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La Reserva Ecológica El Ángel, al extremo norte del Ecuador, empieza por donde uno quiere: por el bosque de árboles con troncos que parecen hechos de capas de papel -los polylepis-, o por el amplísimo páramo de plantas largas y felpudas, como orejas de liebre, llamadas frailejones.

Se puede caminar por el bosque de doce hectáreas, en la parte más baja de la reserva -baja es un eufemismo, está a  tres mil metros del mar-, entre angostos y heladísimos riachuelos. Hay pequeñas y abundantes plantas que no dejan ver el suelo. Es como andar sobre una esponja verde y húmeda. Entre los polylepis y pumamaquis se puede caminar una hora y media. Hay mínimo dos paradas: en la Laguna de los Patos (donde no vi ninguno) y la Laguna de los Deseos. Aquí termina el paseo para todos, pero es el punto de partida para un recorrido de cinco horas hasta lo más alto del páramo, a casi cinco mil metros de altura.

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Los páramos son una esponja que retiene el agua de lluvia y del ambiente, la guarda, y la suelta en periodos secos, cuando el ecosistema lo necesita. En Ecuador, proveen de agua a varias ciudades. Por ejemplo, el 85% del agua que se consume en Quito viene de ellos. El de El Ángel, lleno de frailejones, de casi dieciséis mil hectáreas -Central Park cabría en él cincuenta veces – almacena agua suficiente para abastecer a toda la provincia del Carchi: ochenta y tres mil habitantes.

Tiene unas lagunas enormes y hermosas. La más grande es la Negra: rodeada de pasto verde brillante, plantas moradas -que cumplen la función de césped- y pequeñas piedras. Es como caminar en alfombras distintas, un gran lugar para echarse a descansar. Para no mojarse los pies, es mejor ir con botas de caucho, y para evitar resfriarse con la posible llovizna, un encauchado. Durante la caminata sopla un viento frío pero el ejercicio contrarresta las bajas temperaturas.

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El páramo El Ángel es un lugar especial: silencioso e inmenso. En un momento del camino, las montañas parecen estar muy lejos y la sensación de encierro que a veces producen, desaparece. El cielo despejado es más emocionante cuando por él vuela un cóndor, esa imponente ave que no hemos cuidado: solo quedan cincuenta.

Al final de la caminata, ya de vuelta a la salida del bosque, hay una hostería para pasar la noche, administrada por la comunidad. Polylepis Lodge es un sitio donde por ciento diez dólares al día, ofrece hospedaje, tres comidas y un recorrido con guía por el mágico bosque de papel y páramo de frailejones.

Bajada

(Al pie de un páramo tan grande que Central Park cabría cincuenta veces en él)