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Ramón Barranco llegó a Guayaquil en 2012. Vino para ser el director artístico del Teatro Sánchez Aguilar (TSA), que estaba por abrir sus puertas. Su contrato duraba dos años, y ahora está empezando el cuarto. El TSA es un teatro enorme. No es el más grande de Guayaquil, pero entre los grandes, es el único que mantiene una oferta continua, y desafía la fragilidad –al menos la que percibimos– del negocio de las artes escénicas.

En 2014, en el TSA esperaban llenar, en promedio, la mitad de los asientos de su sala principal, pero llenaron el 58%. Es talvez una recompensa a los detalles. La institución ha sabido mirar a tiempo hacia otras formas de comunicación, porque saben que los millennials no son precisamente el tipo de gente que se informa demasiado en los comerciales en televisión. En 2014, el TSA colaboró con un estudio de mercado para las artes escénicas en Guayaquil y Samborondón, y entonces descubrieron que si le preguntaban a la gente en la calle por el nombre de siete actores de teatro, el del Francisco Pinoargotti era el único totalmente posicionado. Entonces, se volvió más importante una práctica que el teatro había adoptado poco antes: Después de una obra, los actores salen al lobby a conocerse con los asistentes que se les quieran acercar. Son fragmentos de políticas que han llevado al TSA a sentirse lo suficientemente seguro como para dar otro paso: Desde 2015, las obras de la sala principal permanecerán en cartelera durante al menos tres semanas, algo normal en otros países, pero que en Guayaquil no sucedía mucho por miedo a perder dinero.

Ahora mismo, el teatro está en otra apuesta: el Festival de Otra Música, una serie de conciertos que este año se ha dedicado a dar cabida en su mayoría a músicos jóvenes. Algunos tienen carreras de menos de un año, pero Barranco lo tiene claro. Para él, la calidad de la música, del teatro, o de todo se divide en dos categorías: lo que es bueno y lo que no.

Es la ejecución lo que atraviesa al arte.

Esta es la tercera edición del Festival de Otra Música, que es la propuesta fuerte del Teatro Sánchez Aguilar durante los meses de marzo y abril, que son meses de vacaciones. Entonces, de alguna forma, este es un festival para los que se quedan. ¿Con qué criterios se diseña la programación?

En la mayoría de los países, la temporada teatral suele ir más o menos pareja al calendario escolar. Y de alguna manera este es un poco un festival bisagra entre el final de una temporada y el comienzo de la otra, teniendo en cuenta ese calendario escolar, y que hay muchas familias que toman sus vacaciones. Pero dos meses es demasiado tiempo como para no ofrecer nada a estos públicos que no se van.

Sobre la programación, bueno, su nombre lo dice. Buscamos música que no es habitual escuchar no solo en el teatro, sino en las radios o los canales a los que habitualmente la gente tiene acceso. El año pasado dimos cabida a la música electrónica, y este es el año de los grupos jóvenes. Hay varios. Incluso hay bandas de afuera de Guayaquil, y de otros países. Además, incluimos otras propuestas que van de la mano con la poesía y la pintura. No son sencillas de realizar en otro momento, al menos mientras dura la temporada regular.

A Ramón Barranco es fácil encontrárselo en reuniones de asociaciones de artistas en Barricaña o en muestras de arte en Las Peñas. ¿Tiene eso que ver con la selección de los grupos?

Al margen de que lo disfrute, creo que es mi obligación saber qué está pasando en la ciudad y en el país. Por eso me encuentras en diferentes sitios. Siempre estoy enterado y además tengo la posición correcta para que me avisen de grupos nuevos. Siempre me interesa saber qué es lo que se está cociendo. En este caso vamos a tener cuatro grupos muy noveles, dos de ellos quiteños, los otros de Guayaquil. Son gente que ha empezado el proyecto como mucho hace un año y que ya están ahí, tocando en vivo. Y me parece que el Teatro Sánchez Aguilar es un lugar indicado para abrir la puerta a los grupos más noveles. Y buscando la mejor calidad.

La mayoría son grupos jóvenes, algunos con un año a lo mucho de trayectoria. ¿Cómo los escogen?

Hay varias maneras. Una es intentar estar en contacto con los grupos y managers internacionales. Eso te ayuda a elegir. Tampoco hay que olvidar que justo un poco antes de la primera semana de nuestro festival, en Quito se está haciendo otro, de jazz; en Colombia hay otros festivales ahora. Intercambiamos información. Hay otros casos más específicos. Por ejemplo, el de Daniel Toledo. Es un músico que ya ha tocado con otro músico bien conocido en Guayaquil, Francisco Echeverría. Echeverría me llamó y me habló de él. Que era ecuatoriano, ex alumno suyo, que se fue a Alemania a seguir con sus estudios de música y que ha vuelto; que está instalado en Quito y que es profesor en la Universidad San Francisco. Toledo ha hecho varios conciertos con Piotr Orzechowski, pianista polaco, y Joshua Ehwatley, baterista inglés. Y querían venir a Quito… Entonces, vi el material, y me pareció que el pianista era fantástico.

También vamos a tener un grupo argentino, La Camorra. Llevo un año en contacto con ellos para ver si hacen giras. Yo los escuché hace un tiempo en Buenos Aires, después en Chile y en Bogotá. Ahora me llamó su representante y me dijo que estaban viendo si salir de gira entre abril y mayo. Y hay más artistas. A Munn, por ejemplo, le fui a escuchar a Quito hace tiempo. También está Daniel Merchán, que es un cantante guayaquileño que se intenta abrir camino… Me interesa abrir el teatro a ese público al que ellos se dirigen, quiero que al teatro se le quite el miedo a los chicos de veinte o veintitantos. Yo sé que muchas veces ese temor tiene que ver con el dinero: Un teatro con las dimensiones del Sánchez Aguilar –que es muy grande– es muy visto como para un público mayor, y quiero romper esa barrera.

Sobre esas barreras: Cuando Kiblos, su empresa, llegó en 2012 al Teatro Sánchez Aumento, venían con un contrato de dos años, y ya van terminando el tercero…

Y creo que se va a alargar.

En el tiempo en que abrió el teatro, ustedes dijeron que tendría que pasar un tiempo para que se viera un cambio notable en el consumo de artes escénicas en Guayaquil. Y ahora tenemos al Festival de Otra Música, esa decisión de no parar con la oferta, en un momento del año en que las carteleras de los teatros solían estar cerradas. ¿Qué ha pasado?

Hay un regla en el mercado: Cuando tú ofreces un producto, puede haber consumo, o puede no haber. Pero si no hay producto, nunca habrá consumo. Creo que es lo que ocurría en esta ciudad. No había una oferta para consumir, y por tanto no se consumía mucho. La poca oferta era consumible. Pero el miedo era fuerte. Un productor pensaba, por ejemplo, “voy a hacer cuatro funciones, porque sé que cuatro mil vienen a ver mi espectáculo. Pero no sé si vendrán cuatro mil quinientos”. Y ante ese miedo, todo mundo prefería quedarse con sus cuatro mil, y con esa idea de que cada uno tiene su público y que de ahí no se va a mover. Pero si no le das opción a otro público, ese nunca va a poder ir. Si no hay oferta, no hay demanda.

Sigamos con la selección del Festival de Otra Música: ¿Cómo saben qué grupos son los que quiere el Teatro Sánchez Aguilar?

Hay muchas cosas que definen. Pero sin lugar a dudas, la más importante es la calidad de lo que vamos a presentar. Intento presentar solo cosas de gran sonido, que tienen una buena propuesta, ese ya es mi criterio.

Pero hay formas objetivas de saber que una propuesta sirve o no.

Sí. Y te puedo garantizar que no es mi gusto personal siempre. Soy una persona con unas vistas muy altas. A mí me gusta desde el heavy metal hasta Mozart, pasando pasando por el jazz, blues, o la música pop. Seguramente el pop es lo que menos me gusta, pero me gusta.

¿Y tiene playlists que mezclen esas cosas?

Bueno, algunas cosas. Un profesor de música decía: «Yo tengo un estómago muy grande y me cabe mucha comida». Pues yo tengo un estómago muy grande, pero también una cabeza muy grande y me cabe mucha música. No soy de decir que algo me gusta o no. Pero para mí solo hay dos tipos de música, dos tipos de teatro, y dos tipos de todo: lo que es bueno y lo que no es bueno. Y eso es absolutamente objetivo. Eso no entra en gustos. Además, mi formación es musical: Tengo criterios y argumentos para defender o no defender algo. Pero no busco algo que me guste, sino algo para el público al que me quiero dirigir.

Seamos conscientes de que el público de nuestros café concert normalmente es un público mayor, al que le das un poco de jazz o blues o canción nacional. Pero normalmente no hay un público joven que acuda a nuestros café concert. Por más que hayamos intentado. Para mí sobre todo es una forma de ver y que sea una plataforma para presentar nuevos trabajos. Te hablaba de Daniel Merchán, que está a punto de sacar su primer disco en solitario. Pues bienvenido. O Bueyes de Madera. Es una banda de Quito que propone una música entre el pop y funkie, pero además tienen una puesta en escena con un artista plástico, que trabaja mientras ellos tocan. Ese tipo de propuestas me parecen interesantes para presentar.

Dijo que Hay dos formas de ver la música: Lo que es bueno y lo que no es bueno, ¿cómo saberlo?

Lo que creo en general es que hay buena música y mala música, buen teatro y mal teatro… El hecho de estudiar no dice nada, el hecho de querer hacer no dice nada… El que tiene talento tiene talento. Grupos como The Beatles, en su momento, había bastantes. Pero solo los recordamos a ellos. Igual con los Rolling. Solo son ellos. Luego puedes hacer las cosas bien, mal, todo el que se dedica a una disciplina artística quieren triunfar, pero no todos los pintores son Guayasamín.

Voy a insistir un poco: ¿Cómo sabe cuando la música es buena?

Lo que quiero decir es que normalmente la gente confunde lo bueno con sus gustos. Cuando la gente habla de bueno, no es bueno. Es gusto. Y eso es otra cosa. A mí me puede gustar mucho la música clásica, pero eso no quiere decir que todos los instrumentistas de música clásica me gusten.

¿Tiene que ver con la ejecución?

Sí. Ha habido casos de artistas, que han tenido un pelotazo –como le llamamos en España–, es decir, un gran éxito, pero un año después son auténticos desconocidos. Los que se perpetúan en el tiempo –normalmente el tiempo es la base– son los buenos. Hubo en España un músico que ser llamaba José Vélez. Sacó dos hits. Todos cantaban esas canciones. Pero él casi nunca cantaba en directo, lo hacía en playback. Tiempo después conocí a saxofonista madrileño que trabajó en un estudio donde alguna vez grabó Vélez: Hubo una pasaje que tuvieron que grabar hasta 57 porque no le salía. Eso es malo. No es un buen intérprete. Y hablo de él como intérprete. Otra cosa es que la música que le llegue más le llegue menos a la gente.

Hay intérpretes que estudian mucho, que dejan la vida, pero su resultado artístico simplemente no es bueno. Hay que gente que intenta, pero uno tiene que saber dónde llega. Esa es una de las virtudes del género humano: Ser consciente de cuando no puede dar más. Por ejemplo, en el Teatro se usa la «actor de oficio».  Se trata de un actor con buena preparación, capaz de hacer lo que le pides, pero nada más. Son solo algunos que han sido tocados por esa varilla llamada talento.

Es decir que la ejecución nos atraviesa…

Claro. Y pueden existir ejecutantes, como te decía, de oficio. Por poner un ejemplo fácil, una orquesta de música clásica o música escolástica la componen hasta noventa músicos. No todos ellos son solistas. Eso no quiere decir que sean malos, pero no son lo suficientemente buenos como para defender ellos solos.

Por eso nacieron lo grandes coros: Para suplir la calidad con la cantidad. Talvez los coristas individualmente no sean buenos elementos, pero entre todos se puede hacer que suenen bien. Y con esto no quiero decir que los músicos hechos a base de puro no deban presentarse, Simplemente hay otros espacios. Es como en el fútbol: Hay equipos que están en primera, segunda, tercera o cuarta división. Y los futbolistas juegan en esas divisiones según su valía.

Al principio que el festival de otra música es una especie de bisagra entre una temporada y otra. Es como una necesidad de nunca quedarse sin oferta, estar siempre presente en el imaginario colectivo, que se hable del teatro… Eso, de alguna forma, deriva en el aumento de las asistencias al teatro. En el segundo año, el TSA tuvo menos asistentes, pero en 2014 se recuperaron y superaron con varios miles de espectadores lo que había sido el primer año.

Sí. Ha subido considerablemente la asistencia. Incluso más de lo que esperábamos. Este año hemos llegado a tener en promedio el 58% de la sala llena, y nuestra meta era sobrepasar el 50%. Subimos 17 puntos con respecto al año anterior. Hemos pasado de 29 mil asistentes en la sala principal en 2013 a 38 mil en 2014.

Es más o menos como meter 250 personas más cada semana.

Sí, aproximadamente.

Y eso, ¿cómo se logra?

No lo tengo del todo claro, pero sí sé que se logra con trabajo. Con intentar hacer mejor las cosas para llegar a la gente, de poder dar otros estímulos. Por ejemplo, sabemos que los públicos están cambiado su forma de enterarse de las cosas. Que los nuevos públicos se enteran más por las redes sociales que por la prensa más tradicional con el anuncio del periódico. No podemos dejar de estar en los periódicos, pero sabemos que dependiendo del tipo de proyecto, necesitamos apostar más o menos en la comunicación. No es lo mismo cuando utilizas toda la potencia de la comunicación con la televisión… que cuando no la utilizas. Pero por ejemplo, el público al que nos dirigimos en esta edición del Festival de Otra Música no es el que está viendo la tele a la hora que uno pasa los anuncios, sino el que utiliza los medios actuales, como Facebook o Twitter. Trabajamos en eso, intentamos llegar mejor. Intentamos acertar, porque no siempre se acierta. Aunque parece que vamos en buen camino, porque el público de alguna manera nos comienza a demandar.

Y ahora que hay demanda, se lanzan con un festival que es sobre todo de músicos jóvenes que dura dos meses. En nuestro medio, algo poco habitual.

Woody Allen –y muchos otros– dijo que una de las bases del éxito es la insistencia. Si ofreces un concierto de jazz y solo vienen 20 personas, sería un error pensar que el jazz no le gusta a la gente. A lo mejor no le has llegado a la gente que puede disfrutar jazz. He visto buenos espectáculos equivocarse en la comunicación, y si hubieran tenido otra, podrían haber funcionado. Muchos factores se entremezclan en el éxito. No solo el hecho artístico en sí. Un gestor –como yo– del mundo artístico, lo tiene que tener claro. Cuando alguien tiene oferta, empieza a generar demanda. Y eso lo hemos demostrado. Cuando comenzamos, hacíamos tres o cuatro funciones de grupos internacionales, y me decían que estaba loco.

¿Porque era muy poco?

Para mí es muy poco, pero para la gente era muchísimo. Me preguntaban qué esperaba con tantas funciones. Y es verdad que nos hemos encontrado con salas medio vacías –o medio llenas, como lo quieras ver–, pero también es verdad, y el tiempo nos ha dado la razón, que nosotros estamos apostando ya por diez y doce funciones de cada obra en una sala en la que caben 952 personas. Eso lo hacemos ahora que logramos romper la barrera del 55% de asistencia. Y eso es un logro muy grande.

¿Diría entonces que ha evolucionado el consumo de teatro?

Sí. En algunos aspectos nos hemos adelantado casi un año a nuestras perspectivas. Y eso, sin duda, significa que el público ha cambiado. Además, en 2014 apoyamos a los municipios de Guayaquil y Samborondón en un estudio de mercado sobre compañías, salas y gustos del público. Y en esos gustos nos hemos basado para diseñar nuestra programación. Hemos visto que en general la gente prefiere la comedia. Después de la una semana llena de preocupaciones laborales o familiares, quiere llegar al fin de semana y tener un rato de ocio, de no preocuparse por nada más. Y entonces hemos estado dándole comedia a nuestro público, pero en le medio vamos introduciendo otras cosas. Y las vamos a seguir introduciendo, porque si te desanimas a la primera no llegas a ningún sitio. Si nos quedamos quietos porque la gente se queda quieta, nunca vamos a llegar a ninguna parte.

Es como decir “Te doy lo que quieres, pero toma esto también”…

Exacto. Todos somos conscientes de que la televisión da lo que da porque sabe que es lo más fácil para generar rating. Pero cuando la televisión quiere dar un producto de calidad, insiste. Y aunque no sea una comedia fácil, llega. El TSA también ha ahondado en temas sociales, que queremos que se vea desde el teatro también. Y sin ser comedias, precisamente, como Las burladas por Don Juan, halando de la violencia contra la mujer, o La hacedora de milagros, que habla de gente con capacidades especiales.

De “Confluencias”, como titularon el estudio de mercado que hicieron con las municipalidades de Samborondón y Guayaquil, ¿qué es lo que más le inquieta?

Hay un gran desconocimiento del medio teatral y de sus actores. Y cuando digo “actores”, no me refiero solo a la profesión de actor, sino a los productores, técnicos, directores de arte… Se los desconoce mucho. Peor es que además no se conoce ni a los actores, que son las caras visibles. Una de las cosas que más llama la atención en ese estudio, es que todo el mundo habla de comedia, pero en un porcentaje altísimo, para la gente “comedia” es stand up comedy. Y en stand up comedy, el mayor representante en Ecuador es Francisco Pinoargotti.

Y Pinoargotti no es un actor.

Sin ser actor, tiene dotes de manejo con la gente. Tiene una capacidad bestial para transformarse. Pero a mí me preocupa que pedíamos siete nombres de actores, y era como si fuera el único. De Pinoargotti al segundo hay una diferencia brutal. Y en otros casos, ni siquiera ponían el nombre del actor, sino del personaje.

Como Oswaldo Segura, que nunca dejó de ser Felipe.

Sí. Y está bien identificar a un actor con un personaje, pero no del todo, porque es como limitar en la mente la posibilidad de que un actor pueda hacer otros papeles. Nosotros intentamos romper esa dinámica. En el TSA nos gusta que después de la obra, los actores salgan al lobby y se codeen con la gente. Hay quienes piensan que es muy incómodo. Otros lo critican porque dicen que es solo una estrategia de marketing. Pero el marketing es importante. Es importante que el público conozca a los actores, identifique sus caras. Que sepan que son de carne y hueso. Yo me he encontrado con gente que piensa que un actor es una mala persona porque siempre lo contratan para el papel de malo. El hecho de que la gente conozca a esas personas que suben a escena, que se puedan hacer fotos, que les reconozcan. Porque la próxima vez no vendrán a ver una espectáculo en el TSA, o una obra que dirige Jaime Tamariz, sino porque el que está en escena es en actor que estuvo bien en otra obra, y que entonces lo querrán volver a ver. O que alguien quiera vera otra obra de Calderón De la Barca, José Tamayo o Mario Diament… Por ejemplo, la única autora que hemos puesto en escena dos veces es Yasmina Reza. Y estoy seguro de que nadie sabía quién era Yasmina Reza hasta que Tamariz puso Arte y luego Un dios salvaje

Es otro valor para el teatro.

Si te gusta García Márquez, leerás sus novelas. Te gustarán unas más que otras, pero es García Márquez y sabes que tiene un estilo que no te va a disgustar. En general, las artes escénicas tienen que ser un detonante de curiosidad. No hace mucho fui a ver una obra en Quito. Desde un punto de vista teatral estaba bien. No digo que me emocionó, pero me descubrí a un autor. Y resulta que era un autor de inicios del siglo XX que ya mostraba rasgos del realismo mágico. Y yo salí de allí queriendo saber quién era esa persona que se había adelantado a ese concepto de la literatura latinoamericana. Yo lo desconocía, y con que eso ocurra, me siento más que satisfecho.

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¿Qué lecciones se aprenden en un teatro que vive a punta de insistencia?