un decálogo por otro, no estamos creando una sociedad más democrática y horizontal, sino —simplemente— luchando por reemplazar un canon por otro. 

Bajada

¿Vamos a legitimar al Cordicom y a la Supercom solo para no herir las susceptibilidades de los ateos?