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Le voy a dar la razón al presidente Correa en una cosa: hay gente que no busca dialogar con él, sino una oportunidad para insultarlo. Y voy a estar de acuerdo con él en algo más: con esa gente no tiene ningún sentido discutir. Además, está claro que una conversación de alto nivel es posible. El Presidente ha intentando, además, hablar con los ciudadanos, pero el formato deja mucho que desear. Parece un ambiente híper regulado, donde Correa juega de local, y que deja una sensación extraña: como si el diálogo no fuese horizontal, respetuoso y profundo, sino una especie de parapeto de ejercicio de comunicación. El presidente Correa, si quiere que su invitación sea tomada en serio, debe salir de su zona de confort y hablar en espacios críticos, pero honestos.

No tiene que hablar con los violentos, como el que le rompió la pierna a una policía con una viga de madera. Tampoco con el alcalde de Guayaquil —hoy hecho el gran demócrata, aprovechando la desmemoria colectiva—, ni con Andrés Páez, ni con Lourdes Tibán, ni con Guillermo Lasso. Pero ya es hora de que deje de escudarse en sus principales opositores para rehuir de la gente que disiente con él de forma genuina y frontal.

Hablo de aquellos a los que el politólogo Arduino Tomasi recordaba en este texto. Su inclusión en el debate es indispensable porque, de lo contrario, el gobierno de Rafael Correa estaría repitiendo el error cometido con los proyectos de leyes de herencias y plusvalías: quitarle la esencia política a un debate que es, sobre todo, político. Lo importante, lo trascendental, es entender que no solo hay que escucharlos, sino sentarse a la mesa con ellos. Y dejar de clasificarlos solo como manipulados o desestabilizadores. No hay argumentos válidos para desechar de entrada a los contradictores genuinos. Como dice Tomasi: “en la medida en que el gran debate nacional parte de argucias interpretativas del malestar, se revela pronto como lo que es: un simple simulacro democrático”. Y lo que necesita el Ecuador, ahora más que nunca, es menos parapeto y más democracia: hay que hablar con quienes disentimos en los matices, y no recurrir a los extremistas para rechazar ese intercambio.

Si el Presidente quiere zanjar de una vez por todas el debate sobre su convicción de libertad de prensa, tiene que sentarse con en un espacio neutral. No puede seguirnos invitando a jugar en sus estadios —los medios incautados por el gobierno y los medios estatales—. Tiene que salir a espacios distintos de los habituales. Ahora, estoy segura que la preocupación del equipo de comunicación del gobierno es caer en una emboscada —como cuando invitó a Emilio Palacio a un enlace ciudadano—, pero si la fuerzas de sus argumentos es tan contundente como creen, bastaría encontrar un espacio que carezca de agendas ocultas y segundas intenciones. Me parece que el gobierno cree que esos espacios no existen. Pero está equivocado, y su error es que insiste en buscar en los lugares tradicionales.

Ese diálogo tan necesario para la democracia ecuatoriana está online. Los medios digitales no tienen nada que perder, ni están atados a las agendas a las que los medios tradicionales sí. Están escritos, en su mayoría, por jóvenes periodistas sin más pretensiones que las de entablar una discusión sincera y genuina sobre la realidad nacional. En Estados Unidos ya pasó. Barack Obama entendió que en las audiencias de estos medios estaba el público que mayores preocupaciones directas tenían con las decisiones que él tomaba. Por eso, por primera vez en la historia, un presidente estadounidense le dio su tradicional entrevista de enero a Vox Media, un medio digital pionero.

Rafael Correa podría aprender una lección de esa conversación. La manera en que la entrevista se multiplicó a través de textos en otros medios digitales, la cobertura que el propio Vox hizo, le dieron un giro interesantísimo: con los medios tradicionales, la conversación tiene un punto de inicio y un final. Son noticias de ciclo corto: duran lo que dura su emisión. En cambio, en los medios digitales, el fin de la entrevista es solo el inicio de otro ciclo periodístico. La forma exponencial en que las ideas del régimen podrían calar en un público joven (de los que muchos se desencantaron con la Revolución Ciudadana a partir de la decisión de explotar el Parque Nacional Yasuní), la vigencia que mantendrían sus argumentos (circulando consistentemente por Internet), y la obligación en la que pondrían a los medios tradicionales de darle cobertura a esas entrevistas, demuestran que al presidente Correa le conviene buscar espacios menos tradicionales, no solo como jefe de Estado, sino como político. Es increíble que los publicistas del gobierno no lo hayan entendido.

 

 

 

Bajada

Breves apuntes para generar una conversación productiva con Rafael Correa