Abro el Skype en mi Mac para conectarme a la reunión, esta vez desde Barcelona, donde vine a dictar una conferencia sobre mi investigación científica. Como es costumbre, el Comité Científico para la misión InSight de la NASA se reúne virtualmente. En el 2016 llevará una sonda que penetre la superficie de Marte y nos permita entender mejor su estructura geológica. Estamos regados por la Tierra pero nuestra misión está fuera de este mundo. Para mí, es un honor ser parte de este comité. Como un niño que cuenta los días hasta que vuelva a ser Navidad, espero con ansias cada reunión virtual o presencial. Veo en la misión de NASA ciertos paralelismos con Yachay Tech.

Como en la universidad de ciencia y tecnología que ha abierto el Estado ecuatoriano en el valle de Urcuquí, la misión de NASA está dirigida por un comité internacional que no vive en Cabo Cañaveral (donde se lanzan los cohetes), o en Houston (donde se controla los cohetes), y —por supuesto— menos aún en Marte (donde se llevará a cabo la misión científica). El comité no tiene una asociación exclusiva con la NASA, a pesar de que se encarga de lanzar una misión de quinientos millones de dólares con fondos públicos americanos. Durante las últimas semanas, en el Ecuador, hemos visto cómo el debate sobre el proyecto Yachay se ha centrado en algunos de estos elementos. Se ha puesto en duda la calidad moral y ética de sus directivos porque algunos de ellos no residen de forma permanente en el país, y porque algunas de sus reuniones de trabajo son virtuales.

Según esa forma de pensar, los pobres gringos han sido timados todos estos años por un grupo de científicos que no viven en Estados Unidos, y tienen el descaro de dedicarse a ‘cachuelear’ —una forma coloquial de la costa ecuatoriana para llamar a los trabajos ocasionales— en proyectos multimillonarios con sus fondos públicos. En las críticas en contra de Yachay subyace un mensaje: es malo porque es diferente. Es malo porque nunca se ha hecho de esa manera aquí. Es un argumento tan lejano a la realidad como Marte de la Tierra.

No es difícil darse cuenta que el modelo de comité científico, comisión gestora o junta directiva, si bien es diferente, no es único a Yachay Tech. Tiene, además, componentes muy valiosos. La NASA utiliza comités científicos internacionales porque le permite construir equipos de excelencia que le traen un conocimiento que es probable que no esté disponible localmente. Apple —que diseña los productos tecnológicos más exitosos del sistema solar, incluido el iPhone— tiene una junta directiva de miembros que no trabajan en la empresa a tiempo completo y ¡ni siquiera viven el California! El exvicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, es uno de ellos. El único miembro de la junta de Apple que vive en California y que trabaja de forma exclusiva en la empresa que fundó Steve Jobs es Tim Cook, gerente general y representante legal.

Es un modelo que también ha permeado a la universidad internacional. Skoltech —el Yachay Tech ruso en el que se ha invertido cientos de millones de dólares públicos— cuenta con una comisión gestora que no vive en Rusia, incluyendo al Profesor John Mark Deutch del MIT. A los rusos nunca se les ha ocurrido pedirle que renuncie a sus otras actividades profesionales. En el Ecuador, en cambio, los reclamos son, precisamente, esos.

La universidad KAUST en Arabia Saudita ha invertido, hasta el momento, veinte mil millones de dólares para construir tecnologías que le permita al reino árabe dejar de depender del petróleo y lograr transformaciones sociales. En la comisión de KAUST, que se reúne virtualmente y en el campus, hay científicos de todo el planeta, incluido Robert Grubbs, premio Nobel de Química (2005) y profesor en Caltech. Dicho sea: el Dr. Grubbs tiene proyectos de colaboración con Yachay Tech. Será nuestro ponente magistral para la apertura del nuevo ciclo académico en octubre de 2015.

Pero, ¿por qué empresas públicas como NASA o privadas como Apple y universidades como Skoltech se empeñan en tener gente que no tiene una relación exclusiva con ellas? ¿Será que los están colonizando con esnobismos un grupo de académicos sabidos? Cuesta pensar que los rusos, con todos sus avances académicos y tecnológicos, no encuentren en su población local el talento necesario para la comisión gestora de Skoltech y prefieran pagar remuneraciones y viáticos a extranjeros. Resulta que la razón principal por la que existen estas comisiones es, precisamente, por su carácter externo. Si bien todas cuentan con representantes locales, los demás miembros aportan con su visión global, y dan ese intangible tan valioso que genera inversión y capta talento humano para su institución: credibilidad. Sin ella, sería imposible institucionalizar un proyecto nuevo (o relativamente) desconocido en el mundo. ¿De qué otra forma se podría plantear un modelo de institución de alcance mundial? ¿Con una constitución de miembros y de actividades locales? El modelo Yachay Tech no es esnobismo, es pragmatismo.

En el caso específico de la actividad académica, el éxito, la credibilidad, el prestigio, viene de la mano con una actividad internacional y multifacética. A Caltech —universidad en la que tengo el privilegio de ser profesor— no le preocupa nuestra actividad en la NASA o en un ambicioso proyecto educativo en Ecuador llamado Yachay. Todo lo contrario: significa que sus profesores tienen relevancia y credibilidad global y quiere decir que, como en el fútbol, sus habilidades en otros equipos nacionales y extranjeros son valoradas. El académico exitoso tiene colaboraciones en múltiples instituciones locales y mundiales, escribe artículos científicos y de opinión, forma compañías para comercializar sus productos, es mentor de estudiantes de grado y postgrado, es miembro de juntas directivas y editoriales, ejerce la docencia, hace consultorías y, algunos, hasta tienen tiempo para ser director técnico del equipo de fútbol del barrio en el que juega su hijo. Pero en el Ecuador hay gente que repite —tal vez con más prejuicios que conocimiento— que actuar de esa manera es como ser parte de alguna mafia trasnacional de pipones académicos. Una suerte de malvado cartel científico que vampiriza, de una en una, a las universidades del planeta.

Muchos viajan—me incluyo— más de 300 mil kilómetros por año (la distancia de la Tierra a la Luna). Es un dato que hace pensar sobre el significado de la residencia física en un lugar particular. Esa perspectiva multifacética no es inmoral ni ilegal. Al contrario: está construida a base de mucho sacrificio. En la sociedad de la viveza criolla, una actividad constructiva y abierta se puede confundir con una especie de ‘cachuelo’. Lo desconocido con lo corrupto. Pero esto tiene menos que ver con la realidad y más que ver con nuestro tejido social.

Después de más de dos horas de reunión virtual, me desconecto del Skype. Tenemos claros los objetivos para la próxima reunión. Será presencial, en Alemania. Pronto volveré a Yachay Tech. Decido enfocarme en este artículo sobre el modelo de universidad de clase mundial y su rol en el debate y la construcción de la sociedad ecuatoriana del futuro. Ese es el objetivo principal de la educación superior: romper los paradigmas mentales y tecnológicos en la sociedad. Darnos a los ciudadanos nuevas herramientas pero, sobre todo, nuevas perspectivas.

¿Cuál es el país que queremos para nuestros hijos? ¿El país de la mentalidad de la sospecha o el país de creatividad? ¿Una sociedad basada en la opinión especulativa o una sociedad fundada sobre el debate de ideas? Sin un cambio social no puede llegar la innovación y el salto a la nueva economía.

Yachay Tech, con su modelo diferente, apunta al mundo con una clara misión de transformar al Ecuador. Es una propuesta para crear ese nuevo país de las ideas y el progreso. Al país donde una generación de ecuatorianos pueda competir con el resto del mundo que avanza muy rápido y donde la actividad cada vez es más global y menos local.