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Rápido pierde la cabeza Rafael Correa, presidente de Ecuador, cuando hablan públicamente de él. Sus ocho años de gobierno han tenido un fuerte componente de guerra contra la prensa. Cada sábado, durante su enlace ciudadano, dedica una –o varias– secciones a atacar a las notas de presa que critican su gobierno. Los articulistas y entrevistadores de los medios privados hablan de Mashi Rafael –como se autodenomina en Twitter– como un mandatario que reprime la libertad de expresión. A finales de enero, el Mashi emprendió la guerra contra los críticos de otra trinchera mediática: Las redes sociales. Sobre todo contra la página de humor Crudo Ecuador. Aquello le valió una burla internacional en el programa Last Week Tonight, dirigido por el comediante inglés John Oliver. Oliver dice algo que es cierto: Si el presidente Correa es “tan sensible, entonces las redes sociales no son” para él. Pero siempre hay –y esto es algo que la prensa ecuatoriana no acaba de entender– otro lado de la historia. Desde que llegó a la presidencia, los medios privados no dejaron de adoptar una postura de oposición que no siempre estuvo sustentada.

A inicios de 2008, Raúl Reyes –antiguo número dos de las FARC– murió en un bombardeo del ejército colombiano en Angostura, una zona selvática al norte de la provincia de Sucumbíos. El Mashi se fastidió, y con razón. Una incursión militar en el país sin el consentimiento del gobierno es una falta a la soberanía. Ese episodio llenó la prensa durante semanas. Fernando Checa Montúfar, ex director de Ciespal, publicó un estudio sobre la cobertura que recibió el caso. Ahí, medía los enfoques: El segundo eje más utilizado en las notas era la supuesta relación del gobierno de Rafael Correa con las FARC. Las supuestas –como apunta Checa– computadoras de Raúl Reyes, halladas en el campamento, eran la principal fuente para sustentar esa relación. A veces, eran la única. A esa práctica, el diario El Tiempo de Colombia lo considera una enfermedad: el unifuentismo.

Faltaban días para las elecciones generales de abril de 2009, cuando el gobierno ecuatoriano compró un 75% de los bonos 2012 y 2030. De alguna forma, Correa estaba cumpliendo con una promesa de campaña: En 2006 hablaba de una deuda ilegítima que había que dejar de pagar. La ministra de Economía de ese entonces, María Elsa Viteri, decía que Ecuador había ahorrado un 70% de los más de tres mil millones de dólares que constituía esa deuda. Pero desde que en diciembre de 2008 el gobierno anunciara la medida, los expertos –de la oposición– saltaron. En grandes espacios en la prensa, decían que era una decisión más política que económica. Pablo Lucio Paredes explicó que Ecuador iba a salir bien de la renegociación, «pero luego de veinte años nos preguntaremos por qué el país no se ha desarrollado…”. Según Paredes, Ecuador iba a perder credibilidad cuando aplicara a líneas de crédito. Finalmente, esas líneas empezaron a salir de China. Aún queda por ver cuál es la naturaleza de esos préstamos, pero no deja de ser curioso el espacio que tenían esas críticas: En los primeros meses de su gobierno, el Mashi era criticado por pagar a tiempo las cuotas de la deuda, porque en su campaña había dicho que era ilegítima. Los medios siempre fueron un agente de oposición.

A los entrevistadores de los informativos televisivos de la mañana les pasa algo parecido. Arduino Tomasi cuenta cómo Alfredo Pinoargote, de Contacto Directo (Ecuavisa), es incisivo y ácido con el gobierno nacional, pero al alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot –uno de los políticos de oposición más importantes de Ecuador– lo llama “sobreviviente glorioso” de la desaparición de los grandes partidos que dominaron la política en el país durante los veinticinco años anteriores a Correa. Lo criticable ¬–decía Tomasi– no es tomar posturas, sino que “esas posiciones anulen el carácter crítico del entrevistador”. Otra que suele saltarse la postura crítica es María Josefa Coronel, entrevistadora de Los Desayunos (Teleamazonas). En 2013, por ejemplo, tuvo una entrevista con Peggy Ricaurte, candidata a asambleísta del Guayas por PAIS, partido del gobierno. Coronel abordaba la fase de activista de Ricaurte, que en la coordinación zonal del MIES había promovido –entre otros– los derechos de las mujeres. Mientras alababa la labor de Ricaurte, Coronel soltó la pregunta:

–¿Usted cree que la política en Ecuador está infectada de machismo?

–Indudablemente –dijo Ricaurte–. Y no solo aquí, en el mundo entero.

–Pero me refiero a este gobierno –repreguntó Coronel–: ¿en Alianza PAIS no hay machismo?

Ricaurte respondió que había muchas mujeres en cargos visibles en los ministerios y que esas mujeres eran responsables de una serie de proyectos del Ejecutivo. Pero la pregunta se hizo por tercera vez:

–Con todo respeto: ¿Este gobierno no es machista?

La candidata negó de nuevo que el gobierno fuera machista. Y todo lo que obtuvo fue una sonrisa de cortés incredulidad de la entrevistadora. Coronel ni siquiera echó mano de una desafortunada frase del Presidente en enero de 2013: “Yo no sé si la equidad de género mejore la democracia. Lo que sí es seguro es que ha mejorado la farra impresionantemente”. No hubo sustento con cifras, ni datos ni hechos. Todo lo que hubo fue una sonrisa que no le creía nada.

El ex director de opinión de diario El Universo, Emilio Palacio, había publicado dos años antes –en 2011– la famosa columna No a las mentiras, donde aseguró que Correa podría ser llevado en el futuro a una corte internacional “por haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente”. Una injuria calumniosa a todas luces, era la imputación de un delito. Sin pruebas. Y entonces pasó lo que iba a pasar en algún momento: El Mashi perdió el control: Demandó –con motivos– por injuria a Palacio y a El Universo. Era como si hubieran cruzado un punto de no retorno. Era como la estrella de una sucesión interminable de críticas gratuitas. Pero la indemnización que pidió Correa –ochenta millones de dólares– era descomunal. Parecía que el Mashi –un hombre de poca paciencia–había perdido la razón.

Los cuestionamientos al presidente de la República se los puede hacer por varios frentes. Pero pareciera que hay una consigna: Se los hacen por todo. El último gran ejemplo fue la crítica a la campaña turística #AllYouNeedIs Ecuador, pautada en el Super Bowl y en otros espacios televisivos de Estados Unidos a un precio de 3.9 millones de dólares. La oposición –y los medios privados– se quejó de la cantidad de dinero invertido para transmitir el comercial, en un momento en que el barril de petróleo está en su precio más bajo desde que Correa asumiera la presidencia en 2007. Martín Pallares, editor multimedia de El Comercio, publicó el 12 de febrero de 2015 una columna titulada En el reino de los CREATIVOS. Ahí dijo que a dos semanas de pautar, los resultados del spot en el Super Bowl “lucen tristes”. Aquello lo llevó a esta reflexión: “Decir que el comercial fue plata botada sería impreciso. Claro, eso depende de si el interés es turístico o… político”. Dijo eso cuando no es posible medir los resultados en turismo a solo quince de publicar el comercial.

Además, como explicaba Matthew Carpenter, el Ministerio de Turismo aprovechó el hecho de que #AllYouNeedIs Ecuador era la única campana de turística en el Super Bowl “para ganar injerencia sin tener que competir con otras marcas dentro de la categoría”. En ese sentido, Carpenter remataba diciendo que esas críticas son una muestra “del deseo de ver fallar un proyecto que beneficia al país entero por simple animadversión política”. Y ese es el síntoma.

La de Rafael Correa con la prensa es una historia de amor/odio: Ambos se nutren entre sí al tiempo que se atacan. Siempre con pica, a veces con injusticia. Pero hubo un momento en que uno, los medios, ya no tenían más poder de ataque. Y el presidente sí. A punta de críticas gratuiras y sistemáticas, los medios han sido –al final– como una especie de doctor Frankenstein: Han creado a un monstruo.

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¿Por qué el Presidente de Ecuador no le tiene paciencia a los medios?