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El presidente Rafael Correa es como un personaje de cómic en el que conviven dos personas incompatibles: un demagogo y un académico. Debajo de esa piel curtida de político populista hay —se supone— un profesor universitario, casi un científico. La recua de falacias que repite con insistencia (con toques de desesperación) lo ayudan a esconder esa (supuesta) verdadera identidad. De su bolsa de argumentos-que-no-son-argumentos hay varios particularmente nocivos para la pálida democracia ecuatoriana, pero quiero centrarme hoy en uno que me tiene hastiada: la muletilla de que en el Ecuador sí hay libertad de expresión porque se puede decir que no hay libertad de expresión. Eso, por supuesto, es un sofisma del porte del Chimborazo y una astuta manera de eludir las discusiones de fondo. 

Hay gente que cree que estas afirmaciones son argumentos. Uno de los crédulos es el siempre dispuesto Superintendente de la Comunicación, Carlos Ochoa. El mes pasado, cuando su látigo normativo (la Ley de Comunicación, LOC) cumplía dos añitos de vida —tan linda, cómo crece— Ochoa decía estar convencido de que “más que nunca existe en este país una verdadera libertad de expresión”. Ya de por sí es falaz creer que la mera enunciación constituye una prueba, pero decir que existe libertad de expresión porque la gente puede decir que no hay libertad de expresión es una paparruchada perversa: una falacia dentro de otra, y de otra, y de otra, y de otra. Una especie de matrioska sofista. 

Para hablar de si hay o no libertad de expresión en el Ecuador, hay que remitirse a pruebas tangibles. La realidad es que desde que se aprobó la LOC el Estado insiste en imponer contenidos a los medios. Disfrazada de rectificaciones, el gobierno busca que los medios se dediquen a la propaganda estatal. A diario El Universo le quisieron imponer un titular que decía “El IESS ha progresado y mejorará aún más en los próximos años”. Si Ochoa no abusara de su cinismo, habría tenido la mínima de decencia de ordenar que el nuevo titular incluya una clasificación de contenidos: publirreportaje. 

Desde el Estado se habla con insistencia de medios mercantilistas y prensa golpista. Se acusa a los medios de mentir y se los presenta como una maquinaria maligna, diseñada para quebrar la autoestima patria. Hace un par de semanas, fanáticos gobiernistas (decirles “simpatizantes” sería darles un nivel de cordura y respeto que no merecen) insultaron, golpearon y escupieron al periodista Christian Zurita mientras cubría una manifestación el Plaza Grande de Quito. Por supuesto, esa gente que lo atacaba no piensa por sí sola: Las acusaciones que le hacían eran un calco de los argumentos del presidente Correa: mentiroso, provocador, prensa vendida. Según este reporte de prensa, un funcionario del correísmo, Richard Espinosa, en una audiencia contra diario Expreso ha sido lo suficientemente franco sobre las intenciones del gobierno respecto de los medios que no lo celebran: “Si es que los medios de comunicación tienen que llenar sus periódicos de rectificaciones y si es que las rectificaciones superan a las noticias que estos generan, pues bienvenida la Ley de Comunicación”.  ¿A alguien le queda alguna duda? 

El atentado contra la libertad de expresión en el Ecuador radica en una cuestión clarísima: los funcionarios públicos creen que tienen la misma protección que los ciudadanos. Y no la tienen. Hay mucha jurisprudencia internacional que así lo dice. De esa incomprensión nacen todas las arbitrariedades Uno de los intelectuales más solventes que tiene el correísmo, Xavier Flores (hoy en alejado del debate público, algo que mi curiosidad solo atina a calificar de elocuente), lo dejó claro hace años: la libertad de expresión es un derecho que el gobierno del Ecuador no entiende. El mismo Flores calificó de “papelón” a la sentencia en contra de diario El Universo, en la que un juez dictó una resolución kilométrica en cuestión de horas para reparar en millones de dólares la honra del presidente Correa. Nada ha cambiado en años. La relación con los medios solo se ha deteriorado al punto de que “hostil” ya no parece un adjetivo exagerado para definir la actitud de Correa contra la prensa. 

Hay que poner en contexto las cosas para entender la dimensión del atropello, más allá del paupérrimo periodismo de Emilio Palacio y de diario El Universo: el representante de una función estatal reparando la reputación del representante de otra función estatal, que para colmo de indecencias había declarado un año antes querer meterle mano a la justicia (pero de puro buenito, no se crean). Hace unas semanas, tres medios digitales (incluido este) fueron sacados del aire por publicar textos sobre la aparente relación entre la Secretaría Nacional de Inteligencia (Senain) y la compañía italiana Hacking Team. A GkillCity, según informó en su cuente de Twitter, incluso le hackearon sus cuentas de redes sociales. Pero nadie del Estado se interesó por dar con los responsables de estas violaciones. El desdén del régimen correísta es un síntoma alarmante. 

Por supuesto, para justificar una falacia se precisa de más falacias. Es como un cáncer que se multiplica. Sin argumentos reales para justificar la persecución a una prensa que es mediocre, el gobierno de Correa recurre al miedo: hay que combatirlos porque son unos perversos que quieren derrocar un gobierno constitucional. Entonces Correa dice que la prensa es capaz de presentar a Pinochet como un humanista y a Víctor Jara como un torturador. Recurrir al miedo es un viejo truco de la gente que no quiere discutir ideas, sino imponer agendas. 

 

Hay algo muy grave detrás de esto. Cada vez que la discusión es si hay o no libertad de expresión el país, un tema mucho más importante está siendo relegado. No es que este derecho humano no sea importante, sino que el debate público pierde enfoque y se olvida la coyuntura por la cual los funcionarios nos deben explicaciones. Por ejemplo, el tuit que Correa mandó después de ese, decía que ahora el turno del ataque mediático era contra la Senain (una institución sobre la que hay serios indicios de vigilancia ilegítima a ciudadanos). Al acusar a la prensa de ser “malvada”, Correa evade —con demagógica astucia— la verdadera discusión de ese caso: ¿nos está espiando al Senain? ¿Por qué debemos aceptar como dogmas de fe estas falacias evidentes? 

Y hay algo aún más preocupante. Toda este malabarismo retórico y esta embestida desproporcionada contra los medios (bastante mediocres, hay que decirlo) le va a jugar en contra a Rafael Correa: está convirtiendo a sus enemigos en mártires. No solo es un error político, sino una irresponsabilidad histórica: como me dijo un editor amigo “una de las peores cosas que nos dejará el correísmo será haber elevado el mal periodismo a la categoría de martirio, y lo que es peor, a la categoría de buen periodismo”. Las falacias tienen, además, un efecto destructivo en quien abusa de ellas: después de un tiempo, ya no sabe diferenciarlas de un argumento real, y poco a poco incluso las teorías de conspiración se ven como peligros reales. Y es ahí cuando los peores abusos se justifican. 

Bajada

¿Por qué es innegable que en el Ecuador hay un acoso sistemático a los medios?