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El joven volante Andy Casquete no renueva su contrato con Liga de Quito. La familia de Casquete, que participó en la selección sub 17 de Ecuador que clasificó en marzo al Mundial de la categoría, recibió cuarenta mil dólares de un empresario que dice tener una propuesta interesante para el jugador. A Esteban Paz, directivo de Liga, no le hace gracia. Según Paz, clubes como Udinese (Italia) y Granda (España) estaban interesados en Casquete. Pero además, en Liga sienten que la inversión que hicieron durante varios años en el jugador al final no rinda lo suficiente a la institución por una salida adelantada. Fue un mal negocio para Liga, que ha visto cómo un empresario se le está llevando una promesa juvenil. Pero en general, es un negocio, y se estaba poniendo pesado: los agentes compraban los derechos de futbolistas cada vez más jóvenes. Algunos tenían incluso menos de diez años, cuando sus derechos deportivos valían alrededor de doscientos dólares. Por eso, el día que la FIFA eliminó la figura del agente FIFA y la cambió por la del intermediario, también prohibió definitivamente que terceras personas cobraran por el traspaso de jugadores menores de edad.

Talvez en Ecuador el tema de Casquete es novedoso, pero en otros países, como España, es normal. El antiguo responsable de la cantera del Espanyol, Manuel Casanova, se quejaba alguna vez de que “nos han robado cuarenta jugadores en diez años sin pagar un duro”. Un día, el negocio de los futbolistas jóvenes se volvió enorme. Lionel Messi es el ejemplo más famoso: como el Barca no lo podía contratar cuando tenía trece años, le dio un empleo a su papá, y una excusa para que la futura estrella cambiara su residencia a España. La venta de los derechos de un futbolista está prohibida si no ha cumplido los dieciocho años, pero hay excepciones. Una de esas, es que la familia del jugador cambie de domicilio por razones ajenas al traspaso del jugador. El caso de Messi demuestra que ese reglamento está lleno de fallas. Y con su nueva reglamentación, la FIFA espera desalentar a los cazatalentos que buscan jugadores demasiado jóvenes.

Claudio Campos, ex futbolista argentino y hoy entrenador y director deportivo de River Ecuador, dice que “el problema es que hoy en día cualquiera es agente deportivo”. Son palabras claves. Es como si los agentes de jugadores fueran una mala influencia para los deportistas. Peor si son juveniles, sin experiencia en negocios y capaces de dejarse convencer por sumas que son mucho menos de lo que podrían obtener unos años después. “Los agentes deben conocer muy bien de leyes deportivas y de esa manera constituirse en un apoyo para el jugador”, dice Campos, pero a ratos, la realidad no parece ser esa.

En una entrevista con El Universo, Javier Rodríguez, técnico de la selección sub 17 de Ecuador, contó que en el torneo juvenil de Paraguay, tres jugadores no estaban rindiendo todo lo que podían. Según el entrenador habían sido tentados por un empresario allá. “Ya tenemos experiencia en esto y hay que hablar con los chicos para estabilizarlos”, decía Rodríguez, que también se refirió al caso de Casquete con Liga de Quito. “Por experiencia advierto, ese muchacho se puede quedar… Pero también pasa porque los padres si les dan, por decir, setenta mil, se dejan llevar”. Ahora, nueve jugadores de la selección sub 17 fueron declarados intransferibles por sus clubes, con la intención de que sus futuras estrellas terminen de foguearse en primera de Ecuador antes que lanzarse en una carrera arriesgada en el extranjero.

De jugadores que se quedan –como dice Rodríguez– hay historias todos los días. En 2011, trece mil futbolistas menores de edad fueron a probar suerte en clubes europeos. Trece mil, pero el éxito no está asegurado. Un futbolista marfileño de catorce años, Dungai Fusini, fue encontrado un día durmiendo debajo de un puente. Fusini se había escapado del club en el que entrenaba. Prefería dormir a la intemperie que seguir viviendo como vivía: Su única actividad diaria era el entrenamiento de la tarde. No iba al colegio, no había aprendido ningún idioma y dormía en el sótano de un restaurante. En el mercado del fútbol de pronto se convirtió en un vehículo para el tráfico de niños.

El periodista chileno Juan Pablo Meneses publicó en 2013 el libro Niños futbolistas, donde cuenta cómo es el negocio. Pero Meneses tiene un punto de vista privilegiado: para escribir la historia, él mismo compró los derechos deportivos de un niño chileno de once años. Así, pudo entender cómo se mueven las fichas en el mercado negro del fútbol infantil. Meneses descubrió que las fallas en el reglamento son más que suficientes. Los futbolistas menores de edad solo pueden ser transferidos a un club extranjero en tres casos: Cuando la familia se muda por motivos ajenos al traspaso del jugador; cuando la transferencia se produce dentro de la comunidad europea y el jugador tiene entre dieciséis y dieciocho años, y cuando tanto el jugador como el club están a menos de cincuenta kilómetros de la frontera. Cuando el futbolista cuaja, todos los casos son maquillados para calzar dentro de esas tres excepciones.

Javier Acuña, que hoy juega en el Olimpia de Paraguay, llegó en 2004 al Cádiz, club que en ese entonces estaba en la primera división española. Pero nunca pudo jugar: al club no le creyeron que su madre se estaba mudando a España por razones ajenas al fútbol. Un funcionario del Cádiz dijo molesta que la próxima vez, habría que llevar a la madre días antes para cumplir con el requisito de que el cambio de residencia del menor no se deba al fútbol y asá para pasarse la ley “a la torera”. Según el psicólogo del Cádiz, Acuña se deprimió. Según otro psicólogo, José Antonio Luengo, del Getafe, las posibilidades de triunfar son muy pocas y eso es un elemento de riesgo para el menor. Pero además, ocurre “en edades críticas en el desarrollo de su personalidad”. Es un problema porque el jugador juvenil se transforma en una especie de instrumento que entre los padres, el agente y el club, su libertad puede verse limitada por intereses económicos de otras personas. Cuando Meneses le preguntó al presidente del equipo chileno Santiago Wanderers de qué debía cuidarse para que su niño futbolista no fracasara, la respuesta fue: “Tres cosas: la droga, la polola y los estudios”.

La FIFA ha entendido el tema y le ha tomado el pulso a la lógica empresarial, que de alguna forma convertía al fútbol en un espacio donde podría producirse el trabajo infantil. Por ello, decidió eliminar de lleno el “negocio” de aquel vendedor de futbolistas en crecimiento que no pueden firmar sus propios cheques por no cumplir la mayoría de edad. Dicho en otras palabras, de hoy en adelante los clubes serán los intermediarios directos en los contratos de los jugadores jóvenes, lo que impedirá la mediación de una persona externa. No obstante, en temas deportivos podría haber un vacío para el futbolista, ya que el agente debería ser el llamado no solo a negociar un contrato seguro para su cliente, sino para orientarlo en su camino que está por arrancar. El problema es que cuando un niño hace tres cascaritas con algo de criterio, hay gente –incluso en su familia– que lo empieza a ver como una fuente de dinero más que como una persona con talento.

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¿Por qué la FIFA prohibió que los juveniles tengan agentes?