Una van, diez personas y un perro. Largas horas por carreteras. Una banda de rock recorriendo costa y sierra. “Todos viajamos juntos, así que todos salimos en la foto”, dice Igor Icaza a la banda y a sus acompañantes, en los bajos del hotel del centro donde se hospedaron la noche del concierto. Llegaron de tocar la noche anterior en Ibarra, así que fueron directo a un lugar donde comer. Pero antes dos preguntas significativas al momento de celebrar veinte años de formación: ¿Vives de la música? “Ahora sí, pero hace un tiempo no” ¿De qué vivías? “Hacía cualquier cosa, vendía computadoras, conducía una buseta…”
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La madrugada del sábado 27 de diciembre en Cali Salsoteca los Sal y Mileto hicieron lo que mejor saben: partir el puto escenario, hacerlo volar en fragmentos que estallan en tu pecho si tienes la suerte de estar entre el público. Llegaron para sudar con furia y poesía en Guayaquil. Igor Icaza, junto a su hijo Zak en la batería y los demás integrantes, sacudieron a una fanaticada corta pero enérgica a la hora del pogo.
Lo demás fue un vuelo a los recuerdos, a las sensaciones pasadas, a los nombres de la banda que ya no están y a voces fantasmales colándose a través de las canciones. De invitado especial por el festejo, estaba el vocalista de Durga Vassago, sumándole alaridos al ritual. Tras dos horas de concierto, la madrugada guayaca volvió a ser el hervidero de siempre.
La banda cerraría la gira en Montañita. Mientras tanto, en los recovecos de algunas cabezas descabezadas resonaba la voz de Igor cantando: “Cuántas líneas me he jalado en el baño de al lado/ Cuántas tolas me he fumado con el Wilson Burbano/ A cuántos chapas he apedreado en las huelgas y en los paros”.