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El nuevo ministro de Cultura de Ecuador, Guillaume Long, es el séptimo en ocupar ese cargo en ocho años. La cartera, creada en 2007 y fusionada en 2013 con la de Patrimonio en una reorganización del gabinete, no es un puesto que aguante mucho a sus titulares. Entre cambios permanentes, el Ministerio ha logrado articular una serie de fondos para las artes y la organización de ferias y festivales. Pero la función de establecer políticas públicas –después de todo, se trata de un ministerio– se ha visto limitada por la ausencia de una Ley de Culturas que delimite mecanismos. Existe un proyecto de Ley, presentado en 2009, pero no ha sido promulgada. El Ministerio necesita –urgente– que cambie el panorama. Al menos, algo de estabilidad. Mientras no haya ley, lo que hay son cuatro ejes estratégicos: Decolonización, derechos culturales, emprendimientos culturales y nueva identidad ecuatoriana contemporánea. Son ejes que se reflejan en la joven Universidad de las Artes, pero que además se ajustan al perfil de Long, un historiador que combate las hegemonías y que se ha convertido en un versado de las transiciones.

En 2009, el Consejo Nacional de Evaluación y Acreditación (Conea) evaluó a todas las universidades del Ecuador, un proceso que concluyó en 2012 con el cierre de catorce instituciones de educación superior por parte del Consejo  de Evaluación, Acreditación y Aseguramiento de la Calidad de Educación Superior (Ceaaces), una especie de evolución del Conea que era presidida por Long. Entre la primera evaluación y el cierre, se promulgó la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES). En 2013 asumió como titular del Ministerio Coordinador de Talento Humano, al que se adscriben organismos como –entre otros– la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (Senescyt), el Instituto Ecuatoriano de Créditos y Becas Educativas (IECE), el Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual (IEPI) o el Ministerio de Cultura y Patrimonio. Y en 2014, fue nombrado paralelamente rector del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN), un sistema de posgrados que se enfoca, sobre todo, en brindar estudios de cuarto nivel a funcionarios. En un año y medio, Long logró que los profesores universitarios con PhD aumentaran al 30% (la Ley requiere 60%), duplicar la cantidad de estudiantes del IAEN y subir su calificación a “B”, recuperar más de cuatro mil piezas arqueológicas ecuatorianas que habían sido traficadas a otros países, y colocar al 27% de los jóvenes provenientes de la quinta parte más pobre de la población a estudiar en Universidades en función de su talento. Es decir, Long tiene resultados. Los que le hacen falta al Ministerio de Cultura.

El Ministerio es un ente informe que ha sufrido de una acefalía intermitente. En promedio, hay un nuevo ministro cada catorce meses. Y eso limita la ejecución, de por sí limitada por la ausencia de la Ley de Culturas. Por ejemplo, Érika Sylva, ministra entre 2010 y 2013, decía en 2012 que no era posible ejercer la rectoría del Sistema Nacional de Cultura mientras no fuera promulgada la Ley, que debe establecer los mecanismos para hacerlo. En esos rumbos, el Ministerio de Cultura prácticamente ha sido aquello que intentaba no ser: una institución eventista, pese a que la misma Sylva decía en 2013 que su función no era la de promover eventos. El de Cultura pareciera un ministerio que va a la deriva, y ha sido un dolor de cabeza para sus titulares. Hay muchas cosas que poner en orden en el ministerio. Mientras, el nuevo Ministro aún no concede entrevistas. Al menos a GKillCity.

Una editorial de diario El Tiempo, de Cuenca, criticaba el hecho de que Long, involucrado sobre todo con procesos de educación, fuera a parar al ministerio de Cultura. En Twitter alguien bromeaba con que Long estaba jugando a las sillas musicales con los ministerios. Pero la designación es coherente. Al menos con los ejes estratégicos del propio Ministerio. El historiador francés de español impecable tiene un discurso decolonial, y suele cargar contra las hegemonías, tanto en su blog y en su columna en diario El Telégrafo, con –entre otras– críticas a Hillary Clinton, como en la vía pública, cuando firmó –en marzo de 2015– contra el decreto de Barack Obama que considera a Venezuela una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Al final, su designación solo podrá significar dos cosas: O logra que se apruebe la –poco discutida– Ley de Culturas y endereza el Ministerio, o engrosará la fila de los ex ministros, algunos de los cuales han interrumpido su vida política, como Erika Sylva, que volvió a dar clases en la Universidad Central, o Paco Velasco, que después de renunciar dijo que iba a dedicar su tiempo a leer.

Y sí, el discurso de Long es decolonial, lo que concuerda con la misión del Ministerio: “Fortalecer la identidad nacional y la interculturalidad”. En ese sentido, la Universidad de las Artes es un termómetro: Uno de sus ejes más anunciados es la pelea que la institución le planta a la mirada eurocéntrica que “domina” las expresiones artísticas en Ecuador. Pero esa visión no deja de ser –al menos– sospechosa. En su ensayo Colonialidad, descolonización e interculturalidad, el filósofo suizo Josef Estermann establece las diferencias entre un discurso colonial “ingenuo” y “celebratorio” versus uno “crítico” y “emancipatorio”. Estermann, conocido por sus estudios en el campo de las teologías y filosofías indígenas de  Abya Yala (“América Latina” en la lengua del pueblo kuna, anterior a la llegada de Cristóbal Colón), se refiere a la interculturalidad y la descolonización en Bolivia (cuyo gobierno es socio ideológico del de Ecuador), donde la actual Constitución menciona 26 veces la palabra “interculturalidad”:

“Ante todo da la impresión de que la “descolonización” fuera un logro y un estado que estuviera a la vuelta de la esquina y que se podría introducir e implementar mediante decreto, cambiando los nombres de las calles, los apellidos de las y los indígenas, exigiendo el bilingüismo a los funcionarios públicos o reemplazando en las fiestas públicas el culto católico por una waxt’a andina. Mientras que la matriz económica, política y social, pero sobre todo los esquemas mentales e introyectos psíquicos quedan enraizados en mentalidades y estructuras coloniales, occidentocéntricas y neo-coloniales, la tan anhelada ‘descolonización’ se convierte en algo de maquillaje y de folclore”.

Es más que probable que Long, un ministro respaldado por los números, obtenga resultados –al menos desde el punto de vista de la eficiencia– al frente del Ministerio de Cultura. Pero el verdadero desafío está en otro lado. Su discurso decolonial le viene bien no solo al Ministerio y sus ejes, sino al gobierno en general: De ahí parte toda una tesis de soberanía nacional que ha seducido a los ecuatorianos. En cierta forma, incluso ha contribuido a convertir a Ecuador en un país gobernable, porque le ha dado identidad. Al menos a un nivel geopolítico, en que el nosotros oprimido le planta la cara al imperio opresor. Pero la identidad no es decretable y la decolonialidad no ocurre a la fuerza. Puede venir quien venga al Ministerio, mientras las artes sean pensadas en función de forjar identidad –y más aún, identidad nacional–, el horizonte –por más cerca que se ponga– no cambia.

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En Cultura, ¿es eficiente el discurso decolonial?