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El perfil de Rafael Correa es lo que cualquier partido político quisiera tener. Al menos desde el punto de vista de acaparar los votos. “Correa es un político carismático y un tecnócrata post-neoliberal que tiene un Ph.D. en Economía”, dice sobre el presidente de la República el académico Carlos De la Torre. Su condición de caudillo sumada a un saber hacer avalado por un título lo convierten en un político con potencial. Talvez nació en el país equivocado. En marzo de 2013, el periodista estadounidense Jon Lee Anderson –especializado en temas de América Latina– dijo que Correa jamás podría tomar el lugar de Chávez como líder de los gobiernos progresistas porque Ecuador no se acerca en riqueza a Venezuela. Lo cierto es que este economista –que se reconoce como un político de izquierdas y enemigo de la larga noche neoliberal– tiene claro que para tomar una decisión, necesita entender el contexto antes de limitarse a una ideología –en este caso, al socialismo del siglo xxi–, aunque sea la que promueve con vehemencia. Para ponerlo en palabras del Presidente: los gobiernos progresistas de América Latina deben ser pragmáticos. Y ser pragmático implica tragarse de vez en cuando las palabras: a medida que avanza el gobierno, distintos grupos de izquierda han dejado las filas de Alianza PAIS –el partido oficialista– y uno tras otro han acusado a Correa de no pertenecer a una verdadera izquierda, o de haberse dado la vuelta hacia la derecha.

Correa se identifica a sí mismo con Eloy Alfaro, líder de la Revolución Liberal. Alfaro promovió una refundación de la República, que llevaba décadas bajo el control de los conservadores. Además del cambio en el sistema económico por uno basado en el comercio exterior –el propio Alfaro exportaba café de sus haciendas–, al “viejo luchador” se lo recuerda por haber implantado el laicismo en Ecuador. Aun así, en los últimos años, Correa  ha evidenciado una fuerte presencia de ideología católica a la hora de gobernar: fue él quien prohibió que se debatiera el aborto por violación cuando tres asambleístas de su propio partido lo propusieron en 2013. Ese mismo año, había advertido en plena campaña presidencial con vetar cualquier ley que aprobara el matrimonio entre personas del mismo sexo. En ambos casos, Correa zanjó los debates diciendo que mientras él fuera presidente, esas puertas iban a estar cerradas, porque él era un católico convencido. En 2014, puso el programa Estrategia Nacional Intersectorial de Planificación Familiar y Prevención del Embarazo en Adolescentes (Enipla) en manos de una miembro del Opus Dei, que promueve la castidad como una política para prevenir el embarazo adolescente. Talvez Eloy Alfaro vivió demasiado temprano para oponerse a la castidad, pero incluir a la religión en las políticas públicas no era –definitivamente– lo que él quería. Eso se ajustaba más a Gabriel García Moreno, líder conservador que firmó en 1863 un concordato con el Vaticano. Correa dio demasiado paso a la Iglesia luego de unos primeros años en que –según sus propias palabras– se había mostrado muy open mind al promover los mayores avances a favor de los grupos GLBTI cuando se aprobó la Constitución de 2008, que condenaba la discriminación de cualquier tipo, incluyendo la de orientación sexual.

Correa también se ha desdicho en materia económica. En 2007, tres meses después de llegar a la presidencia de la República, Correa declaró persona non grata a Eduardo Somensatto, representante del Banco Mundial (BM) en Ecuador. Era una acción en respuesta a la negación de un crédito en 2005, cuando Correa era ministro de Economía, pero era también una forma de dejar claro de qué lado estaba la Revolución Ciudadana: en contra del BM y del Fondo Monetario Internacional (FMI). Esas instituciones –le decía el mandatario a Jorge Gestoso– no hacen más que otorgar créditos a países en quiebra para pagar deudas y no para invertir en el bienestar de sus ciudadanos. En 2011, Correa abandonó la Cumbre Iberoamericana que se celebraba en Asunción durante la intervención de la vicepresidenta del BM, Pamela Cox. Para quedarse, Correa había puesto la condición de que Cox pidiera disculpas a Ecuador en nombre del BM por “chantajear” al país. Las críticas a esas dos instituciones como representantes eran constantes en el discurso de Correa, y un vehículo para reafirmar su posición anti neoliberal. Hasta 2013. Ese año, el BM le extendió a Ecuador una línea de crédito de poco más de doscientos millones de dólares para la construcción del Metro de Quito y otros cien millones para invertir en los servicios de agua potable, salud y transporte en Manta. De pronto, el discurso anti FMI se fue moderando.

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La ideología de los recursos

En Watchmen, película de 2009 ambientada en 1985, Adrian Veidt, empresario de Nueva York conocido como el hombre más inteligente del mundo, reflexiona sobre el verdadero valor de una ideología. Veidt es un socialista convencido que ha trabajado en el desarrollo de una fuente de energía infinita. Antes de entrar en una acalorada discusión con un grupo de empresarios automotrices, Veidt decía en una entrevista que la Guerra Fría no es ideológica, sino que está basada en el miedo de no tener suficiente, en un mundo que depende demasiado de los combustibles fósiles. “Pero si hacemos los recursos inagotables –decía Veidt– la guerra será obsoleta”. De alguna manera, el personaje creado por Alan Moore nos estaba diciendo –por extensión– que también las ideologías serán obsoletas el día en que se invente un combustible que dure para siempre. Watchmen fue escrita en 1985, y treinta años después, el mundo sigue siendo impensable sin petróleo.

Toda esta explicación sobre Adrian Veidt le da algo de sentido a los discursos políticos. O por qué son necesarios: para convencer a los pueblos de que hay que ir por los recursos, por la fuerza si es necesario. Y eso fue más o menos lo que hizo Rafael Correa en 2013, cuando anunció la explotación de la reserva Yasuní ITT. El país –o el Estado– necesitaba ese dinero, luego del fracaso de la campaña de recaudación de fondos para mantener ese petróleo bajo tierra. Un lustro había durado la campaña de concienciación en la que Ecuador le explicaba a otros países por qué era buen negocio invertir para que el Yasuní no fuera explotado: ofrecía el territorio como un sacrificio para preservar un “pulmón del mundo”. Pero el tiempo estaba acabando y los fondos no eran –ni de cerca– los necesarios. Fue entonces que se enfrentó con la “izquierda infantil” porque la nueva izquierda suele comulgar con el ecologismo, al que Correa también llamó “infantil”. Era un punto de quiebre mayor: luego de la salida de colaboradores como Gustavo Larrea, Alberto Acosta y Ruptura de los 25, Correa empezaba a señalar a cierto “tipo de izquierda” como un enemigo de la Revolución Ciudadana que le hacía el juego a la derecha.

A finales de 2014, Ecuador firmó un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea (UE). En 2005, cuando Correa era ministro de Economía del gobierno de Alfredo Palacio, se opuso a la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Y se opuso –en el discurso– todo el tiempo que pudo cuando llegó a la presidencia. Pero el tiempo también se estaba agotando: Ecuador exportaba sus productos a la UE bajo un Sistema Generalizado de Preferencias (SGP), que le permitía no pagar aranceles en los productos de exportación, excepto el banano. Pero el SGP estaba por perder vigencia en octubre de 2014, y Colombia y Perú ya habían firmados sus respectivos TLC con la UE. En esa situación, a Ecuador no le quedó otra alternativa que adherirse bajo las condiciones de la UE. Ecuador negoció por separado el acuerdo, pero la filtración de unos documentos de la comisión negociadora reveló que la firma del tratado implicaba que el país debía desistir de la política de denuncia de los tratados bilaterales de protección recíproca de inversión (TBI), un sistema que somete al Estado a la jurisdicción del Banco Mundial. Justo donde no quería volver el presidente.

Pastiches populares

En abril de 2013, Correa gozaba de su mayor popularidad. Durante una visita oficial a República Dominicana, él y su homólogo Danilo Medina presumían de ser los dos presidentes más populares de América Latina, según una lista publicada poco antes. Correa venía de una gira por Europa en la que se había hablado de Ecuador como “el jaguar de Sudamérica” –comparando el rápido crecimiento económico del país con el de Hong Kong, Taiwán, Singapur  y Corea del Sur, conocidos como “los tigres de Asia”–. Durante esa visita, Correa se dio el tiempo de aclarar que, como mostraba la lista, “somos populares, no populistas”. Pero en realidad, su gobierno sí es populista. Reúne las condiciones: Es antielitista, utiliza la movilización social, predomina un discurso emocional sobre lo racional y cuenta –por supuesto– con un líder carismático. En su texto Cultura política de la Revolución Ciudadana, Julián Martínez, de Flacso, cita a los investigadores Steven Levitksy y Kenneth Roberts para acotar algo más:

“Factor clave en el populismo: no responde a ninguna ideología política definida. En este sentido, se pueden hallar populismos de izquierda y populismos de derecha, que articulan sus discursos en función de las demandas de la población, interpelando valores ocasionales como el patriotismo, la nación, el desarrollo, la seguridad, etc., según sea el momento político y económico en que ocurre”.

Levitsky y Roberts definen algo que bien puede sonar a “pragmático”, como decía Correa que debían ser los gobiernos progresistas de América Latina. O que también podría interpretarse como un pastiche, una palabra que la Real Academia define como ‘imitación que consiste en tomar diversos elementos y combinarlos de manera que el resultado parezca una creación original’. Así, Correa habla del cambio de la matriz productiva para abandonar las políticas extractivistas, pero ordena explotar el Yasuní; promueve una constitución que sanciona la discriminación por orientación sexual, pero se niega a debatir el matrimonio igualitario; critica los TLC, pero acaba firmando uno con la Unión Europea; carga contra el FMI y el BM, pero les permite monitorear la economía del país para obtener líneas de crédito.

En realidad, la Revolución Ciudadana no ha dado ningún giro ideológico, lo que ha cambiado –lo único que podía cambiar las cosas– es el contexto. Cuando Correa se lanzó a la presidencia en 2006, era como si los planetas estuvieran alineados: todo lo tenía a su favor. Pero ocho años después, el barril de petróleo se depreció en un 50%, la UE presionó al país a adherirse al TLC o pagar más de trescientos millones de dólares anuales en aranceles, y China, desarrollada y acreedora de Ecuador, está hambrienta de petróleo… La soberanía que se puede permitir hoy el país no es la misma que en 2009, cuando el gobierno se ahorró siete mil millones de dólares con la recompra de una deuda externa depreciada luego de amenazar con no pagarla.

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El filósofo uruguayo Ernesto Laclau reivindicaba al populismo, a menudo confundido con el concepto de demagogia. Lo definía como la llegada de las masas populares a la política. Y cuando eso pasa, decía, “aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático, como el populismo. Pero el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración». El populismo –como la demagogia– es, más que una ideología, una estrategia de comunicación que comulga con los sectores populares. El artista ecuatoriano Oswaldo Terreros le supo tomar el pulso a esa idea con su Movimiento GRSB, que parodia a los partidos políticos de América Latina. Terreros creció en los noventa, cuando MTV era gratuito para toda América Latina y pasaba videos de bandas musicales que llenaban sus canciones de ideas de revolución, pero que no movilizaban a nadie. Por ejemplo, Tom Morello, de Rage Against the Machine, llevaba un sticker con la leyenda “Sendero Luminoso” en su guitarra; y la banda At the Drive-In tenía un sencillo llamado Alfaro Vive Carajo. Pero eran referencias desconectadas de la realidad política de América Latina, eran estrategias de marketing. Y eso es, según Terreros, lo que pasa con la política de América Latina: Se llena de discursos que se vacían de significados. Una de sus obras dentro de la serie Movimiento GRSB es una alfombra confeccionada en Otavalo, que tiene grabada la palabra “Resistencia”. Una resistencia que está en el piso, pero que además está asociada a un objeto de confort. Es la realidad de la política de América Latina, y nuestro país no es la excepción.

Bajada

¿De qué ideología vive la Revolución Ciudadana?

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