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Cuando la selección ecuatoriana cayó con Chile en la inauguración de la Copa América 2015, Jorge Barraza escribió una columna titulada Otra vez los errores individuales. El periodista argentino se refiere a unas pocas, sobre todo las que generaron los dos goles chilenos: la falta infantil de Miler Bolaños y el pase a los “tiburones” que puso Renato Ibarra. Barraza se queda un poco corto: lo de Ecuador es coral: pases mal puestos, recepciones torpes, disparos desviados, desconcentraciones y faltas innecesarias en el área. En tres partidos, a la Tri le cobraron tres penales. En el segundo partido, contra Bolivia, Ecuador lo levantó todo y casi empata en el segundo tiempo, que empezó perdiendo 3-0. Y ese es el gran drama de la selección ecuatoriana: espera demasiado. De cualquier forma, en todas sus líneas, dentro y fuera de la cancha.

La contratación del técnico, Gustavo Quinteros, se hizo, por ejemplo, ocho meses después de que el anterior, Reinaldo Rueda, dejara el cargo tras el mundial de Brasil. En ese tiempo, la selección estuvo en manos de Sixto Vizuete, el entrenador de la sub 20, que dos veces ha llegado a comandar el equipo principal de forma interina, sin ceremonias. La Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF) lo ha tratado como un técnico parche. Le ofrecieron dirigir al menos hasta la Copa América, pero cuando Vizuete fracasó en el Sudamericano sub 20, la FEF sintió que necesitaba otro técnico. Ya era tarde. A Quinteros le faltaron partidos para tener un equipo competitivo en la Copa América, un torneo que –por cierto– la FEF tarda demasiado en considerar como prioridad. En la era de Luis Chiriboga, nunca lo ha sido.

En cancha, Ecuador empezó a jugar en serio cuando ya había perdido un partido y medio, 135 minutos, el 50% del tiempo total. Y para entonces, ya estaba con un pie afuera. En ese partido contra Bolivia, la sucesión de errores parece sacada de un cuento de Roberto Fontanarrosa. A los cinco minutos, Fidel Martínez dejó solo al capitán boliviano Ronald Raldés en un tiro libre. Gol. Fricson Erazo puso el semblante de un hombre que está perdiendo una jaba de cerveza en un partido callejero por culpa de un sujeto que de todos modos no quería en su equipo: la barbilla alzada en pronunciada diagonal, solo faltó que le escuchemos el “psss”. Su expresión era testimonial: Ecuador perdía por el cabezazo de un jugador que no le tuvo que ganar el salto a nadie. Una falla infantil, otro error individual. Más tarde, el mismo Fricson tendría su cuota de ingenuidad: sacó una patada de la grulla dentro del área, como si quisiera hacerle face off a Lizio. El boliviano se le había escapado a Walter Ayoví, y Fricson tomó la marca. Pudo haberla cabeceado –o al menos intentarlo– pero prefirió aplicar las enseñanzas del Señor Miyagi en Karate Kid. Unos minutos antes, a Enner Valencia le anularon un penal convertido, porque Miler invadió el área antes de tiempo. Cuando lo repitió, quedó en manos del arquero Rómel Quiñónez.

Un poco antes, la verdadera debacle había venido. O se había ido, porque todo empezó con Ayoví perdiendo la pelota cuando quiso salir jugando en lugar de tocarla. A lo lejos, veinte metros más allá, venía un boliviano. Walter no se apuró ni para despejar: prefirió intentar una finta y perdió el balón. Dos pases después, el sueco Smedberg estaba pateando desde afuera un tiro que se clavó en la esquina inferior izquierda del arco. Ecuador era una máquina de cometer errores. Un reloj mal calibrado, uno que vive retrasado. Una sumilla de periódico de hace setenta años le caía como anillo al dedo a la selección del primer tiempo: “Suprimimos por vergüenza el relato del match Chile-Ecuador”, escribió El Telégrafo en el Campeonato Sudamericano –antecesor de la Copa América– de 1947, disputado en Guayaquil.

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La Tri se acordó de cómo se juega el fútbol apenas en el segundo tiempo. Y no solo que ya había tardado demasiado: aunque la pelota no bajó de la media cancha, los pases seguían imprecisos, los disparos al arco se iban desviados. A la Hormiga Paredes le costaba dos tiempos dominar las pelotas en diagonal, suficiente para rearmar cualquier defensa. Renato Ibarra y Cristian Noboa perdieron dos goles cantados. Al parecer, en Ecuador los pases de la muerte solo se rematan al ras del piso. Los tantos de Enner y Miler –un golazo de veinticinco metros– pusieron emocionante el partido, pero cerca del final. Otra vez, era tarde. Fue un juego para olvidar. Ecuador no pudo con un arquero que sabe de lanzarse, pero de achicar el área y hacer un saque de meta, nada: todo el segundo tiempo el que tuvo que patear desde el arco fue un defensa.

Ecuador fue siempre un coro de equivocaciones. Incluso en el partido que ganó contra México, cometió errores inexplicables. En plena medialuna, a la Hormiga Paredes le pareció buena idea amarrar un poco cuando le caía encima el argentino-mexicano Vuoso, que sacó un tiro apenas desviado. Era la última fecha, a la Tri ya le habían pasado Chile y Bolivia, y aún los jugadores seguían usando un tiempo de más y perdiendo la pelota. Porque amarrar la pelota es otra forma de esperar más de la cuenta. Los goles de Miler y Enner dieron cuenta de la mejoría de la selección, pero cuando Gabriel Achilier regaló un penal con una falta grosera, casi amateur, Ecuador volvió a caer presa de su tara. Necesitaba un gol más para mejorar su situación, y cuando Miler volvió a tener una oportunidad, en lugar de patear, quiso acomodarse, y entonces se la sacaron. Como a Arroyo en el partido contra Suiza, una jugada que nos atraviesa. El tiempo perdido, otra vez.

La selección esperó catorce años para volver a ganar un partido en Copa América. Aquella vez, en la edición que se jugó en Colombia, Ecuador también había aguardado a la última jornada para sacar tres puntos con un inútil 4-0 contra Venezuela. Esa vez tampoco alcanzó. Como ahora, el triunfo tardío le significó una larga espera por ver qué sucedía con los otros grupos, a ver si clasificaba a cuartos como mejor tercero. La Tri esperó, y esperó sentada: un improbable triunfo de Honduras sobre Uruguay la dejó afuera entonces. En Copa América, Ecuador siempre llegó tarde a buscar el tiempo perdido.

Bajada

¿En qué se le va la vida a un equipo que espera demasiado?

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