Luego de que en 2002 Irán hiciera público su programa nuclear, la ONU, la Unión Europea y varias naciones —la más importante, Estados Unidos— impusieron sanciones para evitar que el país pérsico desarrollara su capacidad militar nuclear. Durante la última década, estas prohibiciones —corte del suministro de armamento pesado y tecnología nuclear, prohibición de transacciones con bancos e instituciones financieras del país, cese de importación, compra y transporte de petróleo crudo y gas natural iraníes— han debilitado a los sectores energético y financiero de esta nación, fundamentales para su economía. El efecto fue tal que, en enero de 2013, su ministro de Petróleo reconoció que la caída de las ventas de crudo le costaba entre cuatro mil millones y ocho mil millones de dólares mensuales. Se presume que, en 2012, este país perdió alrededor de veintiséis mil millones dólares en ingresos petroleros. Por esta razón, el 14 de julio de 2015 —tras veinte meses de negociaciones—, Irán firmó un histórico acuerdo nuclear de largo plazo con seis potencias mundiales: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China, Rusia y Alemania (grupo conocido como el ‘P5 +1’). Con el pacto, se comprometió a limitar sus actividades nucleares a cambio del levantamiento de las sanciones. El regreso de Irán a la competencia petrolera, dados sus elevados niveles de producción y su potencial energético subdesarrollado, es una mala noticia para los productores de este hidrocarburo, como Ecuador .

Las sanciones de Estados Unidosla potencia occidental nuclear— empezaron en 1979 con la crisis de los rehenes en Teherán —mucho antes de las tensiones por el desarrollo de armamento nuclear iraní—, y no sólo se han dado por la negativa de Irán a cooperar con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) —rechazaba las inspecciones a su programa nuclear “pacífico”—, sino también por su apoyo al terrorismo internacional —provee armamento a grupos subversivos palestinos en Gaza— y a sus violaciones a los derechos humanos —ocupa el puesto 175, de 179 países, en un ranking sobre libertad de expresión—. Las medidas adoptadas para limitar el desarrollo de su potencial nuclear prohibieron prácticamente todo comercio con este país, con excepción de actividades “destinadas a beneficiar al pueblo iraní” dividas en tres categorías 1) comercio de equipo médico y agrícola, 2) asistencia humanitaria, y 3) comercio de materiales “informativos”, como películas. El presidente estadounidense, Barack Obama, ha dicho que el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) —firmado en julio de 2015, entre las seis potencias e Irán—, marca “un nuevo capítulo en la búsqueda de un mundo más seguro, más útil y más esperanzador”. Irán acordó que, durante una década, limitaría sus confidenciales actividades nucleares, mediante la reducción —en un 98%— de sus reservas de uranio enriquecido —utilizado para la elaboración de combustible de reactores y armas nucleares—, y recortaría dos tercios el número de centrifugadoras que realizan el respectivo enriquecimiento. Pero el esperanzador comentario de Obama aún está por verse.

Las sanciones impuestas por la ONU, los EE.UU. y la UE se levantarán a medida que el OIEA verifique que Irán acata las cláusulas del JCPOA; cuando lo haga, se liberarán más de cien mil millones de dólares en activos congelados en el extranjero. En caso de que se violara cualquier disposición del acuerdo, las sanciones se restablecerían por una década —con una posible prórroga de cinco años—. Se espera que este acuerdo nuclear dinamice la economía iraní. El estímulo debería sentirse, sobre todo, en el sector petrolero, como consecuencia de la eliminación de las sanciones sobre las exportaciones de crudo. Las reservas del país ascienden a 157 mil millones de barriles de petróleo —alrededor del 10% de las reservas mundiales— y su depósito de gas natural es el segundo más grande del planeta. No obstante, gran parte de su potencial energético permanece subdesarrollado, debido a su disputa con Occidente. Este reciente acercamiento, por motivo de su programa nuclear, podría cambiar el escenario.

La caída de los precios por barril y las agobiantes sanciones han pasado factura. Irán está dispuesto a dejar las penalidades en el pasado y, consecuentemente, aumentar su producción petrolera lo antes posible. A pesar de que las estimaciones varían —en rapidez y volumen— en los que el país puede alcanzar su meta, Irán podría extraer un millón de barriles diarios, una vez que se levanten las sanciones. No obstante, en el corto plazo, una estimación más realista es de 400.000 barriles por día. Esta producción adicional se sumaría a la sobreoferta en el mercado mundial, que la Agencia Internacional de Energía (AIE) estima en dos millones de barriles por día en 2015, y un millón por día en 2016. Es muy probable que, en el corto plazo, las exportaciones de crudo iraní hagan caer aún más los precios —que durante la segunda semana de septiembre de 2015 variaron entre 44,07 y 44,81 dólares—, mientras que en el largo plazo, se esperaría que su creciente producción mantenga a los precios en niveles moderados.

El gobierno iraní ha dicho que necesita la participación de multinacionales privadas para que aporten capital y conocimiento técnico. Al parecer, el ejecutivo está tratando de ajustar los términos de los contratos petroleros que firmó en el pasado, para hacer más atractiva la inversión. Muchas empresas europeas han expresado su interés. Tras el anuncio del levantamiento de la sanciones, Alemania envió a su ministro de Economía, Sigmar Gabriel, junto con una delegación de empresarios, a la primera visita oficial a Teherán, después de trece años de distanciamiento.

Irán cuenta con numerosos yacimientos petroleros no desarrollados o subdesarrollados, pero el mayor misterio para el mundo está en la verdadera cantidad de petróleo que acumula en barcos en altamar. La respuesta podría ser clave para determinar la rapidez con la que toneladas de su petróleo se ofertarán. Irán asegura que no tiene crudo en barcos en el Golfo Pérsico, pero los analistas del mercado, así como funcionarios de los países exportadores de crudo, lo dudan. Hasta hace poco, los expertos en energía consideraban que los buques iraníes atesoraban entre treinta y cincuenta millones de barriles, listos para ser enviados a algún comprador. El actual panorama —caída de la demanda de petróleo en el mundo, sumada a la desaceleración del crecimiento de China— se vuelve aún más desalentador para países como Ecuador, frente al posible y abrumador aporte iraní.

Cabe entonces preguntarse, ¿cómo va a reaccionar la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) frente a un inevitable torrente de petróleo pérsico? Si, en cuestión de meses, Irán llegara a agregar 400.000 barriles por día a la producción mundial, ¿le permitirá la OPEP acaparar un porcentaje aún mayor de la cuota diaria de treinta millones de barriles? Incluso si no se tomara en cuenta la antipatía de Arabia Saudita hacia su rival regional, sería muy difícil encontrar algún miembro de la OPEP dispuesto a cederle parte de su asignación. Actualmente, Arabia Saudita extrae a niveles récord —al igual que Irak—. Todo esto deja dos posibles soluciones. Una es que la OPEP aumente su meta de producción, para así permitir a Irán reingresar al juego petrolero; ésta sería una señal de que la Organización busca mantener los mercados inundados, lo que presionaría aún más a la baja de los precios. Sin embargo, dado que la alteración de la meta requiere del consenso entre los doce miembros —entre ellos, Ecuador y Venezuela—, el resultado probable es que no se dé ningún cambio. Y la otra es que la OPEP no tome ninguna medida; es decir, la Organización mantendría su cuota en los niveles actuales y el cártel se limitaría simplemente a cumplir con su objetivo de producción.

En cualquier caso, si se llegan a levantar las sanciones, Irán no dudará en hacer lo que tenga que hacer  —independientemente de la posición de la OPEP—. Debido a sus necesidades internas, Irán utilizará todos los recursos que estén en sus manos para aumentar su producción tanto como le sea posible, lo cual estimulará aún más la caída de los precios del petróleo, situación que afectaría a la economía de los demás países productores, como Ecuador. Entonces, la declaración de Obama no es del todo universal: el acuerdo nuclear permitiría alcanzar un mundo más esperanzador, excepto para aquellos países cuyas economías dependen, en gran medida, del oro negro, como Ecuador, —lamentablemente—.