El blanco copete de Alexis Mera es solo la punta del iceberg del machismo institucional en el Ecuador. Después de que el Secretario Jurídico de la Presidencia dijera en una entrevista a diario El Comercio que las mujeres deberían retrasar su vida sexual y la concepción para que puedan terminar una carrera universitaria, se quedó solo. Las tres femeninas cabezas de la Asamblea Nacional discreparon públicamente con él, la directora del Plan Familia Ecuador aclaró que esa no era la posición oficial del gobierno, y el propio presidente Rafael Correa lo desautorizó. Mera ha quedado marcado, pero la marca que lleva es injusta: su declaración sincera no es aislada, sino que es parte del coro de los hombres que nos gobiernan, que tanto desconocen –y temen– a las mujeres.

Vivimos en un país en el que el Estado desprecia a las mujeres. Mera lo sabe, y es probable que sea algo casi inconsciente. Por eso habló con tal candidez, con tanto desconocimiento. Hace casi un año la Superintendencia de Comunicación (Supercom) ecuatoriana sancionó a diario Extra por publicar una foto de una modelo en ropa interior bajo el titular ¡Tremenda potra, carajo! Durante el proceso, llamó a declarar a la mujer que había posado para las fotos, la colombiana Claudia Hurtado. A la Supercom no le importó que ella testificara que su deseo era aparecer en la portada y que no se sentía vulnerada. La Supercom prefirió un informe semiótico que sugería que la composición de la portada era discriminatoria: “Debajo del texto ‘Tremenda Potra Carajo’ está una publicidad del Pozo Millonario con una leyenda que reza ‘atrévete a soñar’, frase que se asocia por metonimia al cuerpo de Claudia Hurtado. ‘Pozo’, connotación económica; ‘¡Atrévete a soñar!’, atrévete a tener una mujer como Claudia Hurtado; es decir, la relación estatus económico-acceso o alcance a una mujer como la de la portada”. Parece más el intento de unos adolescentes de encontrar mensajes satánicos en el reverso de un CD de Nirvana.

El absurdo no quedó ahí. La misoginia estatal se reveló de cuerpo entero cuando el Superintendente de la Información, Carlos Ochoa, tuiteó con la misma candidez que Mera respondió al Comercio. “¿Permitirían aquellos y aquellas que critican la resolución sobre Extra que sus hijas, hermanas, esposas posen así en el diario?” Ochoa, transparente e indignado, dejaba claro que para él los hombres siguen mandando sobre los cuerpos de las mujeres. Para uno de los miembros del Consejo de Regulación y Desarrollo de la Información y Comunicación, no importaba si Hurtado había dado o no su consentimiento, sino qué era lo que los lectores de diario Extra interpretaban cuando veían la imagen. Lo importante no parecía ser que una mujer adulta, de forma libre, haya elegido hacer con su cuerpo lo que le diera la gana, sino si los lectores de diario Extra seguían con el onírico revuelo que Claudia les causaba.

Cuidar a las mujeres de sí mismas parece una consigna estatal. Un spot de la Secretaría Nacional de Comunicación (Secom) le recomendaba a las mujeres que no tomaran demasiado. “El consumo excesivo de alcohol puede quitarte el control de tu vida”. O más claro, si te emborrachas y te violan es tu culpa: Todo lo que te pasa es tu culpa, por puta. O como dice Alexis Mera en la entrevista de El Comercio, con eufemismos: se dejan violentar.

Pero, valga la insistencia, Mera no es el único. En enero de 2014 circuló un correo que supuestamente le escribió al presidente Correa en el que se habría referido a las asambleístas que estaban a favor del aborto en casos de violación como “las mal culeadas”. Mera nunca desmintió la veracidad del correo. Como si no tuviera tiempo de atender cuestiones menores, como si las quejas de las mujeres se redujeran a la solvencia de sus machísimos amantes. Correa tampoco dijo nada al respecto. Podríamos darle el beneficio de la duda: digamos que jamás se enteró. No importa. Unos días antes, esas mismas asambleístas habían insistido en incluir la despenalización del aborto por violación en las discusiones del Código Orgánico Integral Penal, y Correa pidió que se las sancionara. Es un acto de deslealtad política, dijo. Las asambleístas, tan vocales y contundentes contra Mera por su entrevista, prefirieron callar.

No ha sido el único gesto machista de Correa en su gestión. Hace poco, circuló por Internet un vídeo en los que se lo veía bromear sobre los vicios que Raúl Castro le había enviado como regalo por su cumpleaños: ron y habanos. “Sólo faltaba que salga la mulata de la caja”.

En otro, pide la importación de la virreina de Monterrey, y su traductor al quechua le contesta: “No hace falta importar, presidente. Producto local bueno es.” En diciembre de 2011 dijo en un enlace ciudadano “yo no sé si la equidad de género mejora la democracia, lo que sí es seguro es que ha mejorado la farra impresionante. Ha mejorado el buen vivir porque se arma una farra”. Como Ochoa, como Mera, Correa se toma a las mujeres por la altura de la falda, lo torneado de su pierna, lo obsecuente de sus silencios.

Ya lejos de la broma, Correa ha insistido en su conservadurismo tan macho. En marzo de 2015, tuiteó retórico y horrorizado “¿qué le dirían a una adolescente de 12 años que va a pedir anticonceptivos a un centro de salud?” Silvia Buendía y Verónica Potes ensayaron una respuesta: “Es curioso que Correa usara el ejemplo de una niña y no de un niño. Quizás pensó que era mucho más desvergonzado que esta infantil trasgresora de la moral fuera mujer. Mujer”. Después, lanzaron números de escalofrío: según la propia Fiscalía del Estado, de las 671 sentencias por violación que se dictaron en 2014, el 98% ocurrió dentro del círculo familiar. Según ese mismo reporte, se denunciaron 271 violaciones a niñas en escuelas y colegios. Y según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), en 19 de las 24 provincias el suicidio es la primera o segunda causa de muerte de adolescentes entre 10 y 19 años. Las tres primeras causas de suicidio de esos jóvenes estaban asociadas con las depresiones causadas por violencia, embarazos precoces y relaciones amorosas. Hay una realidad que no ha cambiado en el Ecuador: este es un país de hombres que odian a las mujeres.

Ya volverá a decirnos el Estado que el Ecuador es el segundo país con mayor equidad de género en América Latina, según un informe elaborado por el Foro Económico Mundial. El presidente Correa recurre a esa calificación para felicitarse. Sin embargo, según Lisette Arévalo en Ecuador: igualdad de género a medias, de acuerdo al Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014 del PNUD, el 41% de las mujeres ecuatorianas ha sufrido maltratos. Esa cifra, elaborada con datos de 2004, era inferior al 60% que mostraba el censo del INEC en 2010. Y en 2014, según el Ministerio del Interior, de un total de 179 muertes violentas de mujeres, 97 fueron femicidios. Es decir, el 54%. “En otras palabras” –dice Arévalo– “las cifras no reflejan que el panorama haya mejorado”. Correa lo sabe. Por eso dijo que los cambios en la igualdad de género eran solo formales, y que el cambio cultural estaba aún lejos. Arévalo continúa el análisis de la mera –no es un juego de palabras– formalidad del cambio: el gabinete ministerial está compuesto de 36 puestos: una vicepresidencia, tres secretarías del Estado, cinco secretarías nacionales, seis ministerios coordinadores y veintiún ministerios. “De acuerdo al organigrama estructural de la página de la Presidencia de la República, solo diez mujeres lideran los cargos. Es decir, el 27.7%, y no la mitad, como decía el Presidente”. El bloque legislativo de Alianza País tiene noventa y nueve asambleístas: 48 son mujeres y 51 son hombres. Por lo tanto, en el bloque AP, el 47,52% está conformado por mujeres y no el 55%. A inicios de marzo de 2015, el Comité de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Discriminación contra las Mujeres (CEDAW, por sus siglas en inglés), le recomendó al Ecuador despenalizar el aborto por violación e incesto. La misma sugerencia que las asambleístas de Alianza País debieron callar para no ser acusadas de traición. El machismo inveterado que nos atraviesa enteros, revela que ser mujer en Ecuador sigue siendo una cuestión muy jodida.

El iceberg del machismo institucional sigue resquebrajándole el casco al Ecuador. No solo desde el gobierno central. El alcalde de Guayaquil Jaime Nebot descalificó a Viviana Bonilla, su contendora oficialista en 2014: “A todos nos encantan las mujeres jóvenes y bellas, pero este no es un concurso para ser reina de Guayaquil”. Ya en 2002, Gloria Gallardo –hoy de vuelta en el redil municipal– había llamado a machista su administración. En enero de 2015, Nebot le recomendó a la ministra de Transporte cuidar lo que come. “Una dama tan agraciada debería ingerir menos colesterol, a veces produce mareo y desvarío”. Otra vez: el físico por sobre los argumentos, lo superfluo sobre lo sustancial. Otra vez, tan parecido a Alexis Mera.

Mera se metió en este enredo solo. Por diligente, se puso a hablar de una materia de la que está claro no sabe nada –voluntarismo incompetente, según él mismo contó que Correa llamaba a esos excesos serviciales–. Y solo se ha quedado, sin el favor presidencial, ni el espíritu de cuerpo a que nos tiene acostumbrada la política ecuatoriana. Pero que Mera sea el solista de turno en esta opereta triste que el Estado ha decidido cantar sobre las mujeres, no puede hacernos olvidar de que la misoginia, el machismo y el denuedo público de lo femenino siguen siendo una parte fundamental del Ecuador. Se proyecta en los políticos que elegimos, y que luego permean sus fanatismos y taras a las instituciones que dirigen. Ese es el iceberg completo con el que se estrellan las mujeres en este país.

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¿Qué tan machista es el gobierno del Ecuador?