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Presentada en diciembre de 2014, la renuncia de Mariana Andrade como secretaria de Cultura (SECU) de Quito es irrevocable, pero aún no ha sido aceptada. “Hasta para renunciar hay burocracia”, dice Miguel Alvear, director de las películas Blak Mama y Más allá del mall, y mano derecha de la gestora manabita en la SECU, en su cargo de director de Creatividad, Memoria y Patrimonio. Fue precisamente una decisión no aceptada la que determinó la salida del equipo de Andrade del Municipio de Quito. La SECU propuso reestructurar sus fondos, que se destinaban en un 50% a dos fundaciones culturales, pero Mauricio Rodas, alcalde de la capital, prefirió no hacerlo. Después de todo, es una decisión difícil recortar los recursos de la Fundación Museos de la Ciudad y de la Fundación Teatro Sucre, instituciones que –a decir Alvear– “han tenido una labor muy buena”. Pero en la SECU sintieron que no tenían el apoyo ni los recursos necesarios para seguir con su proyecto, que pretendía reformar la gestión pública cultural en Ecuador. Incapaz de reestructurarse a sí misma, la SECU parecía destinada a quedarse atrapada en el pasado.

La ruptura con el Municipio de Quito surgió a partir de la negativa del alcalde Mauricio Rodas a la propuesta de reestructurar el presupuesto de la SECU, que planteaba liberar menos fondos para la Fundación Museos de la Ciudad (FMC) y la Fundación Teatro Sucre. ¿Cuál era el problema?

Durante el tiempo que estuvimos ahí, contratamos una consultaría para entender el estado del sector cultura municipal. Y esa consultoría empezó a arrojar datos que nosotros ya intuíamos desde afuera. En 2014, el presupuesto asignado a la Secretaría de Cultura fue transferido directamente a estas fundaciones, que funcionan desde la administración de Paco Moncayo y que han hecho una labor muy buena en museos y teatros. Pero lo que nos preocupaba a nosotros es que teníamos una Secretaría de Cultura básicamente dedicada a grandes eventos y al proselitismo político, y la política cultural estaba a cargo de estas dos fundaciones a través de su oferta. Es decir que teníamos tres políticas culturales en lugar de una. En ese panorama, había duplicación de funciones y descoordinación, y queríamos que la Secretaría de Cultura asumiera la rectoría. Había que poner un poco de orden. Esas fundaciones fueron creadas como brazos ejecutores del Municipio, porque al ser de régimen privado, pueden hacer contrataciones más ágiles. Pero la resolución 28, del consejo municipal, y la resolución 010, de la Alcaldía, son muy claras: La Secretaría de Cultura está obligada a supervisar el uso de los fondos municipales que se transfieren mediante convenio a fundaciones. Estas resoluciones no se están cumpliendo. En 2014, la Secretaría de Cultura recibió 25 millones de dólares, y en 2015, el presupuesto es de 22,5 millones, y el 50% de ese presupuesto se destina a las fundaciones. Y eso significa que desde el Municipio se está financiando en más del 90% el presupuesto de las fundaciones. Y es normal que el municipio vigile estos fondos y que haga la coordinación de toda la política cultural.

Esas dos fundaciones son lo que mejor han funcionado en los últimos años en la Secretaría de Cultura de Quito. En 2014, por ejemplo, La FMC tiene un nivel de ejecución de 95%. ¿Por qué la Secretaría de Cultura intentaba cambiar ese presupuesto?

Planteamos que había que entrar en una revisión de las cantidades que se adjudican y del rol de las fundaciones, que como tales deben levantar recursos propios, sobre todo para cubrir sus costos operativos. Las resoluciones municipales dicen claramente que los fondos adjudicados a las fundaciones deben ir a proyectos de inversión, y no para cubrir gastos de nómina. Dentro de la Secretaría de Cultura hay muchas falencias, con una carencia de personal calificado. En el departamento financiero de la Secretaría de Cultura hay tres funcionarios. Si juntas los de las fundaciones, son unos cuarenta. Queríamos nivelar la cancha. La Banda Municipal, por ejemplo, funciona con menos del 1% del presupuesto de la Secretaría de Cultura. Es una banda que ensaya en un lugar muy lejano, en muy malas condiciones, que tiene un bus con goteras… La Casa de las Bandas, dedicada a la educación en música popular, no tiene teléfono, internet ni guardianía adecuada. Han sufrido tres o cuatro robos. Hay una red de bibliotecas municipales que está en desgracia. Hay muchos ejemplos de que existe una inequidad perversa en el uso de esos fondos. Queríamos que se repartan los fondos de manera más equitativa, y para eso era necesario que las fundaciones gestionaran sus recursos.

¿Cómo pensaban redistribuir los fondos?

Ya veníamos trabajando con las fundaciones para modificar esto de manera paulatina. Pero hablamos de esto con el alcalde el 23 de diciembre de 2014, y él fue muy claro con que las fundaciones no se podían tocar. Quería que fuéramos más lento, que había que pensarlo a futuro, que la red de bibliotecas municipales podíamos pensar en reforzarla en 2016. Él fue muy claro en que los presupuestos a las fundaciones no podían reducirse como lo habíamos planteado nosotros. Y también fue muy claro al decir que las fundaciones responden a sus directorios y no a las direcciones municipales de la Secretaría de Cultura, que según nosotros era la instancia desde la que se iba a hacer toda la política cultural.

Con el presupuesto que les quedaba después de las fundaciones (unos 11 millones), ¿Cuánto del plan que tenían ustedes con la Secretaría de Cultura podrían haber cumplido en 2015? ¿Qué significaba no poder reestructurar el presupuesto?

Nos quedamos con muy poco presupuesto para hacer lo que queríamos hacer. Y no estaba claro que la líder de las políticas culturales era la Secretaría de Cultura. Entonces estábamos en un panorama en que las directoras de las fundaciones y Mariana Andrade estaban al mismo nivel. Eso no nos parecía adecuado. No poder reestructurar los fondos significaba básicamente que la Secretaría de Cultura se seguiría dedicando exclusivamente a organizar eventos como las Fiestas de Quito, el VAQ, el Carnaval, la Navidad Quiteña… Y habríamos tenido muy poca capacidad de empezar a implementar una serie de programas que van enfocados más a la noción de cultura y territorio. Es decir, trabajar con las comunas ancestrales de Quito, con los esfuerzos culturales de los barrios, con asociaciones de todo tipo que existen en la ciudad.

Nosotros planteamos que esas iniciativas había que activarlas y empezar a fomentar su desarrollo. También había que potenciar las capacidades de los miles de miles de gestores culturales que hay en Quito. Se podría pensar que hay una como una contraposición conceptual de fondo. A mí me da la impresión de que el alcalde favoreció una situación donde las fundaciones tienen un rol protagónico con la oferta cultural de los teatros y los museos: los festivales de jazz, las obras, las exposiciones. Nosotros reconocemos que eso es importantísimo, porque es parte del tejido cultural, pero queríamos ir más allá. Queríamos realmente implementar un plan e cultura para todo el territorio, y eso es lo que no se ha podido hacer.

Esa era la idea desde el principio. Mariana Andrade lo ha dicho siempre en las entrevistas que ha dado en todo este tiempo. ¿Sienten que este año se quedaron atrapados en la misma dinámica de organizar grandes eventos esperando al 2015 para empezar con una política reformadora de la Secretaría de Cultura?

Es importante decir que en estos meses nuestra visión sobre la gestión cultural desde instituciones como el municipio ha cambiado muchísimo. Cuando entramos, pensábamos en qué necesitaban los gestores, en cómo elevar el nivel de la oferta, cómo crear fondos concursables para los artistas. Pero nuestra visión cambió porque nos dimos cuenta de que lo cultural no es lo que uno cree o quiere que sea lo cultural. Va más allá de lo artístico. También es lo que la ciudad reflexiona o vive sobre el tema. Una vez que estás ahí, tienes que atender a todos, darle a todos igual espacio. El Plan Operativo Anual (POA) recoge todos esos programas y proyectos que tienen que ver con cultura en el territorio, y con desarrollar lo que ya existe y no es céntrico –porque las fundaciones están enfocadas en el centro de Quito–. En este momento ya es una decisión de las nuevas autoridades decidir qué persiguen y qué no persiguen. Pero también creemos que hay una responsabilidad ciudadana de pedir que ciertos programas tengan continuidad.

Antes de entrar no sabíamos bien para qué era a la secretaría de Cultura. Durante las fiestas de Quito recibimos muchos pedidos de dinero para proyectos que no estaban bien articulados o bien planteados. A la Secretaría de Cultura se la veía como una organizadora de fiestas o como una chequera para mantener contentas a las bases políticas. Desde el inicio, uno de nuestros logros fue no ceder ante esas presiones clientelares. Nos llegaban cartas de concejales que pedían tarimas, grupos musicales y payasos en determinados lugares. Y eso era lo normal. Como si la Secretaría se hubiera convertido en una agencia de colocación de payasos y de músicos de tarima. Tampoco permitimos que los eventos culturales fueran utilizados como plataformas de proselitismo político.

En estos siete meses, ¿Qué cosas sí se pudieron hacer en sintonía con el discurso de esta Secretaría de Cultura?

Por un lado se pararon las redes clientelares. Hicimos un estudio profundo de las distribuciones de la misma Secretaría de Cultura de Quito, y eso involucra también a las fundaciones. Creamos el programa de los fondos Secretaría de Cultura para el fomento de la creación artística. Luego hicimos un proyecto llamado portafolio de festivales, que consiste en evaluar los festivales de cierta data en la ciudad, para ver cuáles se podían institucionalizar. La idea era que el Municipio fuera una contraparte segura, y que no tuvieran que empezar de cero cada año. También Lanzamos la Red de Salas, un proyecto muy valioso que integraba por primera vez a las salas independientes de teatro en Quito. Algunas tienen actividad de más de treinta años. Son cuarenta salas que están en diferentes momentos: Algunas son muy precarias y no tienen capacidad de equiparse para cumplir con normas municipales de seguridad, y otras por ejemplo necesitan hacer renovación de sus equipos para estar al día con las tecnologías actuales. La idea del proyecto era crear una serie de incentivos. Eso por un lado, y por otro, eso genera un circuito de programación en la ciudad. Esta red de salas y teatros independientes es un proyecto piloto que se puede trabajar a una escala mayor en otros sectores. Por ejemplo, con un circuito que integrara a las escuelas de música de todos los barrios de Quito.

Cuando empezó, la Secretaría de Cultura dirigida por Mariana Andrade se veía decidida a reformar la manera en que se gestionan las políticas culturales. Pero esas ideas quedaron prematuramente inconclusas. ¿Cómo evalúan ahora la salida?

Nosotros hemos vivido toda nuestra práctica artística como gestores independientes. Hemos tenido que dialogar con instituciones culturales desactualizadas, ineficientes, a veces corruptas, a veces enfocadas en el proselitismo político. Entonces sentíamos como una responsabilidad nuestra ayudar a crear una institucionalidad. Cuando aún no entrábamos a la SECU, veíamos al ministerio de Cultura y era un edificio derruido, sin ningún tipo de visión, sin capacidad de emocionar a nadie, de marcar un camino. Y eso es penoso para el país. Tenemos la sensación de que en Ecuador no existen instituciones que dinamicen la cultura. Y cuando entramos a la Secretaría pensamos que había una oportunidad. Pero sin apoyo político, sin condiciones y talvez sin la sintonía con nuestro líder, que en ese momento era el alcalde Rodas, tampoco era viable quedarse. Y el alcalde fue electo por el pueblo de Quito y tiene la potestad de decidir cómo se ejercen las políticas que él cree adecuadas para la ciudad. En ese sentido, respetamos su derecho de actuar como él estime mejor. Tomamos la decisión de salir porque vimos que no tendríamos el apoyo ni los fondos necesarios para hacer las transformaciones que queríamos. Mucha gente nos dice que debimos esperar un poco más, al menos hasta el próximo año. Pero creemos que la institución cultural está tan devastada en este país, que no se pude ir de a poco. Nos da mucha pena ver un ministerio de cultura que sigue de tumbo en tumbo, porque vemos que después de ocho años se siguen armando esqueletos, se sigue penando propuestas. Es como si fueran ocho años perdidos.

Sabíamos que si hacíamos las cosas bien, íbamos a provocar cambios en otras administraciones culturales, sobre todo la de Guayaquil. Lo de Quito nos parece difícil, pero lo de Guayaquil es lamentable. Ya es hora de que nuestras instituciones culturales públicas –que están ahí porque los ciudadanos pagan para que existan– estén en otro nivel. Y pensábamos que Quito podía marcar un liderazgo a nivel nacional.

Bajada

¿Es capaz de funcionar una institución que no se puede reestructurar a sí misma?