Pensar en el Moonwalk es pensar en los dos segundos de show que revolucionaron la manera de pensar el baile moderno. Michael Jackson eligió el momento exacto en el que demostraría su prolijidad dancística: el 25 de marzo de 1983. Vestido con un traje tan brillante como el de un cielo estrellado interpretó su canción Billie Jean y casi hacia el final de la presentación, un perfecto y brevísimo Moonwalk causó la histeria del público. La técnica, una especie de ilusión óptica en la que el bailarín parece ir hacia adelante mientras desliza sus pies hacia atrás de manera continua, había alcanzado la perfección.

Es difícil señalar quién inventó el gran paso de baile, como toda expresión artística corporal le pertenece a todos los que lo interpretan: desde el primero que descubre esa manera de moverse hasta quien la trabaja y mejora a su propio sentir corporal. Fue Michael Jackson, rey del pop, quien popularizó la caminata lunar: logró llevar al Moonwalk de las calles y prácticas entre bailarines urbanos como Casper –el que a sus 16 años le enseñó el paso a Michael–, a la memoria colectiva del baile moderno. Desde que apareció, hace treinta y dos años, hasta hoy, aficionados pasan horas frente a un espejo intentando imitar al artista, para ellos, único. En Internet hay tutoriales que simplifican el aprendizaje de este singular paso. Todos intentan imitarlo a la perfección.

Hay otro tipo de aficionados del Moonwalk: los que hacen danza, de manera profesional o semi-profesional, y dedican tiempo a buscar esos movimientos que el cuerpo necesita para expresar sensaciones y emociones. El Moonwalk es etiquetado como danza moderna pero un paso así –basado en una caminata lunar– jamás hubiera sido posible sin el quiebre que tuvo la danza en 1897 gracias a la bailarina Isadora Duncan. Ese 1897 se rebeló contra las formas del ballet clásico para danzar con los pies descalzos y proponer obras inspiradas en la naturaleza, con movimientos más sueltos, que se parezcan a los de las olas del mar o el viento. A partir de lo que Duncan hizo, hoy es posible pensar en cómo lograr movimientos innovadores desde posiciones propias de sujetos frente a objetos, en este caso, a la Luna.

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Para crear herramientas propias a la interpretación de una danza, los bailarines se hacen ciertas preguntas que se responden desde diferentes lugares. ¿Qué es la luna? ¿Cómo es caminar sobre ella? ¿Cómo llegar a la Luna?  ¿Por qué decidí llegar hasta allá? ¿Voy sola o acompañada? ¿Ha generado satisfacción caminar sobre la Luna? Si observamos en detalle el Moonwalk y nos remitirnos al 20 de julio de 1969, nos acordamos que Neil Armstrong no pudo caminar sobre ella sino que se desplazó dando saltos. Para la ciencia, el Moonwalk tiene que ver con dar pequeños saltos para desplazarse; contra toda ley de la gravedad conocida e impulsados por su deseo de llevar a la humanidad hacia nuevos horizontes, hombres lograron “caminar sobre la luna”. Para la danza, el Moonwalk tiene que ver con desafiar otras leyes: las del movimiento en el cuerpo.

Michael Jackson logra fragmentarlo y genera la ilusión de moverse en distintas direcciones a la vez: sus pies parecen tener vida propia y el cuerpo, no solo como cuerpo sino también como algo atravesado por emociones del bailarín, propone una contrariedad con la gravedad al llamar a su movimiento Moonwalk. Esta es la manera en la que, quizás, Michael Jackson se respondió a todas las preguntas para su interpretación artística. La ciencia enseña cómo es la luna y cómo “se camina sobre ella”, pero la danza permite mostrar que un traje de luces y la suficiente práctica, logran que un público sienta que la Luna es perfecta para deslizarse y flotar mágicamente.

El público, espectador de lo que un bailarín transmite en escena, es fundamental para quien sigue los latidos del movimiento contemporáneo. Invitar a quien mira, a implicarse en el vaivén de las emociones de placer, miedo, disgusto, sorpresa, intriga, sinsabor, alegría, es lo que impulsa el trabajo de innovación en las expresiones que el cuerpo puede plantear. Que un espectador diga que al observar el Moonwalk ha sentido ligereza o ha percibido un cuerpo que se mueve de manera distinta a la tradicional, es la felicidad para un bailarín que aunque no reproduce íntegramente la técnica original, vuelca sus esfuerzos a buscar emociones en los espectadores.

El Moonwalk invita a imaginar, a sentir, a preguntarse, a buscar, a practicar y a danzar sobre todo lo que tiene que ver con la Luna, y la Luna tiene un lado iluminado y un lado sombrío, se muestra de diferentes formas ante nosotros. Hay veces que su brillo deslumbra y otras que se esconde entre nubes y se ausenta de nuestro cielo. La Luna y el caminar son, entonces, herramientas y fuentes de inspiración y vertientes infinitas para el mundo del movimiento. Con cada una de las posibilidades que brinda la Luna, el Moonwalk puede tomar un tinte distinto, en cada bailarín podrá apreciarse de manera nueva, y así, el mundo de la danza moderna y contemporánea seguirá influenciándose y evolucionado por un fenómeno artístico que, casi veinte años después de la llegada del Apolo 11 a la Luna, fue nombrado, por un bailarín, como Moonwalk.

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Rebecca Naranjo Di Mattia
(Ecuador, 1987). Psicóloga Clínica y bailarina de salsa y flamenco, principalmente. Guayaquileña radicada en Quito. Siempre interesada por el psicoanálisis, la literatura, el cine y el teatro.
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