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Las leyes de la política, como las de la gravedad, son tan severas como irrebatibles. El péndulo pierde viada. Se vaticina, en su oscilación, un cambio ideológico en Latinoamérica. Retrocedamos brevemente al pasado no lejano. En el 2008, colapsó el sistema financiero internacional. Un temblor de magnitudes sin precedentes en los tiempos modernos, -quizás comparable a la Gran Depresión de los años 30’s-, se dispersa y sacude a nombres importantes de la banca y seguros en las primeras economías del mundo. Durante buena parte de los años posteriores se sintieron sus réplicas, afectando principalmente a la clase media y ensanchando la brecha entre ricos y pobres. Fue necesaria la intervención estatal para evitar el colapso generalizado, salvando las entidades financieras que fueron las responsables de aquel descalabro. La desregulación de los mercados y la ambición desmedida de sus agentes condujo a que el electorado, producto del desasosiego que generó en los ciudadanos la crisis financiera, castigara no solo a un gobierno, sino a un modelo económico que hasta entonces se había demostrado triunfante: el capitalismo –y sus derivaciones más perversas, el neoliberalismo y neoconservadurismo.

El péndulo osciló a la izquierda y despertó en muchos, entre los que me incluyo, el entusiasmo por la posibilidad de cambio. Una sociedad más equitativa, una democracia real que gobernara en función de la gente. En EE.UU, la era Bush abrió la brecha para que el demócrata Barack Obama y su Yes We Can ganase las elecciones. Simultáneamente, surgían distintos movimientos espontáneos, de carácter apolítico, liderados por ciudadanos. Islandia fue el primer país en declararse insolvente y el primero en cuestionar el sistema imperante. Aplicando una formula de democracia directa, mediante foros que captaban los reclamos y sugerencias de los ciudadanos se gestionó, desde la intervención a los bancos afectados hasta la reforma de la constitución. Occupy Wall St., en Nueva York, unió a un amplio espectro de ciudadanos e intelectuales contra la desigualdad volviéndose germen de otros movimientos que mimetizaron en varias ciudades el lema #occupy. Los Indignados de la Plaza de Sol, en Madrid, adquirieron proporciones masivas y se granjearon el aprecio de muchos españoles, catapultándose posteriormente a la palestra política (Podemos). Se había creado una nueva especie de políticos, surgida desde la sociedad civil, que aunaba el sentir de la gente y proponía una emancipación de la hegemonía de los poderes corporativos, opresores e injustos que habían demostrado tener demasiada injerencia sobre los Estados. El quid de la cuestión estaría en como el rápido esparcimiento de esa idea de subvertir el sistema y crear un nuevo orden, beneficiaría enormemente a movimientos emergentes de izquierda que harían del descontento generalizado el pilar fundacional de sus propuestas electorales. La revolución comenzaba.

Ante aquellas circunstancias globales, la izquierda en Latinoamérica tuvo terreno fértil para resurgir. Los efectos de la crisis tuvieron un impacto menos fuerte en la región, pero el resquemor y desconfianza hacia las políticas de salvataje de la banca de varios gobiernos persistía. El término derecha –o la noción que se le asociaba– estaba denostado. La derecha se convirtió en la abstracción contra la que dirigir los ataques por lo males ocasionados. El neoliberalismo personificaba el enemigo visible, el oponente concreto y dotaba de sentido el discurso político con retórica reivindicadora. Ello trajo renovación y contribuyó a ventilar el olor a naftalina de la vieja izquierda que no conseguía levantarse del letargo académico teórico en el que se hallaba. El otro elemento que potenció el resurgir de la izquierda latinoamericana, fue sin duda la paradigmática figura de Hugo Chávez, quien cumplió un rol trascendental en la región, como avalista y –en muchos casos– auspiciante directo de nuevos nombres en el tablero político.

Contra todo pronóstico, la salud económica de la que gozó Latinoamérica en los años posteriores a la crisis proyectó al continente como un importante actor en la escena global. Estados Unidos y Europa perdían la hegemonía en Occidente y los lazos comerciales y políticos con China, Irán, India y Rusia proliferaban con la rapidez que se sucedían las visitas oficiales y la firma de acuerdos. No soy proclive a usar la palabra “nunca” pero me atrevería a decir que nunca se había consolidado una izquierda tan organizada, cohesionada y con una agenda afín en la región. Nestor Kirchner en Argentina, Lula da Silva en Brasil, Lugo en Paraguay, Mujica en Uruguay, Evo Morales en Bolivia, Ollanta Humala en Perú (aunque se probaría un caso diferente), Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua y por supuesto, los hermanos Castro en Cuba, conformarían el bloque socialista.

Tamaña oportunidad de la que dispuso la izquierda para probarse eficaz y proactiva, generadora de cambio y prosperidad duradera. Una izquierda que ciñéndose a sus fundamentos teóricos, debió aportar mejores condiciones de vida a quienes pueblan un continente que –a pesar de los índices de crecimiento que reflejan las estadísticas– continúa siendo uno injusto e inequitativo, con una base de pobres que siguen muy pobres y marginados. Coyunturas como estas no serán fáciles de conseguir nuevamente y quizás no se repitan en cien años. Gobernantes con mayorías absolutas. Una masa popular que aportó el condumio democrático para sucesivas re-elecciones o, en su caso, la continuidad de sus partidos. Institucionalidad y poderes del Estado copados. Constituciones elaboradas ad hoc, o reformadas ad hoc con el beneplácito  de organismos internacionales como la OEA. Precios extremadamente favorables de materias primas –el petróleo encabezando la lista. Acceso a fuentes de crédito alternativas frente a los demonizados FMI, BM, BID. La lista es larga y puede particularizarse en cada país de ser el caso, pero a grandes rasgos, lo que pretendo señalar es que para la izquierda latinoamericana soplaron vientos favorables sin embargo no supieron aprovecharlo. Basta examinar la prensa “corrupta, al servicio del imperio” –dirán–, para comprobar el estado precario en que se hallan hoy algunas de las economías mencionadas, entre otras la nuestra. Argumentaran quienes profesan el credo aliancista, que se trata de mentiras y que la revolución ciudadana ha traído mejoras substanciales. Sería absurdo negar que hubo aciertos e inversión en sectores estratégicos como el cambio de matriz energética o infraestructuras. No obstante, la factura política llega después de el festín de excesos. Años de bonanza dilapidados. Corrupción rampante y casos escandalosos de impunidad. Nepotismo. Represión. Censura. Populismo.

Rafael Correa en Ecuador acaba de aplicar un paquete de medidas económicas para palear la crisis por la acuciada caída en los precios del petróleo. Salvaguardas arancelarias de hasta el 45% se aplican sobre el aranceles pre-existentes e IVA, incrementando el valor de 2800 partidas. Medidas como ésta obstaculizan el libre  comercio además de incumplir acuerdos con países vecinos y miembros de la CAN. La hermeticidad favorece mercados cautivos donde la competencia es limitada, los precios suben y no hay incentivos para mejorar calidad o invertir en nuevos desarrollos. Las economías centralmente planificadas historicamente han se han demostrado incapaces de satisfacer las necesidades de los individuos.

Tras ocho años de gobernar cómodamente gracias a la bonanza petrolera, el mandatario se encuentra en problemas para sostener la dolarización –o propulsar subrepticiamente su caída  (ver en este y este link). El Estado no puede seguir inyectando recursos públicos a la economía como hacía antes. La proliferación de Ministerios, el vultuoso número de funcionarios públicos (más de medio millón según fuentes del BCE), el elevado gasto en propaganda, así como la continuidad de faraónicas obras como Yachay o la Refinería del Pacífico se vuelven insostenibles para un gobierno que basó su economía en un sistema extractivista. El número de concesiones mineras y la apertura de nuevos blóques petroleros, así como la decisión de explotar Yasuní lo atestiguan. Se ha desalentado al sector productivo, asfixiándolo con cargas excesivas y regulaciones –reformas laborales, código, certificados de calidad COMEX–, obstaculización mediante excesivos trámites burocráticos, constante modificación de normativa y reglas de juego. Es tan extenso que podría escribirse un solo artículo sobre todo aquello.

La noción de crecimiento y bienestar que se percibió durante los últimos años se sustentaba sobre bases frágiles y volátiles como el precio de nuestro principal commoditie, el petróleo. Ante este panorama adverso y con la implementación de medidas impopulares, se han convocado marchas para el 19 de Marzo en varias ciudades del Ecuador.

Por toda Latinoamérica, la izquierda pierde terreno. Las calles de Venezuela se encuentran nuevamente tomadas por manifestantes. Un año después de las masivas protestas estudiantiles el listado de presos políticos, o “políticos presos” como los denomina el régimen, siguen engrosando las listas. El líder opositor Leopoldo López cumple un año de encarcelamiento en una prisión de régimen militar. La misma suerte ha seguido el alcalde de la capital, Antonio Ledezma, privado del debido proceso y las más mínimas garantías judiciales. Maduro se acaba de arrogar poderes especiales para gobernar mediante la aprobación de una ley que autoriza el uso de las fuerzas armadas contra los manifestantes. El resultado; otra vez muertos. El desabastecimiento, la inseguridad y la violencia constituyen el día a día del venezolano. Argentina, una nación en crisis crónica, por costumbre más que voluntad, ha perdido el vértigo de vivir al borde del default. En octubre, tras no haber podido reformar la constitución, se prevée el fin de la dinastía kirchnerista. En Brasil, miles de personas marchan en varias ciudades contra Dilma Rouseff en protesta por la inflación, la subida de tasas de intereses, el creciente desempleo y el descomunal caso de corrupción en Petrobras, que empaña a varios miembros del Partido dos Trabalhadores. El comandante Ortega, en Nicaragua, nombra canciller a su esposa y asesoras a sus dos hijas. Su hijo mayor, Rafael, asiste a la reciente Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, con rango de ministro.

Para perjuicio o decepción de muchos, la izquierda latinoamericana ha fracasado. Sus líderes no fueron capaces de materializar la tan añorada revolución, entendida como un cambio fundamental en las estructuras sociales y de poder, habiendo dispuesto de todos los medios materiales para lograrlo: continuidad en el tiempo, mayorías democráticas, financiación. Sucumbieron al poder seductor del capital traicionando los ideales que representaban y por los que fueron electos. En su lecho se reprodujo una casta de boliburgueses que gustaban de lujos, viajes, viáticos, choferes, asistentes, copiosos sueldos; prerrogativas que no conciliaban con el ideario socialista y que cada vez se hacían más excesivas entre los miembros de las huestes oficialistas. Mientras, a la base popular se la contentaba con estrategias populistas y propagandísticas que en modo alguno significaron una mejora cuantitativa en la calidad de vida de los ciudadanos.

Después de la crisis del 2008, el discurso político de la izquierda se nutrió del descontento generalizado en la sociedad pero fue incapaz de proporcionar mayor equidad a unos pueblos históricamente castigados por las desigualdades. La glotonería y la sed de poder no distinguen de ideología y envenenan a quien ostenta posiciones privilegiadas. Pepe Mujica, es quizás uno de los pocos hombres que obró consecuentemente con lo que predicaba, llevando una vida austera y al servicio de su gente.

La alternancia es ley física y el péndulo volverá a oscilar. Un momento histórico para la izquierda concluye, esperemos que pacíficamente, aunque en Venezuela, como en Cuba, mediante la represión y el uso de la fuerza se está impidiendo la transición. Habrá tiempo para evaluar y mirar en retrospectiva los logros y desaciertos de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica pero todavía queda mucho por revelarse, muchos desencantos por asimilar. 

Bajada

¿Se terminó el tiempo de la izquierda en América Latina?