El automotor es una disciplina costosa. Por cada gran escudería de Fórmula 1 como Ferrari o McLaren, que han podido prosperar y financiarse en base a sus destacados resultados en pista, existen dos o tres equipos que necesitan ingeniárselas para costear la empresa de pertenecer a la categoría máxima. Entre esas soluciones “ingeniosas” está la de contratar a un piloto no por su talento, sino por la cantidad de patrocinadores que este traiga consigo. No todos quienes cuentan con el apoyo de una corporación a lo largo de su carrera juvenil restan calidad a la parrilla (como Sebastian Vettel y Red Bull) ni hablamos de un fenómeno reciente (el gran Nikki Lauda sacó un préstamo para comprar su primera butaca en los setentas), pero el panorama actual es bastante desalentador para aquellos jóvenes astros del volante que no cuentan con un paquete de patrocinio para respaldar su currículum. Y se pone peor.

Si bien un piloto de trayectoria ganadora puede entender que alguien ligeramente menos talentoso, pero bien patrocinado, obtenga una butaca o un asiento como probador, es una píldora de cianuro que el equipo Lotus haya decidido contratar este año a un “piloto de desarrollo” que no ha ganado una sola carrera profesional en su vida. En su periplo de tres años por la GP3 (categoría de autos monoplaza preparatoria para la F1), este piloto no obtuvo un resultado mejor que la decimoséptima plaza. No cosechó un solo punto entre 2012 y 2014, pero viajará a los Grandes Premios como piloto de una escudería oficial, entrenará en el simulador de Lotus y con algo de suerte probará el auto en alguna sesión oficial mientras otros más merecedores verán el mundial por la TV. El piloto es en realidad una piloto y se llama Carmen Jordá, española de 26 años.

Su contratación podría ser interpretada como una ruptura con las convenciones que han mantenido a las mujeres fuera del deporte automotor. Como si el equipo Lotus intentara inspirar a nuevas generaciones de niñas para que persigan sus sueños aun cuando estos desafíen las expectativas de la sociedad. Podríamos, pero seríamos extremadamente incautos. La española es una modelo con un título de trabajo eufemístico. Está ahí únicamente para generar ruido mediático y quizás proyectar una imagen más favorable y abierta sobre el equipo y el deporte en general.

Palabra clave: imagen. Jordá ha demostrado sobre la pista que no posee ni el talento ni el potencial para llegar a pilotar en un Gran Premio. Ella lo sabe y el equipo también. Y sin embargo, el comunicado oficial habló de “un camino” hacia una butaca a futuro. Sería sexista no darle la oportunidad por ser mujer, pero dársela exclusivamente porque es mujer también lo es. Insinuar que una persona sin talento –que está ahí exclusivamente para la foto– está generando alguna clase de cambio de cultura es llevar el insulto a la inteligencia a otro nivel.

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Cuando Lewis Hamilton iba a debutar, hubo muchas expectativas proque era el primer piloto negro en correr un Gran Premio. El hoy bicampeón del mundo demostró que el vetusto y anticientífico concepto de la “raza” no es un limitante para ser un gran piloto. Pero no lo hizo arrastrando un currículum penoso y con su color de piel poco habitual en el paddock como única carta de presentación. Lo logró midiéndose y ganándole a otros grandes del volante como Fernando Alonso, Vettel y Kimi Raikkonen. Si la intención es demostrar que el sexo no es un limitante para triunfar en la máxima categoría, hay mejores maneras que las de poner en un rol mínimo a una mujer sin talento que ni siquiera califica para una superlicencia y llamarlo progresismo.

 

El de Jordá no es el único caso de mujeres que llegan a la F1 por razones totalmente ajenas a su capacidad al volante. La escocesa Susie Wolff se convirtió en piloto de pruebas de Williams en 2012. Curiosamente, su esposo, el actual director de Mercedes, Totto Wolff, era accionista de la escudería. Desde entonces ha participado en dos entrenamientos libres en Grandes Premios en 2014 y la escudería ha confirmado que volverá a tener la oportunidad de rodar en dos fines de semana de competencia al igual que en dos sesiones de prueba. ¿Hay razón para pensar que su ascenso a la máxima categoría no estuvo conectado a su esposo? Al igual que Jordá, nunca ganó una carrera profesional antes de subirse a un bólido de F1 y en siete temporadas en el campeonato alemán de turismo apenas cosechó 4 puntos.

Si se tratara de un hombre sin talento que llega a la F1 por patrocinio o conexiones familiares quizás no habría tanto ruido y se consideraría “el negocio como siempre”. El problema es que si ese fuera el caso, los equipos no estarían alardeando de estar promoviendo la igualdad o un mundo más justo. Jordá y Wolff son parte de una peligrosa tendencia que para bien del deporte debería cambiar su enfoque hacia mujeres que desde una temprana edad muestran talento y necesitan apoyo para desarrollarlo. Es cierto que en un mundo dominado por la testosterona, pensado por y para hombres, el acceso se le puede dificultar a las mujeres, pero al pensar por un segundo que tirar migajas con motivos netamente publicitarios está haciendo una diferencia, somos todos parte de una gran mentira. La primera campeona de F1 no estará inspirada por Jordá y Wolff, se mirará en el espejo de los grandes de la historia y buscará que la comparen con Ayrton Senna y con Alain Prost.