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Nueve jugadores sub 17 son intransferibles en los clubes de Ecuador. Son parte de los veintitrés que jugaron el Sudamericano sub 17 de Paraguay 2015, donde se clasificaron al mundial de este año en Chile. La medida es nueva: No es la primera vez que Ecuador clasifica a un mundial juvenil, pero sí la primera que lo hace de esa forma: Sumando las dos etapas, la Sub 17 hizo más puntos (17) que las demás, y tuvo la valla menos vencida. En el hexagonal final, quedó tercera, a un punto de la campeona (Brasil, nueve puntos). Pero más que las matemáticas, lo que ha convertido a estos juveniles en objetivo de agentes es la técnica: Los sub 17 juegan en paredes, arrastran defensas en velocidad y saben llegar en el momento justo.

Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay y Colombia sufrieron este juego que es “tan sencillo como preciso”, como dijo un comentarista de Fox Sports mientras narraba el primer gol de Ecuador a Argentina en la primera fecha, que terminó 2-1 a favor del equipo de Javier Rodríguez. Había sido un pase de la muerte que tomó descolocada a la defensa argentina. En la fase de grupos, la Sub se dedicó a eso y a ganar en velocidad. En el segundo partido, Washington Corozo (uno de los cuatro goleadores de Ecuador) no dejó respirar al arquero chileno, que intentaba despejar pero se encontró con el delantero de frente. Era como si Corozo fuera el arquero que va a achicar. Fue el segundo triunfo, un 4-1 hecho a carreras entre paredes, y donde otro hábito empezaba a tomar forma: Antes de que saliera el pase, el jugador que iba a recibir ya corría hacia el destino. Los pasadores la tocaban sin ver, sabían dónde iban a estar sus compañeros. Era como si jugaran según sus corazonadas. Cinco de esas jugadas terminaron en gol. Y ese nivel de conciencia solo tiene un nombre: instinto. De alguna forma, la Sub 17 no había hecho más que volver a lo básico.

De esta selección, el delantero Anderson Naula (Liga de Loja) y el carrilero Pervis Estupiñán (Liga de Quito) ya juegan en la serie A. De hecho, Naula, un flaquito de dieciséis años –el uniforme de la selección aún le queda como disfraz– que en la infancia admiraba al Wipipe Segura, ha marcado ya tres goles en el campeonato ecuatoriano de fútbol de 2015. Igual número hizo en el Sudamericano, tal como sus compañeros Andy Casquete (Liga de Quito), Jhon Pereira (Norte América) y Washington Corozo (Emelec). Pero más que los goles, lo que los vuelve comidilla de agentes son sus toques, tan oportunos como el arquero que ingresa al último minuto para atajar los penales. Del partido contra Bolivia (tercer triunfo y segunda goleada) una jugada sirve para resumir el juego de Ecuador. Andy Casquete llega por la izquierda, y como pronto se le acaba la cancha, empieza a meterse hacia el centro. Los defensas bolivianos retroceden. La repetición muestra cómo se mueven a la misma velocidad. Casquete los empuja. Y mientras cuatro jugadores –un ecuatoriano y tres bolivianos– se mueven desde la izquierda hacia el centro, otro –ecuatoriano– se lanza en carrera en la dirección opuesta. Casquete entonces pone el balón allá a donde ese otro va a estar en tres segundos. La defensa no existe más. En menos de lo que se escribe esta línea, Corozo, el velocista, ya tiene el balón en su poder y se enfila en diagonal insana hacia el arquero. Lo quiere fusilar. La pelota se desvía. Corozo ha corrido tanto que se quedó sin ángulo. La punta del pie del arquero salvó a Bolivia. No es gol, pero es un jugadón. O desde cuándo el que tiene la pelota es el que arrastra la marca. El partido acaba 4-0.

Los equipos clasificados –como Ecuador a esas alturas– se pueden dar el lujo de alinear suplentes. Y eso hace el DT Rodríguez. En el último partido del grupo, contra Uruguay, mandó al banco a varios jugadores, entre esos al arquero Gabriel Cevallos, heredero de las Manos del Ecuador. Es un partido de trámite que los uruguayos ganan 1-0. Pero el desquite está a la vuelta de la esquina. Ese mismo partido se juega en la primera ronda del hexagonal final. Y el resultado sale al revés. Esta vez el instinto le falló a Tello, que puso un pase largo, larguísimo para Casquete hacia el borde del área. Un central uruguayo intercepta el pase, pero cuando se da la vuelta se encuentra con Casquete, que nunca dejó de correr. El pressing es asesino, sobre todo en un lugar donde es tan fácil poner un pase de la muerte. Casquete se la toca a Pereira –no deja de hacer un caño– y el remate cruzado acaba en las redes.

En el segundo partido del hexagonal, Ecuador muere contra un Brasil que patea bien desde afuera. En jugada o a balón parado, no importa. Saben tirar largo. Con 2-0 en contra, la Mini Tri sigue con lo suyo y marca su gol: Pase de Casquete al vacío y disparo de Fabiano Tello en el último segundo –el momento preciso, cuando ya todo está jugado–. La Sub 17 se queda en sus trece, y en sus trece le marca dos veces en diez minutos a Paraguay en la siguiente fecha. En fútbol existe la consigna de pasarle el balón al compañero que no tiene marca, y en Ecuador parece que siempre hay uno de esos. Contra los guaraníes, dos veces es Casquete dos veces: Una en el segundo palo y otra en el centro del área, donde el arquero llega de rodillas a agarrar una pelota que ya no está más. El partido parece liquidado. Sin embargo, los paraguayos confirmaron que 2-0 es el resultado más engañoso: parece lo suficientemente lejos como para aguantar el partido, pero en realidad está cerca, terriblemente cerca, y dos desconcentraciones en la defensa le valen a Paraguay un empate.

Pero ese triunfo que se escapa de las manos es “glorioso”, según Javier Rodríguez, “porque era el que nos iba a permitir coger experiencia y levantarnos, y que ese punto era el que nos iba a clasificar”. El penúltimo partido, contra Colombia, lo confirma. El primer gol llega sin mucho esfuerzo. Un pase largo se le resbala al arquero de las manos y Pereira queda solo con la pelota. Su mérito es estar ahí, no dejar de correr, y poner un tiro suave pero en línea recta que se va al fondo. Colombia empata en un buscapiernas caótico, pero de a poco empieza a perder el control. El segundo de Ecuador es un llegar casi a rastras. Washington Corozo corre tras un pase en profundidad. Solo están él y un defensa. Corozo lo rebasa por fuera y llega a la medialuna, donde la pelota va a caer. Ya no puede seguir de frente, necesita cerrarse. Cuando patea, ha girado sobre su eje, está mirando a la izquierda. Y así, de lado, saca un sombrerito. Tan rápido como preciso, Corozo sigue girando por el envión mientras la pelota cae. Cae adentro. Dos horas después, cuando Brasil le ha ganado a Paraguay, el punto “glorioso” de la fecha anterior separa a Ecuador lo suficiente para ir al último partido, perder con todos los goles de la historia, y aun así clasificar a Chile 2015. Pero no pierde. No recibe un gol siquiera. Empata contra Argentina en un 0-0 que es el primer resultado en blanco de todo el campeonato. Es un trámite. Otro. En las dos etapas, la Sub 17 llegó clasificada a la última fecha.

Esta es una selección que triangula. No tira centros a la cabeza, pone pases al vacío. Arrastra marca con balón. Prefiere tocar al ras del piso. De gente que lanza pases que le llegan con éxito al compañero que vio por un segundo, o que no vio, como si lo presintiera. Pero sobre todo, que corre, y que nunca deja de correr. Como si fuera cuestión de vida o muerte. Como si a los jóvenes seleccionados los dominara el instinto.

Bajada

¿Se puede llegar a punta de corazonadas a un mundial juvenil?