El circuito callejero de Montecarlo es sin lugar a dudas la joya de la corona de la Fórmula 1. El significado que este trazado temporal tiene para el circo máximo del automovilismo va más allá de la nostalgia por un pasado lejano y de la cuota de glamour de correr a las puertas de uno de los casinos más lujosos del mundo, al borde de una marina repleta de yates avaluados en millones de euros y a los pies de una familia real. El Gran Premio de Mónaco simboliza todo lo que está bien, y a la vez todo lo que está mal con la F1 contemporánea.

De entre los diecinueve circuitos que componen el calendario, el de Montecarlo es el único que no tiene que pagar por el derecho de albergar un Gran Premio. La administración comercial de la categoría entiende la importancia que esta cita tiene para mantener la legitimidad de una F1 que cada día se parece menos a la de Graham Hill en los sesentas o a la de Ayrton Senna en los ochentas. Es necesario que los autos de hoy corran en escenarios familiares para mantener algún punto de comparación, aún cuando las comparaciones sean en la práctica imposibles.

Lo malo de ese entendimiento, es que la administración se ha esmerado en convertir una carrera clásica en una especie de parque temático franquiciable, en un modelo de exportación que puede aplicarse en cualquier otro país y tener éxito. Los primeros experimentos ocurrieron en la temporada 2008 con los Grandes Premios de Europa (en Valencia, España) y Singapur (circuito Marina Bay). El destino a largo plazo de estas dos carreras dice mucho sobre los errores y los aciertos que este enfoque de crear “nuevos Monacos” ha traído al deporte.

El GP de Singapur fue un éxito desde la primera edición y probablemente se mantenga como una fecha fija en el calendario por muchos años por dos razones: el espectáculo visual y el espectáculo competitivo. El concepto del circuito, agazapado alrededor de la marina de Singapur, tomó el espíritu de Mónaco con un ambiente lujoso y un circuito sin lugar para los errores, rodeado de barreras y lo llevó al siguiente nivel albergando la primera carrera nocturna en la historia del deporte. Además, a pesar de ser un circuito callejero, Marina Bay tiene segmentos de recta relativamente largos (al menos comparados con Montecarlo) y una pista en general más ancha que en el principado. Para este Gran Premio tomaron un concepto y crearon algo nuevo.

En el caso del circuito de Valencia ocurrió todo lo contrario. El diseño del circuito era totalmente aburrido y al no contar con unos alrededores icónicos como los lujosos hoteles de Marina Bay brillando de noche o el famoso túnel monegasco, solo quedaban los yates al borde de la pista como distintivo. Era una copia al carbón, nada nuevo. Además, a diferencia del principado, los organizadores de esta carrera sí que debían pagar la millonaria tarifa de derechos, que salió en gran parte del erario público. Sí, en plena crisis española se dieron el lujo de tener nada menos que dos Grandes Premios, uno de los cuales fue un fracaso rotundo. Desgraciadamente, la lección del circuito valenciano no ha quedado clara.

Con los años hemos visto nuevas adiciones al calendario que hieden a intentos por sacarle dinero a gobiernos desesperados por elevar el perfil de sus países a cualquier costo. Ese es el origen del Gran Premio de Abu Dhabi en el circuito Yas Marina, del circuito de Sochi en Rusia y del debutante en 2015 circuito callejero de Baku en Azerbaiyán que albergará el Gran Premio de Europa. Mientras tanto, Francia ya no tiene una carrera aún contando con circuitos de clase mundial como Magny-Cours, Le Mans Bugatti o Paul Ricard, la categoría no visitará el tradicional Nürburgring alemán y el Gran Premio de Italia no tiene asegurado su futuro.

El sueño de crear un nuevo Mónaco está acabando con una parte importante de la Fórmula 1. Esto no es una perorata nostálgica, es un hecho. Circuitos como Silverstone, Spa y el mismo Mónaco son necesarios no solo por su valor histórico como anécdota, ese valor se lo ganaron por ser trazados que ponen a prueba a los mejores pilotos, que los pone al límite y saca a relucir sus mejores cualidades. Los circuitos clásicos son clásicos por emocionantes, no por viejos.

A simple vista, el GP de Mónaco podría ser considerada la carrera más aburrida del calendario pues casi siempre gana quien larga primero y las chances de adelantar en carrera son escasas. Eso es no entender de qué va el automotor. El circuito temporal al pie de la Costa Azul pone a prueba la destreza fina de los pilotos como pocos en el mundo. Los saca de su elemento natural que es el circuito moderno, con sus anchas zonas de salida asfaltadas que perdonan el exceso de pedal.

Basta ver lo que ocurrió hace pocos días cuando Nico Rosberg le arrebató la victoria a su compañero de equipo, Lewis Hamilton, por un error de estrategia de parte del equipo Mercedes para entender el valor de una carrera como esta. Los Mercedes dominaron como siempre, las oportunidades de pasar fueron pocas. Y sin embargo hubo drama y emoción sobre el asfalto.  El español Carlos Sainz largó último y acabó en los puntos, su compañero Max Verstappen protagonizó una remontada épica que acabó en tragedia cuando intentó se precipitó en la frenada hacia la primera curva para pasar a Romain Grosjean. Sergio “Checo” Perez sumó puntos importantes en un auto que no está a la altura de sus rivales directos, Mclaren-Honda volvió a puntuar… Si eso es una carrera aburrida…

Mónaco simboliza lo positivo de la F1 contemporánea, manteniendo un nexo inquebrantable con el pasado, pero también simboliza lo negativo con el excesivo enfoque de la administración en el glamour, la pompa y el dinero por encima del espectáculo deportivo. Es propicio que justamente para esta cita la GPDA (Asociación de Pilotos de Gran Premio en inglés) haya decidido lanzar una encuesta a los fanáticos para preguntarles qué les gustaría cambiar o mantener en el deporte.

El pasado de la máxima categoría del automovilismo siempre nos devuelve a la riviera francesa, a este circuito concebido a la vieja usanza que ha sobrevivido más de cincuenta temporadas con apenas ligeros cambios al trazado original. El futuro de la F1 también pasa por aquí, pero no por el glamour, los yates y las altezas reales. Se necesitan circuitos con carácter, que pongan a prueba a los pilotos. Eso es lo que la administración debe intentar replicar de Mónaco en el resto de Grandes Premios nuevos. El paisaje y la pompa ayudan, ponen la nota de color, pero al final del día son irrelevantes, lo que el apasionado al motor busca está sobre el asfalto, no afuera en las tribunas, peor aún en las salas VIP de los circuitos.