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¿Qué valor tiene en realidad un bolívar venezolano?

En Venezuela, el objeto del deseo es el dólar. Ni sus hermosas mujeres, ni las crocantes arepas de maíz blanco son tan tentadores para los venezolanos como los billetes verdes pintados de próceres estadounidenses. La grave inflación y la escandalosa demanda han creado las condiciones necesarias para generar un mercado ilegal en el que el precio del dólar paralelo se oferta a más de veinticinco veces el precio oficial establecido por el Gobierno. Las casas de cambio autorizadas pagan 6,3 bolívares por dólar; precio fijado a inicios del 2013 por el extinto Presidente Hugo Chávez. Los cambistas independientes ofertan esta semana hasta ciento setenta bolívares por una lechuguita verde, nombre cariñoso que ha recibido en Venezuela el dinero del país de Obama. Es tal la devastación de la moneda venezolana que el billete de cien bolívares –el de mayor denominación– apenas sirve para comprar cincuenta y ocho centavos de dólar en el mercado paralelo, mientras el Gobierno jura que equivale a casi dieciséis dólares.

Ahorrar en bolívares es una farsa. La inflación apenas permite a los venezolanos comprar lo necesario para el consumo diario. Según el Banco Central de Venezuela, la inflación interanual de agosto del 2013 a agosto de 2014 se ubica en 63,4 %. Una de las más altas de América. El oficialismo no publica cifras del último semestre del año. Son números de los que seguramente se avergüenza. Y en las calles se nota. En solo seis meses, por ejemplo, el costo de un almuerzo ejecutivo en zonas de clase media en Caracas pasó de noventa y cinco bolívares en junio del 2014  a doscientos bolívares en este mes. Bien lo dijo el ex ministro del Poder Popular para la Planificación de Venezuela, Jorge Giordani, que tras dos décadas de diseñar –a pedido de Hugo Chávez– planes, programas y propuestas económicas en el país se transformó en el arquitecto del modelo socialista venezolano. “Todos vivimos de la insaciabilidad, vivimos una especie de ninfomanía dolarizada”. Y tres meses después de admitir el insaciable deseo nacional, Nicolás Maduro lo desterró del gobierno populista que heredó. Giordani solo había dicho la verdad, en Venezuela se ama al dólar por sobre todas las cosas.

A pesar de su clandestinidad, es muy fácil conseguirlo. Los taxistas y maleteros de los aeropuertos se han convertido en cambistas generosos. A ellos no les inquieta la seguridad de un campo de aviación. Desde que aterrizas en suelo caribeño intentan conquistarte con altos precios. La oferta no cesa allí. Este negocio es como la prostitución. Se ofrece en cada esquina. Afuera de la estación Capitolio del metro subterráneo de Caracas, Joandry se acerca a todo aquel que “tenga pinta de extranjero” para comprar la divisa extranjera al cambio paralelo. Es un maracucho de treinta años que lleva dos en esta actividad. Asegura que “no hay negocio mejor” y se considera demasiado “arrecho” por hacerlo a una cuadra de la Asamblea Nacional y La Cancillería, edificios resguardados por la Policía Nacional. En todos lados se cambian dólares a ciento setenta bolívares y nadie lo puede evitar. Al este de Caracas, en las empresas más grandes, salas de redacción, inmobiliarias, hoteles, restaurantes y salones de belleza hay personas que ejercen el oficio. Entregan bolívares a los extranjeros radicados en Venezuela para luego cambiar sus billetes yankees a los venezolanos, quienes están dispuestos a pagar mucho más de lo que recibieron por ellos.

En diciembre, el valor del dólar paralelo sube aún más. Según el Ministerio de Turismo, en el último mes del año, los aeropuertos nacionales registran la cifra más alta de viajeros venezolanos al exterior. Los que se quedan en el país hacen interminables colas en centros comerciales para comprar ropa de marca española, o en los supermercados para adquirir los ingredientes para la cena navideña, que hoy vale lo mismo que tres salarios mínimos vitales, es decir 14.386, según el Centro de Documentación y Análisis de la Federación Venezolana de Maestros (CENDAS FVM). Según el cambio oficial, serían 2.283 dólares. Sin embargo, el país de Chávez sufre tanto la inflación, que los comerciantes prefieren fijar los precios de los productos –desde un carro hasta un cartón de leche– según el valor paralelo del dólar que se oferta en el mercado ilegal, en lugar de hacerlo según el cambio oficial. Es decir que la cena del 24 de diciembre cuesta en realidad 84 dólares. En comparación a diciembre de 2013, hubo un aumento del 124%. El bolívar, en la práctica, está devaluado aunque el Banco Central de Venezuela no quiera aceptarlo.

Pero no solo es el furor por el dólar. Venezuela delira por otros íconos estadounidenses como el béisbol y en sus calles hay más de una carreta de hot dogs por cuadra, el alimento más vendido en Nueva York. La meca de la nueva izquierda latinoamericana es el país socialista que  más busca parecerse a los Estados Unidos. El discurso anti imperialista, transmitido a diario a nivel nacional, no evita que los venezolanos se dejen seducir por el país del norte. El pueblo venezolano protagoniza una silenciosa insurrección gringo-bolivariana.