McCartney lo vio, desde el público. Fue amor a primera vista. Lennon no se fijó en él, fue a la inversa.

Lennon se quiso comer al mundo desde muy joven. Su guitarra no estaba afinada y no le importaba tampoco cambiar la letra de las canciones que cantaba en un terreno junto a una iglesia, en Liverpool. Canciones de amor se convertían en elegías de prisioneros, como un Johnny Cash cualquiera. Peinado de teddy boy, camisa de cuadros remangada, pantalón negro: John Lennon tenía diecisiete años cuando consiguió que su grupo de skiffle (uno de los tantos géneros precursores del rock and roll) The Quarrymen, tocara en la fiesta de la Saint Peter’s Church, en Woolton, un suburbio de Liverpool. Julia, su mamá, estaba ahí. Lo vitoreaba, trataba de ser una verdadera madre para él luego de tantos años de abandono, luego de dejarlo encargado con su hermana Mimi, luego de casarse y formar otra familia y tener otros hijos (en este caso, hijas). Julia, la divertida Julia, veía algo en su hijo que muy poca gente veía y lanzaba carcajadas cuando John, en lugar de decir “Vamos al río, nena”, cantaba “Vamos a la penitenciaría, nena”. Era el 6 de julio de 1957, y ese concierto de adolescentes se convertiría en un punto fijo en la historia.

Ivan Vaughn no tuvo mucho trabajo para convencer a su amigo Paul de acompañarlo y pagar los dos chelines que costaba la entrada para la fiesta. Paul tenía quince años, llevaba algo más de uno tocando la guitarra. Era algo gordito, con rostro de eterna buena onda (que todavía lleva como una aparente maldición), orejón. Su padre era músico, tocaba jazz. En su casa siempre hubo un piano que él aprendió a tocar muy temprano en su vida. De niño le dieron una trompeta, porque ese es el único instrumento que se podía respetar en la casa de James McCartney Senior. Paul no quiso la trompeta: quería cantar. Como era zurdo, no tuvo más remedio que aprender de dos formas el uso de la guitarra: a lo diestro y luego invirtiendo el sentido de las cuerdas. Se defendía como podía. Paul fue a la Saint Peter’s Church porque quería saber qué estaba pasando en el ambiente de Liverpool. Quería tocar en una banda, pero no conocía a nadie.

— Ese es John, de quien te hablé  —le dijo Ivan a Paul. Ambos habían sido amigos por mucho tiempo, especialmente desde que descubrieron que nacieron el mismo día en Liverpool, en diferentes hospitales.

—Es muy bueno —alcanzó a decir Paul. Los demás integrantes del grupo no le importaron.

—Cuando terminen de tocar, te lo presento.

Ivan sabía que ellos debían conocerse. De vez en cuando había tocado con los Quarrymen, así que el acceso estaba garantizado.

The Quarrymen, compuesto ese día por Eric Griffiths (en la guitarra), Colin Hanton (batería), Rod Davies (banjo), Pete Shotton (tabla de lavar —sí, en el skiffle se usaba una tabla de lavar como instrumento) y Len Garry (bajo), debía tocar dos veces, así que en el intermedio, Vaughn llevó a McCartney y los presentó. Big Bang: partículas que se desprenden y que van a formar el modelo estándar de la música popular que está por venir.

La leyenda se abre en realidades paralelas, pero todas confluyen en lo mismo: el joven McCartney, enamorado de la rudeza y grandiosidad en Lennon, sedujo a un gris John. Él  prefirió no dejarse llevar por la emoción y solo varios días después le pediría a Paul que se integrara a la banda.

Que John lo miró con desdén al inicio. Que le sonrió apenas lo vio, como si fuese una divinidad que aceptara la distracción.

Que Paul lo felicitó por lo que hicieron en el escenario, que le pidió la guitarra a John y afinó la segunda y tercera cuerda.

Que el año y medio de diferencia entre ambos se hacía sentir como una bomba.

—Bueno, John, tienes que escucharlo, Paul es muy bueno —dijo Ivan, al tiempo que empujaba a McCartney para que agarrara una guitarra.

Paul tocó. Canciones de Gene Vincent salieron de sus dedos y boca, así como una versión in your face de Twenty flight rock, de Eddie Cochran que entusiasmó a todos.

Suficiente: Lennon había visto a alguien que podía ser lo suficientemente bueno para que tocara con él. Dos semanas después, Paul se volvería un Quarrymen.

Por Paul llegaría George Harrison. Ringo entraría en la ecuación años después.

Cuando la madre de John murió, unos meses después —atropellada por un policía ebrio—la ira de Lennon se hizo más grande, era la segunda vez que se quedaba sin ella. McCartney estuvo ahí. John  lo escuchó. Paul tampoco tenía madre —Mary McCartney había muerto años atrás de cáncer de seno. Esa sensación de abandono los acercaría, los conectaría, no los dejaría vivir sin el nombre del otro hasta el final de sus días. Los encuentros y las tragedias personales tienen mucho en común, pero pocas veces forman una banda que redefiniría la música popular.