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La policía de Brighton, Inglaterra, aumentó el número de policías de sus patrullas en 2007 en las noches de Luna llena. El inspector Andy Parr dijo que la violencia en esta ciudad variaba según los ciclos lunares. Un año después, en Nueva Zelanda, la Ministra de Justicia, Anette King, culpó al satélite de la ola de asesinatos urbanos. Como si en pleno siglo XXI, los lunáticos anduviesen sueltos y la Luna fuese la única culpable. Pero los mitos del único satélite natural que tiene la Tierra no son más que eso: imprecisiones folclóricas que la ciencia se ha encargado, con insistencia, de refutar.

La idea de que el comportamiento humano depende de la Luna tiene una explicación aparente: antes del siglo XVI, se dormía en completa oscuridad, menos en Luna llena. Como no podían dormir por el exceso de luz, la gente se ponía errática y a la defensiva al día siguiente. Un estudio de la revista académica Elsevier concluyó algo más o menos obvio: no dormir nos vuelve agresivos. Sin embargo, una supuesta conexión con la Luna explicaría que su luminiscencia cause trastornos en nuestra conducta.

El filósofo griego Aristóteles decía que así como la Luna afecta la marea en la Tierra, también lo hace con los líquidos del cuerpo. Después de todo, estamos compuestos por un 70% de agua. Cuando la fuerza gravitacional —la atracción que los astros ejercen sobre los objetos más pequeños— de la Luna afecta las mareas, ciertos psicólogos y astrólogos creen que hay cambios en la personalidad porque el cerebro es el órgano más húmedo del ser humano. Si esto fuera cierto, el cerebro se secaría cuando la marea baja, y los policías de Brighton también se levantarían trastornados. El astrónomo George Abell de la Universidad de California, Los Ángeles, desmiente a Aristóteles: dice que un mosquito sobre el brazo tiene más fuerza gravitacional en el cuerpo que la Luna en la Tierra. Explica que el astro sólo influye en los cuerpos de agua abiertos —como lagos y mares—y no en cerrados como en el ser humano.

Existe otra supuesta relación de la Luna con el agua del cuerpo humano: sus fases afectarían los ciclos menstruales. Las mujeres estarían doblemente lunáticas: su cerebro se movería con la marea, y sus hormonas se alterarían con los cambios lunares. La ministra King, tan convenida de la culpabilidad de la Luna, olvida que si es que los mitos fueran reales ella no tendría un cargo tan importante. Después de todo, quién querría a una ministra que en Luna llena perdiese la cabeza. Hay funcionarios que sólo creen en mitos lunares cuando les conviene.

En 2004, unas enfermeras y médicos en Barcelona, España aseguraban que atendían más partos en Luna llena que en cualquier otra fase lunar. La explicación es muy similar a la del efecto de la Luna sobre el agua en el cuerpo: los cambios en los fluidos acelerarían el proceso del nacimiento, al igual que la erosión de la tierra es afectada con la marea. Cuando el profesor de la Universidad de California, Los Ángeles, Jean-Luc Margot investigó esta relación, descubrió que la Luna llena y la cantidad de partos no están relacionados. Él explicó que las enfermeras sólo ponen atención a la cantidad de partos en esos días, a pesar de que reciban la misma cantidad de clientes en otro día cualquiera. Esto, según Margot, es causado por el sesgo de confirmación: las enfermeras aceptaban lo que confirmaban sus creencias e ignoraban todo lo que las contradigan. Por esto, no ponían atención al hecho de que la Luna nueva tiene igual fuerza gravitacional que la llena. Sus ejemplos eran seleccionados de forma minuciosa sólo para confirmar sus mitos.

El origen de estos mitos parte de la necesidad de explicar los fenómenos terrenales. Los que siguen creyendo en ellos sólo aceptarán los hechos cuando les convenga -como la ministra King y la policía de Brighton- y cuando confirmen sus hipótesis -como las enfermeras y médicos españoles-. La Luna no tiene la culpa.